Desde el momento en que él había abierto los ojos aquella mañana la sensación de incertidumbre lo invadió, siendo incapaz de siquiera concentrarse en el café que estaba endulzando. Era increíble como dependía de aquella decisión de su enemigo, en un momento se detuvo a pensar en lo que haría Irina si descubriese su verdadera identidad. Lo más probable era que él ya estuviese muerto, puesto que su desventaja era mucha. —Damián —lo llamó Bianca a sus espaldas. Con su ceño fruncido volteó a verla, era muy extraño que lo llamase por su nombre y no por el, ya común, señor. —¿Si? —respondió él un tanto desinteresado. —Yo... —se relamió los labios —quería saber cuando volvemos a Italia. —¿Por qué? ¿Dante ya no puede estar sin ti? —se rió de su propio chiste, pero paró al ver su rostro se