Con el paso de los días, Pablo se sentía más tranquilo. La charla con su pequeño primo había aliviado el estrés de forma significativa, y, además de eso, sus constantes conversaciones con Maddie, lo ayudaban a mantener la mente fría cuando comenzaba a perder el control. La chica quería comprobar que a él también le gustaban los chicos, cosa a la cual Pablo se negaba con todas sus fuerzas. No era esa clásica etapa de negación: él se encontraba seguro. Los chicos no le gustaban. Cam, por otra parte… —Tal vez solo te guste y ya. No puede ser muy raro, ¿cierto? —No, porque eso significaría que me gustan los chicos —replicó él, frunciendo el ceño en dirección a la joven sentada a su lado—. Y no me gustan los chicos. —Eres un hueso duro de roer, Pablo —respondió ella a modo de burla. —Y