Había llegado el día señalado, pero ni esperado ni deseado. Esa mañana nos despertamos diferente. Nos besamos tiernamente, pero prácticamente no nos hablamos, pero no por enojo sino porque sabíamos muy bien que, aunque era lo que teníamos acordado, sería algo completamente doloroso de enfrentar para los dos. Desayunamos mirándonos a los ojos, apoyándonos mutuamente en silencio, pero sabiendo que no teníamos ninguna prueba concreta que involucrara a Roberto con la muerte de Vicente, y que la decisión de Isabel era entregarle todo a su padrino, y rezar para encontrar alguna prueba algún día. Sabía que ella sentía que le había fallado a todos, pero también sabía que tenía muchísimo miedo de que lo poco que pudiera existir como prueba, y que nos llevara más tiempo conseguir, fuera borrad