La doncella, la montaña y el lobo Parte3

1903 Palabras
El bosque sombrío era oscuro, silencioso y aterrador, en su interior la sangre se helaba y el miedo se respiraba, quienes entraban en sus fauces, tenían dos opciones, huir, o enfrentar a la bruja siniestra y pedir un deseo. Natalia despertó gritando, por quinto día consecutivo. Su madre mandó a traer a una aprendiz de hechicería que vivía en el pueblo vecino, ella colocó inciensos y se quedó a su lado durante la noche, pero tras una larga observación, no pudo saber qué le sucedía. – Hija, ¿qué te sucede?, ¿qué es lo que ves? – preguntó su madre. Había una sola respuesta, “un lobo”, Natalia no estaba segura, pero sospechaba que era el mismo lobo que vio en la cabaña de la anciana, esa criatura de gran tamaño, de ojos oscuros que parecían contener estrellas, se presentaba en sus sueños cada noche, haciéndola enloquecer. – Hija. – Quiero estar sola – se negó a escuchar más suplicas y se cubrió con la sábana. El sueño la venció, no comía, solo dormía y cuando lo hacía, soñaba que se levantaba, que iba por huevos, o que recogía raíces, que caminaba por el mercado, sonreía y hacía todas las cosas que solía hacer, como jugar con Joana, o burlarse de Joaquín, y de repente, en el momento en que menos lo esperaba, el lobo aparecía, el cielo se oscurecía y mientras ella gritaba, las personas a su alrededor la miraban con confusión, porque solo ella podía ver a ese inmenso logo y solo ella sabía, por qué estaba ahí. Un mes después de la muerte de la señora Fernia, cansada de soñar y en un estado de desnutrición, Natalia se levantó de la cama, se colocó los zapatos, salió de casa dejando la puerta abierta y caminó a la montaña. El lobo estaba allí, justo donde lo había imaginado. Pero algo más había cambiado. La cabaña de la anciana había desaparecido, en su lugar, un árbol gigante dominaba el claro del bosque. – ¿Qué quieres de mí? – preguntó Natalia con lágrimas en los ojos, cansada, tan derrotada que no podía sostenerse en pie, le dolían las rodillas, su espalda se curveaba, con cada paso, sentía que estaba cargando la montaña. El lobo dio la vuelta – tú sabes lo que hiciste – le dijo. Natalia agrandó los ojos, antes no creía, pero ahora lo hacía – eres el espíritu guardián de la montaña. El lobo asintió. – Fue un accidente – lloró Natalia – yo no quería que muriera, trataba de ayudarla, ella resbaló, ella cayó por la colina, no fue mi culpa. – Puedes mentirles a los aldeanos – dijo el lobo – a tu familia y también a tu corazón, pero jamás, me mentirás a mí. Delante de los ojos de Natalia, la escena se reprodujo, era ella, caminando al frente, intentando apresurarla, Natalia se sentía cansada, con dolor en las articulaciones y un cansancio acumulado que no se iba, ella era Fernia, caminando en ese bosque, cansada, sabiendo que pronto se iría. Tan cansada como estaba, Natalia se sentó en una roca – es suficiente por hoy, volveré a casa. La joven delante suyo volteó a verla con el ceño fruncido y una expresión de disgusto – ¿qué?, pero aún no hemos llegado, solo lleva cuatro setas, hay que seguir – tomó su mano con mucha fuerza y tiró de ella, Natalia sintió como sus huesos se desgarraban y su piel se estremecía. La rechazó, apartó su mano para no sentir ese dolor y su pecho se comprimió, cada respiración era dolorosa – estoy cansada, volveré a casa, tengo suficiente, no necesito hacer esto – quería dejar esa montaña y volver a casa, a su cama, solo así podría descansar. Pero la joven se plantó delante suyo – es suficiente para usted, no para mí – apretó los dientes – solo un poco más, tiene que seguir caminando – la jaló con más fuerza que antes, en la expresión de esa joven ya no había compasión, sino rabia. Su mano dolía – no, me duele… – ¿Dónde? – dijo al joven y al soltarla, Natalia perdió el equilibrio, poco después sintió un empujón en las rodillas que terminó por doblegarla y cuando intentó pedir ayuda, su mano se aferró al aire. Después de eso, rodó por la colina. Una roca golpeó su cabeza y todo se volvió oscuro. Lo último que vio fue aquella joven, inmóvil, sus ojos llenos de terror. La ilusión terminó y los ojos de Natalia picaron, las lágrimas bajaban por sus mejillas sin detenerse. El lobo siguió. Natalia se vio a sí misma rodeada de sus compañeros, padres, hermanos y amigos, se sintió en casa, protegida, feliz, era un sentimiento que nunca antes había experimentado, iba más allá de estar con su familia, era, pertenecer, ser una con la naturaleza en una forma inexplicable. Pero esa felicidad no duró, cazadores subieron la montaña, atacaron a sus seres queridos, lanzaron flechas contra su cuerpo y a todos, les arrancaron la piel. Natalia vomitó. – ¿Comprendes lo que has hecho? – preguntó el lobo. Natalia se sintió perdida – ¿qué puedo hacer? El lobo negó con la cabeza – ve a casa, aunque lo intentarás, no entenderías. – Los sueños, las pesadillas, por favor, ¡haz que se detengan! – Si eso es lo que quieres – dijo el lobo – así será. Natalia se sintió un poco feliz, lamentaba todo lo que pasó, deseaba que hubiera sido diferente, pero nada podía hacerse, los muertos no volvían de sus tumbas y ella tenía una larga vida por delante, no quería perderse, tenía mucho miedo, quería volver a casa y abrazar a su familia, después, cuando fuera una mujer anciana, confesaría lo que hizo. Su regreso fue tranquilo, aún no salía el sol, miró su hogar, vio a su madre despierta desde muy temprano, la llamó y ella, dejó caer la canasta con las cobijas que iba a tender y gritó. Natalia se asustó. Su madre entró a la casa, llamó a su esposo y él salió con una pala en las manos, Natalia no pudo entenderlo, retrocedió al ver que su padre agitaba la pala en su contra, corrió, escuchó lamentos extraños, gritos y salió corriendo. El mercado estaba cerrado, pero algunos comerciantes ya estaban ahí, uno de ellos la vio y dejó caer las verduras que tenía en las manos. Otra persona gritó. – ¡Llamen al cazador! – ¡Alguien, sálvenos! Las voces se volvieron distorsionadas, las miradas, puñales invisibles, su madre, su padre, su gente, todos huían de ella, como si nunca la hubiera conocido, quise preguntar qué estaba pasando y de su boca salió un sonido extraño, detrás suyo el sol salió y conforme la madrugada se convertía en día, una sombra proyectada sobre la tierra seca hizo que Natalia retrocediera. El lago estaba muy lejos, a media hora de caminata, pero ella cruzó la distancia con una velocidad inhumana. Al llegar, buscó el reflejo del agua, conforme se acercaba sintió un hormigueo recorrer su piel, un ardor que se extendía desde sus dedos hasta su columna, su respiración se tornó áspera, su garganta no producía palabras, solo gruñidos. Y entonces, lo vio, su reflejo, Natalia ya no era humana. Era una loba. La señora Olga salió de su casa con un largo reboso, los comerciantes estaban asustados. – Intentó comernos – dijo uno de ellos. – Traía sangre entre los dientes, yo lo vi – dijo una mujer. – Debe ser el alfa, mataron a la manada y no pudieron con el líder, ahora nos matará a todos – lloró otra. Olga no podía con todas las quejas – iré a ver al jefe del pueblo y hablaré con los cazadores, todos, deben guardar la calma. – Mi hija – gritó una mujer – no puedo encontrar a mi hija, esta mañana apareció un lobo en nuestra casa, fui a la habitación de mi hija para que estuviera a salvo y la cama estaba vacía, no la encuentro, por favor, ayúdenme. Sus tres hijos estaban detrás, todos más jóvenes que Natalia, la hija mayor y estaban asustados. Olga suspiró – como dije, iré a buscar a los cazadores, ellos se harán cargo del lobo – como residente de la aldea y fiel creyente, Olga les tenía fe a los espíritus del bosque y la montaña, pero nada podía hacerse contra el miedo del pueblo y lo mejor, era sacrificar al lobo. Sebastián recibió el aviso, tomó su arco, su espada y subió la montaña, durante la búsqueda, uno de sus hombres encontró la ropa de Natalia, no había sangre, tampoco rastros de heridas o cortes, era como si la joven se hubiera quitado la ropa voluntariamente y la hubiera dejado atrás. Sebastián llamó a sus perros de caza, les entregó la ropa y siguieron el rastro. Natalia eligió el lago para mirar el reflejo del cielo. Todo en la naturaleza era tan honesto, las nubes, las montañas y los árboles, todo se reflejaba en el lago de la misma forma en que se veía en la superficie, sin secretos, sin mentiras y sin deseos impuros. Todo era honesto, excepto ella. El lobo le dijo que no entendería su error, aunque lo intentará, pero sí lo hacía, entendía que hizo mal, pero también, tenía mucho miedo. Los gritos de los aldeanos resonaron en el aire, esa tarde un pescador la vio junto al lago, alertó a los cazadores y todos ellos, armados con antorchas, estaban listos para matarla. Los pasos resonaban detrás de ella, antorchas iluminaban su espalda, las sombras danzaban, proyectadas por el fuego, como si los mismos espíritus de la montaña la estuvieran persiguiendo por lo que hizo. Natalia corrió, pisó el agua del lago para borrar su rastro, siguió corriendo sin rumbo, desesperada por ganar distancia, zigzagueó para alejarse y gracias a eso, evitó una flecha. Los cazadores venían preparados. La estaban empujando hacia la montaña, donde habían colocado sus trampas. Sin más a dónde ir, Natalia entró al lago y empujó su cuerpo hacia el frente, el agua fría era refrescante, no se sintió incómoda, aunque era la primera vez que nadaba, y continúo impulsándose y entrando al agua para evitar las flechas. Fue un largo trayecto, al llegar al otro lado estaba cansada, temblaba, tenía hambre y no había dormido en un largo tiempo. No había señales de los cazadores, estaba muy lejos, los perros no podían seguir el rastro en el agua y no tenía sentido seguir buscándola, si ya estaba tan lejos de la montaña, lo sabía, pero no se permitió confiarse, buscó un lugar para dormir y esperó a la mañana siguiente para buscar comida. En su trayecto, mientras apartaba las hojas secas buscando alimento, vislumbró a un lobo, este le devolvió la mirada, se agachó despacio y detrás suyo hubo más lobos. Natalia estaba un poco asustada, no podía acostumbrarse a su nueva forma. Pronto, se vio rodeada por los lobos de una manada. Moviéndose con cautela, la acechaban. El más anciano se acercó, la olfateó y dio la señal de alarma. No había aceptación en sus ojos, solo instinto. Natalia no era un de ellos, nunca lo sería. Ante la visión de los colmillos afilados, Natalia corrió. Esa era su realidad, su mundo, los humanos no la querían, tampoco los lobos, estaba completamente sola.
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