Cuando me senté en el sofá, me quité los zapatos y me puse a mirar una foto nuestra siendo felices juntos que todavía tenía guardada en un libro. Era la última que tenía en algún lugar, al alcance de la mano, pues las demás las había guardado hacía tiempo.
Fue extraño abrazarnos de la manera en que lo hicimos porque todavía nos amábamos, pero ya no había deseo. Fabrizio había reconocido su problema y yo lo había perdonado, si es que todavía quedaba algo que perdonar, porque yo sentía que más que eso, se trataba de comprender y aceptar que cada uno es como es y hace lo que mejor le sale para pelear por las cosas que realmente quiere, o para rendirse cuando ya no sabe qué hacer con lo que le pasa... como le había pasado a él, que se rindió al darse cuenta que no era capaz de soportar sus propios celos, sus propias inseguridades.
Esa noche, con ese abrazo, Fabrizio y yo nos habíamos perdonado, nos habíamos comprendido, nos habíamos aceptado… ¡Nos habíamos soltado!
Esa noche fue la noche en que tomé esa última foto juntos siendo felices como pareja y la puse con las demás, en el cajón de los recuerdos bonitos y de los momentos que ya no volverán a repetirse jamás que descansa en el fondo de mi armario. Porque pase lo que pase, no quiero dar ese paso atrás en mi vida para atarme a una persona que no puede aceptarme tan libre e independiente como soy, por mucho que me ame.
Esa noche fue el punto de inflexión que ambos necesitábamos para continuar con nuestra vida ideal. Porque al fin y al cabo, el secreto de la felicidad es ese: ser capaces de vivir como nuestro deseo y nuestra libertad de elección nos permiten y en este caso, estaba claro que sería por separado y dejando que entre nosotros existiera solamente una relación laboral y una bonita amistad, que no era poca cosa.
¡Claro que no fue fácil! Pero con el paso del tiempo avanzamos tanto en la transformación de ese amor en cariño que nuestra amistad pasó a ser única. Para mí se transformó en una amiga más y ahora disfruto del recuerdo de lo que fuimos, pero más disfruto de saber que pudimos seguir adelante y ser capaces de ser nosotros mismos, respetando nuestros deseos y decisiones desde un ámbito tan bonito como la amistad.
Exceptuando algunos detalles, volví a contarle todas las cosas bonitas y las no tanto que me pasaban en el día a día, y él siempre estaba allí acompañándome y conteniéndome. Y al revés lo mismo, tanto que hace algunos meses, oficié de Cupido para convencer a su actual pareja de hacerle caso…
Fabrizio - ¡Necesito pedirte un favor! (sonrojado, mientras desayunábamos en la cafetería de la empresa, antes de subir a nuestras oficinas para empezar a trabajar)
Leti - ¡Dime! (bebiendo un poco de mi te) Te noto… ¡raro! (frunciendo el seño con un gesto divertido)
Fabrizio – Verás… (Sonrió) Conocí a una chica muy bonita y que me gusta bastante… (Podía notar que fruncía el entrecejo aún cuando sus anteojos de sol cubrían gran parte de su rostro, el que miraba fijamente al plato con aquel tostado sin tocar todavía)… bueno, hemos estado hablando por i********: las últimas semanas. No es que la conozca físicamente aún…
Leti – ¿Pero…? (si me lo planteaba de esa manera, era porque algún pelo al huevo le había encontrado)
Fabrizio – Pero… (Miró al costado y al cabo de unos segundos siguió hablando) pero no me hace mucho caso, no quiere salir conmigo… ¡ya sabes que no tengo buena fama con las mujeres! (resopló)
Leti - ¿Y qué puedo hacer yo? (abriendo los brazos y girando mi rostro, mientras sonreía divertida) ¿En qué puedo ayudarte?
Fabrizio – En… ¿Hablar con ella? (lo miré sin comprender demasiado)… digo, si no te molesta.
Leti - ¿De qué clase de mujer estamos hablando? (muy seria)
Fabrizio – Ja Ja Ja tranquila… ¡de una mujer muy normal! (sonreí)… tiene 28 años, trabaja en Pirelli, ¡no creo que la conozcas! (elevando el dedo índice de la mano izquierda para que no lo interrumpiera al ver que abría la boca, seguramente para insinuarle esa posibilidad) es relativamente nueva allí, así que es imposible que estuviera cuando tu les hacías las consultorías externas a su jefe…
Leti – Fabri, sácame de una duda… (Procurando no reírme, mientras él se quitaba los anteojos para mirarme fijamente)… ¿todo eso te lo ha contado ella o acaso la has investigado como a las demás?
Sonrió. Lo vi sonrojarse mientras volvía a prestarle atención a su plato, esta vez para comenzar a comer el tostado que había estado allí abandonado desde que el mozo se lo había servido.
No me contestó pero en él, el silencio vale más que mil palabras. Desde nuestra separación, mandaba investigar a todas las chicas con las que intentaba salir… ¡El nuevo Fabrizio Ricci quería tener certezas en todos sus movimientos!... Dentro de las chicas que le gustaban, las elegía en base a ciertos criterios, pero sobre todo, quería que fueran completamente distintas a mí en su carácter, es decir, que pudieran adaptarse a su mundo y de cierta manera, olvidar sus identidades.
Pero convencida de que podía al menos intentarlo, allá me fui esa misma tarde a Pirelli, con la excusa de ir a saludar a varias de las personas con las que había trabajado en su momento, cuando les realizaba las consultorías, justo antes de terminar el máster en La Sapienza, la Universidad que pertenece a la familia Ricci.
Tras haber hablado de la vida de la langosta y recordado muchísimas anécdotas con el que alguna vez fue mi jefe allí, me acerqué a la famosa Giovanna, la chica nueva que había maravillado a Fabrizio... la que le contestaba sus mensajes de i********:, pero que no quería saber nada sobre salir con él a pesar de su insistencia.
Curiosamente era la secretaria de mi ex jefe y este me la presentó apenas llegué, por lo que todo se hizo más fácil, y como era la hora del té, de inmediato la invité a una cafetería cercana con la excusa de charlar sobre algunos temas de trabajo. Pero apenas nos acomodamos en el lugar, expuse mis verdaderas intenciones…