La dama madura, que era un modelo de decoro en el vestido y cuyo comportamiento, si se analizaba como si fuera una pieza de maquinaria, resultaba perfecto, intervino con una observación en voz baja y suave: —Pero, como muchos otros sitios incómodos, es un lugar que hay que ver —declaró—. Como de él se dicen maravillas, es necesario verlo. —¡Oh! No pongo la menor objeción, se lo aseguro, señora General —respondió la joven con aire indiferente. —Y usted, señora —preguntó el viajero entrometido—, ¿ya lo había visitado anteriormente? —Sí —contestó la señora General—. Yo ya había estado aquí. Permita que le aconseje, querida mía —añadió mirando a la joven dama que acababa de hablar—, que no exponga la cara directamente al fuego después de estar en contacto con la nieve y el aire de la monta