Días después: 2 de octubre
Ha tomado unos días que el doctor le diera de alta, sobre todo por su lado emocional. Él quería asegurarse que, al irnos de aquí, ella estaría bien. Sinceramente, no sé cuánto tiempo le lleve estar “bien”, pero por ahora me conformo con saber que está a salvo. Me duele verla, así como esta, es como si aquella mujer que saque de aquella cabaña hace un tiempo atrás, ya no existiera. Mi torbellino ya no arrasa con su risa, con su manera tan espontanea de ser… ahora su quietud me preocupa, y ni hablar de cuando no dice nada. Sin duda alguna sus silencios son el ruido que más miedo me da.
—¿Preparada?— Le pregunto tomándola de la mano y ella asiente.
—Salgamos de aquí— Me pide y sin más aprieta mi mano para que salgamos de este hospital que ha sido testigo de todas las lágrimas que derrame por ella y por todo lo que le han hecho.
[…]
Planear esta huida no ha sido fácil, sabía que para que nada nos volviera a afectar debía poner no solo tierra de por medio, sino que irnos a un sitio donde ella pudiera recuperar la calma. Por ahora volver a casa no es un opción, no cuando siguen desarmado aquella red y somos vistos como enemigos. Su padre fue claro, no quiso que le dijera donde íbamos, por ende, cumplí. Incluso me tome el atrevimiento de alquilar un jet privado para que nos llevara a nuestro destino, con la única diferencia que el piloto soy yo.
—No sabía que eras piloto— Me comenta y al menos escucharla hablar me hace sonreír.
—Ser militar tiene sus ventajas, te entrenan en muchas cosas y esta fue una— Le cuento a través de intercomunicador.
—¿Y me dirás donde me llevas?— Me pregunta mirándome a la cara y la observo por un momento.
—Al paraíso, a un sitio donde solo estaremos tú y yo. Te voy a hacer olvidar de absolutamente todo lo malo, te lo prometo— Le aseguro y esboza una tímida sonrisa.
—No sé cómo volver a ser la misma… siento que me perdí en el camino— Me cuenta con tristeza.
—No importa, yo te ayudare a que te vuelvas a encontrar. Te prometo que vamos a dejar toda esa basura atrás, que solo nos dedicaremos a ser felices y reconstruir nuestras vidas— Insisto y asiente.
—Confió en ti— Susurra y que una persona confié en ti en medio del caos que lleva por dentro, definitivamente es la más grande prueba de amor que pueda existir.
—No te defraudare— Le aseguro y continuo rumbo a nuestro lugar seguro.
[…]
Fue muy difícil elegir un sitio donde todas nuestras necesidades se amoldarán. Por una parte, ir a Europa era un no rotundo ya que no sabemos quiénes quedan libres de aquella red. Quedarnos en Argentina, era un s******o, e irnos a una gran ciudad podía convertirse en una trampa mortal si alguien nos encontraba. Por ende, busque una isla donde pudiésemos tener una casa a orillas del mar y un barco cerca en caso de que nos tuviéramos que ir una vez más.
—¿Qué opinas?— Le pregunto cuando ya estamos en la carretera rumbo a nuestro nuevo hogar —¿Habías venido alguna vez a Colombia?— Cuestiono y me mira.
—A Cartagena, una vez en un crucero… pero ¿La isla de San Andrés? Jamás— Me cuenta y sonrió.
—Entonces bienvenida a nuestro paraíso— Hablo cuando doblo en la calle que nos lleva a nuestra solitaria casa y desde donde se puede ver ese mar tan azul que pareciera sacado de una fotografía de internet.
—Guau…— La escucho decir y me encanta que haya podido sorprenderla.
—Es nuestro nuevo hogar, tiene tres habitaciones, dos pisos, un cuarto para resguardarnos de lo que sea, y en caso de que tuviéramos que salir rápido de aquí, tenemos un yate amarrado al muelle— Le cuento y puedo darme cuenta de la manera que me mira.
—¿De dónde has sacado el dinero para todo esto?— Averigua.
—Tu padre, así que no te preocupes ¿sí? Estaremos bien aquí. Empezaremos de cero y solo cuando todo esté resuelto, volveremos a casa— Le explico con la mayor sinceridad que puedo.
—Yo solo quiero que estemos bien, que nadie nos haga daño nunca más— Me pide y una vez que estaciono en la entrada de coches de la casa, detengo el auto y me giro para verla de frente.
—Vamos a estar bien. Seremos valientes y superaremos todo lo que nos pasó— Le digo y acaricio su rostro con delicadeza.
—No quiero alejarme nunca más de ti— Susurra y sonrió.
—No nos alejaremos nunca más, te lo juro— Le respondo con seguridad y es ella quien, en un acto de valentía, se acerca a mis labios y me besa dejándome saber que a pesar de las dudas que esconde su beso, ella sigue amándome igual o más que como yo la amo a ella.