—Querida, ¿y el novio? —pregunta mi tía. ¿Por qué tienen que ser tan metidas las tías? ¡Dios mío!—. ¡No me digas que no tenés! Mi hermano se ríe por lo bajo y lo fulmino con la mirada. —Sí, tengo novio, tía —confieso. —¿¡Quién!? —cuestiona mi padre sobresaltado—. Me dijiste que no. —¿Y quién va a ser, pa? —le dice Sebastián. Se miran entre sí. Ruedo los ojos. —¿Está en Buenos aires? —interroga mi tía con tono más interesado al notar que puede haber una pelea familiar. Suspiro y niego con la cabeza—. ¿Murió? —¡Ay, tía! —exclamo—. Es del pueblo. —¿Es Rodrigo? —pregunta mi papá con los ojos abiertos de par en par. —¡Sí! —le respondemos mi hermano, mamá y yo a la vez. —¡Me va a dar un infarto! —grita y todos nos ponemos alertas cuando se toca el pecho. Luego se ríe y golpea la mesa