Mientras Shelly lloraba y se resignaba en aquél memorable sofá, Michael y su hermanita volvían a casa. Shelly tuvo que limpiarse las lágrimas deprisa y fingir una sonrisa de bienvenida.
—Volvieron muy rápido... Sniff... ¡Me alegro! —comentó Shelly, cubriéndose las manos con las mantas.
—¡Achú! —Estornudó Michael. —Sí... te dije que estaba muy cerca... Betty... ¿no vas a saludar a Shelly?
—¡Sí! —gritó la pequeña. Luego fue corriendo hasta el lugar donde estaba Shelly acurrucada y le dió un fuerte abrazo y un besito en la mejilla.
—¡Qué linda eres! —comentó Shelly.
—¿Cómo te sientes Shelly? Tienes tus ojos todos hinchaditos... Y tu cara toda rojita... —dijo Betty.
A estas señales, Michael se alertó. Creyó que Shelly había empeorado y fue a revisarla. Le puso un termómetro nuevo que
