La doncella, la montaña y el lobo Parte final

1214 Palabras
El príncipe Vladimir De Lacorde celebraba su boda, había reacciones de júbilo, alegría y sorpresa, porque la novia no era una mujer noble, sino la hija de un caballero. Con motivo de la celebración, una gran caravana se dirigía a la capital, los comerciantes estaban listos para ofrecer sus mejores telas, accesorios, hierbas y preparados especiales, todo para la gran cantidad de extranjeros que visitarían la zona. Era una oportunidad perfecta para el comercio y mejoraría la economía de la zona. También, era una gran oportunidad para los ladrones, por eso todos los comerciantes pagaban a grupos de mercenarios, ellos protegían sus mercancías y a cambio les pagaban con oro. Todos ganaban. Pero, para algunos ladrones, no era suficiente. La caravana se detuvo, el jefe de los comerciantes bajó de su carruaje y miró el camino, había un gran tronco atravesado y por la forma en que fue cortado, era obvio que se usó un hacha. El mercenario frunció el ceño – todos, manténganse dentro de las carretas, debe ser una trampa, no abran a menos que se les ordene. Los comerciantes obedecieron, se mantuvieron en silencio, los mercenarios tomaron control de los caballos para librar el obstáculo y unos minutos después, el jefe de los mercenarios tocó la puerta del carruaje – todo listo, señor, ya podemos continuar. El jefe de los comerciantes miró con alivio a su esposa y a su hija – excelentes noticias – abrió la puerta y sintió que algo no estaba bien. Los mercenarios no estaban solos, el grupo de ladrones estaba a su lado y se comportaban amistosamente. Segundos después, las puertas de los carruajes fueron abiertas y los comerciantes que viajaban con sus mercancías fueron obligados a bajar e ir contra las paredes de piedra, ya no estaban en el camino, se habían alejado para no llamar la atención en caso de que pasara otra caravana. El jefe de los comerciantes miró al mercenario con recelo – yo los contraté, pagué la cuota, tengo el contrato firmado, ¡las personas sabrán lo que hicieron, nadie volverá a contratarlos! – Es probable, por eso ser ladrón es mucho más lucrativo – sonrió. El jefe de los comerciantes comprendió que había contratado ladrones, embusteros y estafadores, al mirar hacia atrás, a su familia, sus compañeros y sus amigos, se disculpó con lágrimas en los ojos. Las carretas cambiaron de dueño, la mercancía fue botada en el suelo para separar lo que valía la pena y lo que era basura, muchos de los ingredientes y preparados estaban en botellas y todo fue dejado atrás, porque era muy problemático, no podían avanzar rápido cargando vidrio. El tiempo pasó muy lentamente, todos los comerciantes estaban juntos mientras sus mercancías cambiaban de dueño, esperando que los dejaran vivir. La hija del dueño de los comerciantes tenía los ojos verdes, era un rasgo muy fino que heredó de su abuela, el mercenario la miró durante un largo tiempo y cuando la tarea se completó, mantuvo la mirada fija – falta una cosa, aparten esa carreta – señaló la primera de la caravana, por pertenecer al dueño del grupo de comerciante, era la más espaciosa – voy a usarla – dijo y acto seguido, tomó a la joven de ojos verdes y la arrastró del cabello. Su familia gritó, los otros mercenarios los detuvieron y uno de ellos abrió la puerta del carruaje para que el mercenario empujara a la joven, ella se pegó a la pared contraria, abrió la puerta para salir del otro lado y el mercenario la arrastró y la golpeó en el estómago. La joven sintió un gran dolor, se abrazó con pena y miró al mercenario que era tres veces más grande que ella. – Haré esto con las puertas abiertas o cerradas, ¿qué dices? La joven agachó la cabeza, enterrándola en el suelo del carruaje y dejó que el mercenario cerrara la puerta. Afuera, alguien gritó. Al mercenario no le habría parecido extraño, puesto que era normal amedrentar a las víctimas, excepto, que después del primer grito, hubo más – ¡qué carajo están haciendo estos idiotas! – abrió la puerta – estoy haciendo algo por acá, quieren dejar… Los comerciantes sangraban, tenían los brazos rotos y en el medio una gran loba con sangre en sus colmillos, miró al comerciante con rabia. La joven de ojos verdes se asomó para saber qué estaba pasando, la loba la miró, después al mercenario y dio un salto hacia él, tan fuerte, que la puerta del otro lado del carruaje se destrozó y el mercenario se golpeó la cabeza. La loba se paró sobre el gran y abultado pecho del comerciante, él la miró – maldita bestia – le dijo e intentó aplastarla con sus manos, pero la loba le dio una gran y fuerte mordida en el cuello. Desde el carruaje, la joven de ojos verdes gritó, los mercenarios se fueron, los comerciantes defendieron su mercancía y apedrearon a los que pudieron detener, en el carruaje, la madre de la joven corrió a abrazarla y cuando el susto pasó, ella giró la mirada hacia la loba. Ya no estaba. La montaña era silencio, tanto o más como el día en que Natalia llegó buscando consuelo, y desde ahí tenía una hermosa vista de la capital, era increíble, cuánto había cambiado su aldea, en el paso de esos últimos cien años. Las casas de madera se convirtieron en piedra, los senderos en calles, lo que antes eran chozas ahora eran grandes monasterios o edificios. Un siglo lo cambiaba todo, pero ella seguía ahí. Detrás suyo, un gran lobo apareció – encontraste un buen lugar. – Sí – dijo Natalia, sorprendida por poder comunicarse – me gusta, es silencioso, cálido, puedes escuchar el sonido del viento susurrando entre las ramas de los árboles y mirar a las personas ir y venir, me gusta. El gran lobo se paró a su lado – tu castigo terminó, sí lo deseas, te regresaré la forma que solías tener, prometo que ni un solo día habrá pasado, será tal y como lo recuerdas. – Es gracioso, porque no lo recuerdo – respondió Natalia. Fue humana por dieciséis años y loba durante un siglo, era natural no recordar sus rasgos humanos, ni los rostros de sus padres o hermanos, lo que sí recordaba, eran las montañas, los valles, el lago congelado dónde rescató a un pequeño de tres años que se separó de su madre para ir a jugar, las cascadas dónde los campistas relataban historias sobre gigantes y el paso de los comerciantes. Había cierta nostalgia mezclada con tristeza en los ojos de las parejas que subían la montaña para desearse amor eterno y años después volvían con sus hijos, parejas y familias, cada uno por separado, como si nada en el mundo fuera eterno, excepto, ese momento. – Mi error fue pensar tanto en el futuro, me perdí el presente. – Entonces, te lo devolveré – dijo el gran lobo. – No hace falta – dijo Natalia – me gusta esta forma. El espíritu guardián de la montaña no esperaba esa respuesta, pero la respetó, y sin enojo, le dedicó una última mirada antes de desaparecer en el viento. Su maldición se desvaneció y ella permaneció con esa forma, la de una loba.
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