Se quedó dormida, por supuesto. Estoy en el despacho y la veo correr hacia su mesa para dejarlo todo. Trae un café en la mano y no tarda en llamar a mi puerta y pasar. — Traigo café —me lo enseña. Lleva un vestido color beige ajustado y unos tacones del mismo color. Su pelo entre castaño y rojo parece un nido de pájaros en su cabeza y me apoyo en el respaldar de la silla para mirarla. — Ya tengo café —lo señalo encima de mi mesa—. Llegas tarde. — Las sábanas, no me dejaban irme. — Que no vuelva a pasar. — De acuerdo. — Y péinate, por favor —le pido. — Me he peinado —frunce el ceño. — No me jodas —murmuro volviendo la vista al ordenador. Ella sale del despacho sin decir una palabra y cojo mi teléfono para después mirar cómo intenta acomodars