El héroe y la profetiza Parte3

1867 Palabras
Los días pasaron, conforme Anankeia contaba, añadió semanas, meses y años. Su única compañera era el sonido de una gota de agua destilada que bajaba entre las rocas, a menudo contaba las líneas que surgían en las piedras y veía el baile de las sombras. El abismo era un lugar inhóspito y maldito, mitológicamente habitado por toda clase de espíritus errantes y maestros que pertenecían al espíritu rey de la oscuridad. Entre las leyendas, se contaba que el espíritu maestro de las sombras, cegaba a los mortales para que conocieran el mundo tal y como él lo veía, que el maestro de la muerte, tomaba las almas de todos aquellos que lo miraban a los ojos, el maestro de la noche sumía las montañas en una oscuridad que duraba meses y la más famosa de todos, la maestra de los espíritus perdidos. Arinia solía ser la esposa del espíritu rey de la oscuridad y estaba fascinada por su belleza, todos los espíritus de clase maestro que habitaban el abismo eran hijos de ambos, sin embargo, conforme los espíritus crecieron, Arinia comenzó a sentirse atraída por ellos y por el gran parecido que guardaban con su padre, tuvo hijos con todos ellos y cuando su esposo lo descubrió, la castigó convirtiéndola en una gran araña. Arinia no se molestó, por el contrario, los hilos que surgían de su cuerpo eran perfectos para atrapar nuevos espíritus y para vestir a sus hijos. Anankeia era una de sus muchas hijas, un espíritu errante de grado superior, portadora de los secretos olvidados, posiblemente porque su padre era un espíritu poderoso, alguien de nivel alto que pasó una vez por el abismo y dejó un pequeño recuerdo. Realmente no importaba, porque dicho padre jamás volvió y Anankeia se quedó sola, lanzada a las cuevas como todos los hijos de Arinia, sin contacto con el resto del mundo. Cuando Jonás descendió a su pequeña sección, Anankeia fue la más feliz. Quería hablarle, jugarle bromas, torcer los caminos a su alrededor y observar sus reacciones. Nunca imaginó que el trozo de piel sobre la espalda de Jonás le permitiera verla o que él fuera un héroe elegido por los reyes para formar una leyenda. Suspiró. Una noche, siglos después de que iniciara su castigo, un chico endeble se coló entre los agujeros de la cueva, estaba armado con una cuerda y con una piedra que le servía como honda, saltó entre las rocas, llegó al círculo provisto de luz natural donde Anankeia dormía, y sacó una navaja del interior de su morral. Su cabello era verde, había cierto linaje de los espíritus relacionados con el bosque en su sangre, pero una parte de él era humana. Sus dedos se cerraron en rededor del mango de la navaja, sus pasos eran extremadamente sigilosos, se arrastró despacio, llevaba en la espalda un trozo de piel de lobo, gracias a eso pudo bajar hasta ese nivel. Llegó donde Ananakei dormía y atacó. Con un sonido seco, su navaja se enterró en las rocas. Del otro lado Anankeia, con un cuerpo que se transformaba en sombras, miró al joven y frunció el ceño. Poco quedaba del espíritu errante que disfrutaba la visitaba de los seres humanos y sonreía, llena de travesuras. Él corrió, dispuesto a esconderse. Saltó entre las rocas que rodeaban el área de castigo, pero quedó atrapado en docenas de hilos delgados que cubrían la zona. - Hay una extensión en mi castigo – dijo Anankeia y torció los hilos para que su atacante quedará colgado, después lo subió un poco, al hacerlo, los rostros de ambos quedaron muy cerca uno del otro – quien intente rescatarme, compartirá mi destino, pero tú, ¡no intentabas rescatarme!, ¿cierto? Él tragó saliva. Los hilos movieron las rocas para permitir que Anankeia tuviera una silla, una versión miniatura del trono de su madre – dime, ¿por qué estás aquí?, y, ¿qué eres? El chico se sonrojó. - Hueles a espíritu, pero eres humano y tienes esa cosa – le arrancó la piel de lobo que llevaba en la espalda. - Suéltalo, ¡es mío! Anankeia se burló – no es tuyo, dime de dónde lo robaste y consideraré liberarte. Él apretó los dientes – es mi manta, mi mamá la encontró en los pantanos y la usó para cubrirme cuando era pequeño, ahora devuélvemela – estiró los brazos. Anankeia retrocedió, sentía un odio muy profundo por ese trozo de piel de lobo – primero dime, ¿qué eres? - Soy un duende – susurró. - ¿Qué dijiste? - Soy un duende – alzó la voz. Anankeia estaba genuinamente intrigada - ¿qué es un duende? - ¡Eh! – exclamó el chico con los labios torcidos, después miró las rocas – ¿cuánto tiempo llevas en este lugar? - No lo sé, un par de siglos, tal vez más. Dime, ¿cómo te llamas?, dijiste la palabra “enano” con mucho enojo, imagino que no quieres que te llame así – lanzó la piel de lobo sobre las rocas. Él asintió – me llamo Serafín, y no, no me gusta que me digan enano, solo soy un poco más pequeño de lo normal, hay muchas personas con mi estatura, no soy tan bajo, ni pequeño. Anankeia era dolorosamente pequeña, llegando a la edad adulta seguía teniendo la estatura de una niña – sí, ser pequeño no es algo malo. Serafín sonrió – oye, dijiste que me bajarías, te contaré todo lo que quieras saber. Anankeia le permitió bajar al suelo, pero no lo soltó. Durante los siguientes días, Serafín le explicó los cambios en el mundo y la historia fue tomando forma. El espíritu maligno a quien Jonás debía derrotar, sobrevivió, huyó y regó la corrupción a otros espíritus, esparciéndola como una plaga. Los espíritus corruptos no estaban sujetos a las jerarquías ni reglamentos, si lo deseaban, podían desobedecer a los espíritus maestro, escapar de sus puestos de vigilancia, asesinar a otros espíritus, convivir con los humanos y tener hijos con ellos. Anankeia no pudo creerlo. De la unión de un espíritu masculino y una mujer humana, nacieron los gigantes, mientras que, de la unión de un espíritu femenino y un hombre humano, nacieron los enanos. Los espíritus agua, sin importar su género, engendraron a las sirenas, y de los espíritus guardianes, nacieron las bestias espirituales. Los espíritus reyes perdieron el control del mundo espiritual. Ya no podían distinguir entre espíritus puros y corruptos. Tampoco había rastro del primer espíritu corrupto, y el reino humano paga las consecuencias. En medio de esa historia, surgió un héroe. No como Jonás, que fue elegido por los espíritus reyes y que tenía consigo el poder de una leyenda, sino un verdadero héroe, un caballero que venía de la parte más baja de la jerarquía humana y que con una espada y el poder de la magia, venció a las bestias espirituales, abrió canales de comunicación entre humanos y espíritus guardianes, puso fin a plagas y construyó puentes. Un auténtico héroe sin arrogancia, llamado Casian. Pero incluso su leyenda, tuvo que terminar, en una lucha que era cantada por los bardos, el caballero dejó su vida en la misión de atrapar a un rey demonio y así nació el bosque sombrío. Anankeia escuchó la historia completa, se entusiasmó en algunas partes, lloró en otras y al final, sintió mucha nostalgia, porque mientras el mundo seguía su curso, ella estaba ahí, con su tiempo detenido y condenada a una larga espera que jamás llegaría a su fin. - Hace un par de meses, me encontré con un espíritu corrupto muy poderoso – siguió Serafín – me ayudó a limpiar mi manta – señaló la piel del lobo – también me ayudó a ser más espíritu que humano, pero, no puedo hacer lo mismo que tú. Anankeia bajó la mirada. - Ella me dijo que podía convertirme en un espíritu completo, así, los espíritus ya no me tratarán como basura – lo dijo con recelo – pero, a cambio, tengo que llevar tu sangre. Anankeia se sorprendió - ¿para qué quieres mi sangre? - No estoy seguro, ella dijo que tú eres el espíritu de los secretos olvidados y que necesitaba tu sangre para un hechizo muy importante, si la llevo, podré ser un espíritu completo, nadie más me mirará como si fuera una aberración. - ¿Por qué te miran así? Serafín frunció el ceño – porque lo somos, gigantes, enanos, sirenas y bestias, no somos espíritus, tampoco humanos, somos algo que nunca debió haber existido, pero nosotros no pedimos nacer de esa forma. No es justo que nos traten así. Anankeia recordó lo injusto que fue su castigo y lo miró – no conozco a los espíritus corruptos, tampoco a los que son como tú, pero, sé que tienen tanto derecho a vivir, como los espíritus reyes. Serafín asintió y de pronto, pensó en algo – sabes, si fueras un espíritu corrupto, podrías dejar este lugar. - ¡Eso no es posible! - Sí lo es, los espíritus corruptos están fuera de la jerarquía, podrías salir de aquí, serías libre – sus ojos resplandecían. Anankeia no se permitió ser optimista, llevaba demasiado tiempo viviendo en esa oscuridad. - ¡Podemos intentarlo! – insistió Serafín. Anankeia se mordió el labio - ¿cómo haces eso? - El espíritu corrupto que me ayudó hará lo mismo por ti. Una vez que le lleve tu sangre, le pediré su cabello, si lo traigo de regreso, te convertirás en un espíritu corrupto y nadie podrá retenerte, podrás salir de este lugar, ¡confía en mí! - Confiar – repitió la palabra sintiéndola como una ofensa – no lo hago, no confío en ti, tampoco en mis padres, ni en los espíritus reyes, ni en los humanos – enlistó. - Puedes confiar en los espíritus corruptos, no están en tu lista – sonrió Serafín, sin comprender el profundo dolor que vivía en el corazón de Anankeia. Con un pinchazo, Serafín tomó la sangre de Anankeia y la guardó en un frasco, ella liberó sus hilos y él se fue. Los siguientes meses se sintieron tan pesados como si hubieran sido largos años, cada vez que se escuchaba el sonido de una gota cayendo hacia el manantial, cada día que pasaba, su nombre se desvanecía más en el eco del abismo. Serafín no volvería. El enano tomó su sangre, obtuvo lo que quería y se fue, así era como actuaban todas las criaturas, sin importar su origen, la palabra “confianza”, había sido inventada como una burla, no como un concepto real. Una noche miró el abismo, tan cerca de su prisión y se enfocó en las grandes rocas que sobresalían en cuanto bajaba la marea. No era casualidad que estuvieran ahí, el espíritu rey del cielo eligió ese lugar para hacerle entender que la única forma de dejar su prisión, era la muerte. Y dos días antes de que se cumpliera el año, un sonido cambió, una pequeña roca rodó entre las paredes y un chico bajó. - Lo siento, pasó un huracán y hubo un derrumbe, me tardé mucho, ¿cierto? Con lágrimas en los ojos, Anankeia lo abrazó.
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