Habían transcurrido tres días desde la última vez que Sebastián había cruzado palabra con Mariana. La veía todos los días, sí, pero el sonido de su voz, era una melodía casi mitológica que esperaba escuchar por simple casualidad, sin embargo, era una dicha que él había dejado de recibir incluso en clases.
Había pensado, en todo, lo típico que se hace cuando se ruega un perdón o una absolución de pecado mortal, pero cosas como flores o joyas no iban de la mano con Mariana exactamente, no cuando ella solo era una alumna a la que había ofendido con sus acciones pecaminosas, por lo que llegar con un ramo de flores, sería ahuyentarla aún más.
Estaba en su habitación, escuchando música mientras movía algunos libros que había estado leyendo antes de dormir y mientras los acomodaba en una peque
