El bosque era un auténtico laberinto de árboles que se alzaban como columnas de concreto. Cada paso resonaba como un eco, la niebla se deslizaba sobre el suelo como si estuviera viva y entre los inmensos árboles a menudo se revelaban y se ocultaban criaturas que parecían salidas de un libro de fantasía. Un venado de pelaje plateado cruzó a su lado con un salto ligero, más arriba un búho blanco la observaba desde una rama retorcida, sus ojos brillaban con una inteligencia incómoda y cuando la neblina se disipó, luces verdes irradiaban una luz tenue, como si estuvieran mostrándole el camino. Al fondo, emergiendo de la bruma, se levantaba un castillo. Sus torres parecían agujas que rasgaban el cielo nocturno, y las ventanas, iluminadas por un resplandor rojo, parecían ojos vigilantes. Elisa

