La corrupción tenía la forma de cabellos delgados que se enlazaban en los dedos y cobraba vida, como pequeños parásitos.
Anankeia no entendió la lógica detrás de ellos, ¡cómo hacían para cambiar la dinámica de un espíritu!, su esencia, si se sentían como algas.
- Adelante – dijo Serafín y se quitó la bufanda del cuello para mostrar las líneas negras sobre su piel que se extendía hacia su rostro, como si buscaran la luz del sol – no duele.
Los dedos de Anankeia dudaron, su mano se abrió y se cerró, cada vez más cerca de la bolsa con los cabellos, después, con un largo suspiro, cerró los ojos y acercó sus dedos.
Los cabellos saltaron fuera de la bolsa, se enredaron en los dedos de Anankeia, se movieron hacia la palma de su mano, sobre la piel nueva en donde muchos siglos atrás, ella extrajo un medallón y ahí, formaron un punto de convergencia desde dónde las líneas negras se extendían a todas partes.
La mente de Anankeia se sintió cubierta por una niebla, su mirada se volvió muy nítida y su corazón latió con fuerza, la energía que recorría su cuerpo, antes contenida, se sintió liberada, tan profunda y resplandeciente, que parecían llamas negras cubriendo su cuerpo.
No era niebla, era fuego.
Su cuerpo creció. El padre de Anankeia era el espíritu rey del fuego y su tamaño dependía del poder acumulado.
Con su nueva estatura, la cabeza de Serafín quedó a la altura del pecho de Anankeia y al verla, frunció el ceño – ¡te veías mejor antes! – exclamó, no le gustaba tener que mirarla hacia arriba.
Anankeia sonrió, ya no recordaba la última vez que se sintió tan feliz y emocionada, abrazó a Serafín - ¿qué sigue?, ¿cómo salgo de aquí?
Serafín miró hacia atrás – es por ahí, te dejaré usar mi cuerda.
Anankeia no la necesitaba, convirtió su cuerpo en sombras y la consistencia se sintió diferente, como una luz llena de fuego que iluminaba las cuevas mientras se abría paso entre los túneles y trepaba hacia el exterior.
Serafín corrió – ten cuidado, hay que atravesar la cascada.
La advertencia llegó tarde, Anankeia salió de la cueva y miró el agua, pero no pudo detenerse, iba demasiado rápido. Se cubrió el rostro con las manos, sintió la corriente fría y un segundo después, se detuvo en el aire, a cuatro metros de la cascada. Había pasado sin problemas.
- Eso…, no estaba ahí.
En esa entrada Jonás pescaba y fue del otro lado de esa corriente donde él la atrapó y la dejó atada, ¡tanto había cambiado el mundo!
Serafín salió corriendo - ¿estás? – casi sin aliento - ¿estás bien?
- Sí – respondió Anankeia y apretó las manos en puños – arreglaré esto.
- ESPERA – gritó Serafín - ¡ah!, tienes mucho por aprender. Si te dejas ver así, los espíritus te atacarán, Tienes que retraer las raíces.
Anankeia miró su reflejo, en su rostro había líneas negras - ¿cómo lo hago?
- Te enseñaré.
Durante una semana, con gran paciencia, Serafín le enseñó a ocultar las marcas de corrupción dentro de la parte de su cuerpo que era cubierta por el vestido blanco, para Anankeia todo era nuevo, la corrupción que los espíritus reyes condenaban y que los espíritus corruptos llamaban, “liberación”, si era buena o mala, ya no importaba.
Completado su aprendizaje, Anankeia se despidió con un fuerte abrazo y voló hacia los riscos para encontrarse con Arinia, la maestra de los espíritus perdidos.
Arinia retozaba sobre una gran hamaca hecha de telarañas, la miró y tardó en reconocerla – Ana, ha pasado un largo tiempo desde la última vez que me visitaste, ¿necesitas algo?
Anankeia entendió que su madre se había olvidado de ella al punto, en que no recordaba el castigo ni la condena que le impusieron – ¡quiero su alma!
- Tendrás que ser más específica, ¿a quién te refieres?
Era demasiado pedir que ella la recordará, aquellos momentos que representaban su ¡todo!, para Arinia, no valían más que un párrafo en su historia.
- El alma de Jonás, el hijo ilegítimo que debió convertirse en rey, el héroe que falló en derrotar al primer espíritu corrupto y murió en los pantanos, ¡quiero su alma!, si está en el otro mundo iré por ella a los pasajes del abismo, solo dime, ¿en dónde está?
Arinia tomó la noticia con calma – si un alma humana es lo que buscas, debes ir con tu hermano, la muerte no es mi negocio, yo amo la vida – sostuvo su vientre abultado.
Anankeia dio la vuelta y voló hacia las montañas donde habitaba el espíritu maestro de la muerte. Entre las muchas historias que Serafín le contó, le habló del espíritu rey del cielo, que vivía enamorado de Arinia, sin embargo, su amor tenía una cláusula de fidelidad que la maestra de los espíritus perdidos no planeaba cumplir. Por eso el cielo vivía siempre en caos.
Anankeia llegó al trono de Thanaris, el espíritu maestro de la muerte. Él sí la recordaba.
- No deberías estar libre.
Anankeia se burló de sí misma – nunca me visitaste, no pensaste en mí ni por un momento durante todos estos siglos, no me ayudaste, pero dices que no debería estar aquí.
Thanaris se sentó – gracias a madre tú y yo tenemos cientos de hermanos, no puedo pensar en todos ellos. No tengo el tiempo.
- Ni el deseo – completó Anankeia, odiando la sensación en su pecho. Se arrodilló – no volveré aquí, jamás te pediré algo más, solo dime, por favor, en nombre del lazo consanguíneo que compartimos, en dónde puedo encontrar el alma del héroe que me hizo esto.
Thanaris no tenía razones para escucharla ni para atender sus suplicas, pero decidió hacerlo. Se levantó de su trono, buscó entre los pergaminos que estaban apilados dentro de agujeros en la pared y le entregó uno de ellos – tú lo conociste en su vida anterior, piensa en él, mantén su recuerdo y el mapa te llevará a su actual ubicación, solo funcionará si ha renacido.
Anankeia se aferró al pergamino – gracias – y dejó los riscos.
En la entrada, donde los valles terminaban y los campos verdes se transformaban en formaciones rocosas, miró el pergamino, pensó en el supuesto héroe arrogante que llegó a su mundo y al abrir el pergamino, descubrió que tenía que dar marcha atrás.
La reencarnación de Jonás, estaba en los riscos, no muy lejos de ese punto.
Llegó en veinte minutos, con el corazón agitado siguió las líneas marcadas en el mapa y se detuvo en el aire, según el pergamino, en poco tiempo, lo vería girar en la vereda que pasaba entre las rocas.
A baja altura, había una rama creciendo muy lentamente, buscando la luz del sol, Serafín la vio torcida y la acomodó con una cinta para que se mantuviera recta, después siguió su camino. En lo alto se veía a Anankeia flotando en el aire, las llamas que la cubría ardían con mayor intensidad.
- Oh, creí que no te alcanzaría – sonrió Serafín – te ves muy bien.
Lentamente, Anankeia bajó, sus pies tocaron el suelo y sus rodillas no pudieron sostenerla, cayó sentada - ¿por qué?
La marca en el mapa era muy clara y no había otra persona a su alrededor.
- ¿Por qué?
Serafín no entendía lo que había pasado y sin otra idea en su mente, caminó hacia Anankeia, se quitó la capa de piel de lobo para cubrirla y la abrazó.
Anankeia lloró.
Escuchando ese sonido que se sentía doloroso, Serafín se preocupó - ¿ocurrió algo malo? – le preguntó - ¿no encontraste lo que buscabas?
Anankeia subió la mirada – lo encontré – dijo y lo abrazó con fuerza.
FIN
1.