Muevo mis dedos ansiosa, mi respiración es lenta y asfixiante, me sofoca porque podía imaginar lo que iba a pasar a cuando entrara.
—Victoria muévete que no tengo todo el día para estar esperándote.
Me sorprende mucho como él maneja la situación y también de que recuerde que debe usar mi segundo nombre como su esposa en este lugar.
Me apresuro antes de que me deje atrás y lo sigo a su lado, detiene sus pasos y me mira fijamente con una expresión interrogante, espero que me diga algo, pero no lo hace y continua su andanza y nuevamente me posiciono a su lado. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que nos estaban observando, a ambos.
Reconocí a una de las chicas con las que me llevaba más o menos, y otra que hablaba a mis espaldas de mí y cuando me vio me sonrió y asintió como si fuera una bienvenida. Confundida totalmente entro al ascensor.
—Es extraño.
—¿Qué cosa?
—La forma en que todos me miraban.
—No es algo de sorprenderse, después de todo pareces un agente secreto de los estados unidos con esa vestimenta.
“¿Será por eso?”
—Buenos días, señor Vlarios.
Al ver a la secretaria nueva en mi antiguo espacio me lleno de coraje porque por culpa de ella me echaron de aquí como un perro con sarna y eso es algo que no puedo olvidar fácilmente. Claro que ella se da cuenta de mi presencia y por la forma en que me mira es como si supiera quien soy en realidad.
—Ve por dos desayunos y no te demores.
—¿Perdón? —dijo confundida —Señor…
—Muévete de una vez —hablé tajante —El tiempo es oro así que rápido.
—Y tú quién diablos eres. —me mira como si fuera ella fuera la dueña de todo y yo una mierda
—No me hagas repetir mi orden.
Abel se aleja y ella con rabia golpea el suelo con el tacón de sus zapatos, recuerda que aun sigo aquí y mueve su cabello golpeándome en la cara con su coleta. Asqueada escupo porque dios sabrá si no toco su trasero cuando fue al baño anoche.
Al entrar a su oficina me mira y sigue mis movimientos hasta sentarme frente a él
—No sabía que tenías poder aquí.
—Tú lo dijiste, soy tu esposa y tengo ese derecho, además, seré tu asistente por lo que soy superior a ella en puesto de trabajo. —ladea una sonrisa socarrona —Y no sabes lo bien que se siente tener ese poder y más al saber que solo por su físico me quitaron mi trabajo. —abre su boca para hablar pero lo detengo al hacerlo primero —En fin, gustos son gustos, iguales en todos los hombres.
—¿Quieres decir que todos somos iguales? —se cruza de brazos elevando una ceja —¿Qué te hace creer eso?
—Porque Si. —murmuro mientras reviso las cuentas que estaban en el archivo —Como sea.
—¿Y a ti… que clase de hombres te gustan?
Lo miro por un momento.
—¿Eso importa?
—No. Pero siento curiosidad.
—¿Por qué razón?
—Con solo tenerme cerca como nosotros lo hemos estado, las mujeres caen fácilmente. Pero tú no, y eso me intriga un poco.
—Bueno. No es algo de sorprender porque ellas solo conocen una cara de la moneda y yo he visto por mucho tiempo ambas caras, pero mayormente la que no les muestras a ninguna porque si fuera así, ninguna estaría contigo en la cama, a excepción de las zorras que buscan tu dinero.
—Entonces significa que no sientes nada por mi porque soy el despreciable jefe que te hizo la vida de cuadritos.
—Que come que adivina, jefe.
—No me digas jefe, —le pregunto porque —Es extraño ahora que somos marido y mujer.
—En realidad no lo somos, simplemente somos una pareja de casados. Si fuéramos marido y mujer, tendría que acostarme contigo y claro que eso no va pasar.
—¿Por qué no?
—No soy tu tipo lógico ¿no?
—Puedo hacerte una pregunta. —lo invito a continuar —¿Cuándo fue la última vez que estuviste con un hombre?
Levanto mi cabeza y lo miro a la cara, puedo ver que ansía saber la respuesta, aunque para mí eso da igual porque no tengo ningún interés en salir con nadie o tener sexo con alguien.
—Cuando me embaracé de mi hija.
—Mientes. —se ríe —Ninguna mujer podría estar sola tantos años.
—No todas estamos desesperadas por sexo o buscar a alguien para no sentirnos solas. —su rostro se desencaja con mi respuesta —Cuando me abandonó después de obtener lo que quería me di cuenta de que los hombres fueron cortados por la misma tijera y que solo quieren diversión con las ingenuas como yo. Creí que mis padres me apoyarían, pero me terminaron echando de casa así que me enfoqué en salir adelante sola y emigré a este país embarazada de Violet para que ella al menos tuviera un futuro mejor que el mío. —me rio porque mi hija no es nada parecida a mí. —Supongo que su fortaleza se deba a que cuando aún estaba dentro de mi… yo le decía que nunca debía mostrar debilidad y menos frente a un hombre.
—Eso no puede entenderlo un bebe.
—Lo mismo pensé cuando mi madre me dijo que debía ser una buena esposa el día que encontrara a mi pareja ideal. —irónico ¿no?. A mis 24 años ni siquiera planeo casarme —Pero tomé una decisión en mi vida para cuando mi hija fuera una adulta.
—¿Cuál?
—Convertirme en monja y darle mi amor al único que ama tal como soy, Dios.
—¿No crees que estas precipitándote a tu corta vida?, —no respondo —Eres joven y puedes casarte con alguien más.
—Para vivir otra mentira con alguien que me prometa amarme y que a los meses me engañe con otra. Prefiero vivir el resto de mi vida rezándole a Dios que sufrir por un idiota que no puede controlar su pene cuando ve a una mujer desnuda.
—Es una broma, ¿no?
—Claro. —sonrío siendo amable y sarcástica—Hay que trabajar, jefe. O no llegaremos a tiempo a casa.
Él se pone de pie y acomoda su saco y antes de salir de su oficina me dice que, aunque no lo crea sería una esposa perfecta si llegara a casarme y que debería de pensar de una forma diferente de los hombres porque no todos son unos locos idiotas como él adictos al sexo.
Que él me dijera eso me deja sorprendida porque no es de ese tipo de personas que dan consejos a los demás.
—¿Enserio tuvimos esa conversación? —me cuestiono a mí misma. Agito mi cabeza en negativa —Seguramente estaba aburrido.
Antes del almuerzo, Abel fue llamado afuera de su oficina así que tuvo que salir, era la 1:00 pm y mi estomago ya me pedía comida así que bajé a comer algo al restaurante de empleados y cuando tuve todas las miradas sobre mí, recordé que había sido humillada y que todos se enteraron de ello.
Mi cara roja de la pena me delataba y justo cuando estaba por darme la vuelta e irme la chica con la me llevaba más o menos corrió y me abrazó.
—No sabes lo mucho que pensé en ti después de que el presidente te echó de aquí. Pero lo bueno es que ya se disculpó contigo por lo que pasó
“¿Qué se disculpó conmigo, pero cuando?”