Marco
Había pasado un mes desde la noche del falso compromiso, y cada vez que hablábamos de la boda, yo me sentía como si realmente fuera capaz de convencerla de hacerla realidad en el poco tiempo que quedaba para anularla.
Tanto así, que esa noche estábamos cenando en mi departamento con mis padres y mis hermanos hablando del salón y las invitaciones y yo, que jamás en mi vida había pensado en la posibilidad de casarme algún día, estaba fascinado y hasta era capaz de sugerir algunos detalles.
Pero no sucedía lo mismo con Isabel, quien parecía estar en un mundo paralelo, y contestaba todo como desganada, aunque bien podía ser por el cansancio que tenía tras haber estado tres días y tres noches seguidas de guardia en el hospital del servicio social, en el que había comenzado a trabajar
