—Buenos días, señora Rodríguez —dijo con voz ronca en cuanto abrí los ojos. Estábamos acostados frente a frente, semidesnudos y los ojos brillantes. Sonrió de oreja a oreja y depositó un tierno beso en mis labios—. ¿Dormiste bien? —Buen día, amor. Dormí muy bien, ¿y vos? —repliqué, conteniendo un bostezo. —Excelente. Voy a preparar algo para desayunar, podés quedarte en la cama si querés, yo vuelvo en unos minutos. Se levantó, se puso sus pantalones y camiseta y me dio un beso en la frente antes de desaparecer por la puerta. Suspiré y sonreí recordando el día anterior. —No te vayas a pisar el vestido —decía Lautaro mientras me ayudaba a bajar del auto. Rodé los ojos, había elegido este vestido que me llegaba hasta los tobillos para evitar eso. Mi amigo estaba más nervioso que yo, s