Hacía muchos, muchísimos años que la anciana no podía siquiera mover los dedos con facilidad, pero, curiosamente, ya había dado varios golpes vigorosos en la mesa, y, al pronunciar estas últimas palabras, alzó todo el brazo, como si fuera un movimiento que hiciera de forma habitual. —¿Y cuál fue la penitencia que tuvo que cumplir esa mujer de corazón impasible y entregada a la depravación más oscura? ¿Que yo fui vengativa e implacable? Quizá se lo parezca a una persona como usted, que no conoce la rectitud moral ni atiende a otra llamada que la de Satán. Ríase, pero ahora sabrá cómo soy de veras, como ya lo sabe Flintwinch. Aunque sólo se enteren usted y esta mujer corta de entendederas. —Inclúyase a usted, madame —replicó Rigaud—. Albergo ciertas sospechas de que madame también siente c