—¡Mire a este caballero, nuestro anfitrión —prosiguió en el mismo tono—, que todavía no está en la flor de la vida, y que preside nuestra mesa con tanta delicadeza y tan perfecta cortesía y modestia! ¡Sus modales son dignos de un rey! Cene usted con el lord principal alcalde de Londres (si es que consigue una invitación) y observe la diferencia. ¡Este cumplido caballero, cuya cara es la más finamente cincelada que he visto en mi vida, una cara de líneas perfectas, abandona una vida laboriosa y sube aquí arriba, a no sé qué altitud por encima del nivel del mar, sin otro propósito (además del de disfrutar, espero, de un refectorio excepcional) que el de albergar a pobres diablos ociosos como usted y como yo, y dejar la cuenta para nuestra conciencia! ¿No es éste un maravilloso sacrificio? ¿Q