Cameron Price suspiró cansada. El reloj pegado en la pared avanzaba lentamente, convirtiendo aquel instante y haciéndolo aún más tortuoso de lo que ya era. Una secretaria, con un ajustado moño en su cabeza, le dirigía miradas de vez en cuando, como si la estuviera evaluando. Cameron no creía que fuera para menos, después de todo no era la única joven allí. Un montón de chicas esperaban ansiosas mientras que sus padres terminaban de rellenar los formularios en otra oficina, así como entregando los antecedentes de sus hijos. “No tendrás problemas para ingresar”, había decidido su madre, de forma satisfactoria al ver sus notas. Cameron no pudo evitar sentir que había cavado su propia tumba. ¿Y es que en qué momento se le había ocurrido ser una excelente alumna? Tras eso, bueno, ella s