FAITH
Zed debía estar delante de mi con su pelo rubio y su sonrisa encantadora, no dejaría de decir lo guapa que yo estaba y de hablarme de sus cuentas contables y mil cosas más... sin embargo, levantaba la mirada y veía el pelo castaño de Nathaniel y sus cejas juntas mirándome tan extrañado a como yo me sentía, como si fuera imposible vernos allí sentados uno frente al otro.
—¿Con quién está Alan? —le pregunté.
—Con la niñera, es de confianza —dijo y yo resoplé antes de darme cuenta de lo que pareció—. Tiene cincuenta años, no me he acostado con ella.
—No me importa con quién te acuestes o dejes de hacerlo —respondí rápida.
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—Ya —siseó con burla.
—Lo digo enserio, no me importa.
Nate se rió.
—No he dicho que lo haga.
Nos tomaron nota y en cuanto el camarero se fue, Nate se pasó las manos por el pelo sin dejar de mirarme. De alguna forma u otra se sentía lo raro que era estar allí después de cosa de dos años sin ser cercanos. Habíamos pasado de serlo todo a ni siquiera saber quiénes eran nuestros amigos.
Abrí la boca para preguntarle cualquier cosa, pero él se adelantó:
—¿Llevas mucho con ese tío? —me preguntó.
—Unos cuantos meses, es un buen hombre —respondí y dudé—. ¿Tú tienes a alguien?
Hacer la pregunta fue raro, como todo entre los dos. Y de forma sutil sus ojos se volvieron oscuros y de repente su presencia al otro lado de la mesa pesaba más.
—No.
Deseé que no lo viera, pero el pecho se me desinfló como cuando revienta un globo y dejas de sentir la tensión por si te explota en la cara. Ojalá, después de todo, Nate hubiera dejado de importarme.
Tras unos segundos en silencio nos trajeron las bebidas, y enseguida la comida. Con el ambiente más relajado la conversación empezó a fluir sobre temas que no éramos nosotros. Me contó de su trabajo, de sus inversiones y de empresas (cosas que jamás me habían interesado), pero quizás no lo sabía porque desde que tenía dinero vivía con la cabeza metida en su propio culo. Yo le hablé del gimnasio, y de que hacía lo mismo que había estado haciendo los últimos seis años. Mi vida no era interesante ni mucho menos, yo no hacía viajes increíbles ni me codeaba con gente de dinero que me llevaban a sus eventos... Yo no tenía mucho que contar.
Nate estaba viajando, dándose la vida que siempre había soñado y que nos había prometido a los dos.
Yo estaba estancada en un bucle rutinario por el resto de mi vida.
—Quita esa cara pensativa.
—Solo estoy pensando en Alan —mentí—. ¿La niñera tiene mi número por si pasa algo?
No recordaba que nunca ninguna niñera me hubiera llamado, de todas saqué mi teléfono.
—Faith —llamó—. No va a pasar nada. Faith —repitió más duro.
Odiaba que estuviera inmersa en mi teléfono, siempre lo había odiado. A Nathaniel le flipaba la conexión real con las personas (o por lo menos conmigo).
—Ya ya. —Le subí más el volumen al teléfono y descubrí que estaba silenciado—. ¿Has silenciado mi teléfono?
Sacudió la mano como si no tuviera importancia.
—Deja el teléfono, si pasa algo tengo el mío.
—¡Nate! —siseé— ¿Pero cómo se te ocurre?
—No vamos a discutir aquí.
—Tú eres el que me hace discutir, ¿cuál es tu puto problema?
Resopló, como el gilipollas que había sido tantas veces.
—Si a Alan le pasa algo me llamará a mi, y si te pones así por el gilipollas de tu novio no se va a morir por no llamarte una puta noche.
¿Zed? Ni siquiera estaba pensando en él.
Dejé el teléfono resignada sobre la mesa, di un pequeño golpe y me froté la cara. Por lo menos no tenía llamadas nuevas, ni un correo de vuelta o un mensaje. ¿Me llamaría? ¿Y si se le había perdido entre los emails universitarios?
Nate me miró con las cejas juntas, siempre examinándome mientras me quise tirar de los pelos.
Suspiré. Una discusión en mitad de un restaurante no era lo que más quería hacer aquella noche.
Estuvimos en completo silencio hasta que Nate no me dejó pagar la cuenta. Después, de camino al coche, casi no intercambiamos palabra.
—Siento haberme puesto así —musité.
De reojo vi cómo me miró. Caminaba a mi lado con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta y la mandíbula apretada.
—¿Estás segura de que no me odias?
Hundí los hombros y me froté los brazos. De repente, la chaqueta de Nate me cayó a los hombros y me atreví a levantar la cabeza. Me seguía mirando y por un segundo me sentí como la adolescente que había sido, esa chica más bajita que él que siempre caminaba a su lado sintiéndose segura.
—Recibí un correo de Clara hace unas semanas.
—¿De tu hermana?
Asentí, hundiéndome más en su chaqueta.
—Quería que la llamara pero como no me atrevo le mandé mi número para que ella lo hiciera.
—Pensaba que te daban igual. Nunca has querido hablar de tu familia desde que nos fuimos —dijo, y añadió a los segundos—: Y sé que es por mi culpa.
En realidad, era por la mía. Que Nate no quisiera a mi padres era entendible porque ellos no lo querían a él; Nate me enseñó a vivir, a disfrutar todos aquellos años.
—Yo elegí seguirte a ti, así que en realidad mis problemas con ellos son cosa mía. Podría haberme quedado en casa a estudiar y esas cosas... —Sí, y esas otras cosas que mis padres tenían en mente para mi.
—¿Te arrepientes de haberme seguido?
No era la primera vez que teníamos esa conversación. Me reí, siempre había sabido que si me reía Nate me creía más en esos casos.
—Pensaba que ya estaba más que claro que no me arrepiento de nada —le aseguré con una sonrisa.
Sus ojos oscuros se clavaron en los míos y hasta olvidé a dónde nos dirigíamos por las calles. No tuvo ninguna expresión en el rostro, solo apretó los labios. En algún otro momento habría bromeado, me habría besado y me habría hecho reafirmarme en que jamás me equivocaría si era con él.
Quizás él se arrepentía de algo.
—¿Es que tú te arrepientes de algo? —me atreví a preguntar.
—De muchas cosas —aseguró—, pero de ninguna que tenga que ver contigo. Has sido lo mejor que he tenido, Faith.
Nathaniel había sido mi primer todo, así que pasara el tiempo que pasara siempre me provocaría esos sentimientos.