CAPITULO 20

1213 Palabras
De camino a casa sentí que él me miraba por ciertos segundo y cuando lo descubrí haciéndolo me di cuenta que habia culpabilidad en su mirada. —Gracias por esto. —Es lo menos que puedo hacer después años de causarte sufrimiento. “No entiendo, porque le afecta ahora lo que me hizo” —Fue mi culpa, no tuya. —Ambos sabemos que no es así, te hice trabajar sin descanso hasta tarde, incluso te quitaba tus días libres hasta provocarte… esto. Así que no me agradezcas. —Abel… El auto se detiene y él salió de inmediato. me ayudó a llegar a la habitación y luego se marchó. Pasaron las horas y no lo volví a ver, ni siquiera vino a dormir en la habitación. No se porque lo hice, pero, lo esperé y al ver que no llegaría me fui a la habitación de Violet y me acosté a su lado dándome cuenta de que ella tenia lagrimas en sus ojos. —Mamí… —murmura dormida —Perdon. Con amor la rodeo con mis brazos y atraigo hacia a mi. Beso su frente y cierro mis ojos esperando que el sueño me gane. Como podría enfadarme con mi bebé, ella es mi mundo, por ella no me importaría morir. Me desperté al sentir que mi hija no estaba conmigo en la cama, suspiro y veo que ya es tarde así que supuse que se había ido a la escuela porque era viernes. Al levantarme la puerta se abrió y la vi entrar con una charola con comida. —Te hice el desayuno mamá y sin ayuda de nadie. La miro sin creer que esté aquí. Le queria preguntar porque faltó a la escuela pero no queria molestarla, no después de lo de ayer. —Se ve delicioso. Lo tomé y lo probé, estaba rico. La miro preguntándome desde cuando mi hija sabe cocinar. —Yo… —escucho que habla —Mamá… yo te pido perdón… fui mala contigo… fue impropio de mi comportarme como los sobrinos de Papá… digo, de Abel. Por eso Dios me castigó y te enfermó… y por eso me odias. —Violet. Que dices… —sonrío con dulzura —Dios no podría enfadarse contigo solo por un pequeño error, él sabe que siempre has sido una niña ejemplar para mi y sabes que yo jamás podría odiarte. Mi enfermedad… solo fue un pequeño sacrificio para que pudieras vivir bien. ¿acaso no te dije que yo haría lo que sea por ti? —tomo su barbilla para que me mire —No es culpa tuya y tampoco de Abel, fue mi decisión y de nadie mas, porque solo queria lo mejor para ti, con eso en mente fue que pude seguir adelante desde el día en que naciste, así fue. —Mamá… —sus ojos se cubren de lagrimas —No quiero, no quiero que te mueras… —me abraza —Solo te tengo a ti. No lo pensé antes, ella solo me tiene a mi. Mis padres me echaron de la casa cuando supieron de mi embarazo y toda la familia me dio la espalda, por esa razón fue que emigré a este país, si muero, todo se termina, él la echaría de aquí y estaría sola. No pensé en eso antes de trabajar hasta el suicidio. —Lo siento hija. Le debía una disculpa a ella por no pensar en eso antes de ser tan estúpida y matarme con tanto estrés sin que me diera cuenta. —Te amo mamí. —susurra en mi pecho —Te amo mucho. Me quedé con ella y la arrullé como si fuera una bebé, tal y como lo hice cuando era una bebé y sin creerlo ella se quedó dormida en mis brazos. —Tienes un don hermoso. —era la voz de la madre de Abel —Mis hijos nunca jamás me dijeron que amaban de la forma en que tu hija te lo dijo a ti. —observa a mi hija —Supongo que por eso ellos me odian, no fui la clase de madre que tú eres. Entrecierro mis ojos y sonrio. —Ningún hijo puede odiar a su madre por mas que lo intenten. Lo sé porque lo vi en mi hija cuando pensó que tenía cáncer. Aunque ella crezca… siempre será mi bebé. —Ojalá e Isabel fuera una madre ejemplar como tú —ladea una risa —Pero esos niños ni siquiera la respetan y menos a mi hijo. Quien diría que el que parecía ser de piedra sería el hombre que queria que fuera mi esposo. —¿Eh?. —suelto confundida. —Mi hijo no ha salido de la biblioteca desde que volvieron de alguna forma piensa que es su culpa lo que te pasa. Habla con él y sé la esposa que él necesita. Jamás pensé que la señora que me queria matar cuando me vio por primera vez, ahora quería que fuera una buena esposa con su hijo. “¿No ha salido?” deje a mi hija dormida en su cama y me levante con pesadez de la cama, aun no me recupero del todo y la fiebre, así como baja, vuelve a subir, pero queria saber si en verdad era cierto lo que ella dijo, la vez pasada vi la biblioteca así que sabia donde quedaba. Estando frente a la puerta me pregunté si ya se habia ido o si aun seguía adentro, tomé la manija y la puerta estaba abierta haciéndome pensar que se habia ido pero escuché ruido adentro. Me asomé y vi que estaba adentro así que entré y cerré la puerta logrando llamar su atención. —No deberías estar en cama. —habla sin siquiera mirarme —Descanza que… —Abel —me acerco a él y tomé su mano logrando que me viera a los ojos —No es tu culpa. —Lo es. —No —Afirmo mi respuesta —Fue mi decisión porque sabia que siempre me pagaría esas horas extras. Pensaba que seria un buen dinero para poder ahorrarlo y usarlo en los estudios de mi hija. Tu solo eras… —Digas lo que digas yo fui la que te causó estrés y que no te alimentaras; yo te hice vivir un infierno… “¿Está ebrio?” No entiendo porque se culpa tanto. El olor alcohol es fuerte en su respiración. —Solo era una empleada mas… pero ahora si te impor…. Me acorroló contra los estantes de los libros, me mira con tristeza mientras su pulgar acaricia mi mejilla. Escucho que susurra un lo siento y pude sentir que en verdad estaba siendo sincero, pero hay algo mas diferente en su mirada. Sus pupilas parecían diluirse en un mar de tristeza, reflejando una culpa que pesaba más que el mundo en sus hombros. Era una mirada que hablaba más que mil palabras, una confesión silenciosa de un alma atormentada por el arrepentimiento. —Victoria… siempre amé tu segundo nombre. —me sonrojo desconcertada por su confesión. —Es… precioso. Digno de una hermosa mujer como tú. —Pero que dices Abel... —me rio nerviosa —Tu sonrisa…. Es única… me encanta. Es la primera vez que sonríes para mi… con tanta sinceridad. La amo.
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