—Tienes razón —le dije, luego de varios segundos de calma. —Siempre la tengo —afirmó ella, sonriente—. Sólo que al resto le toma tiempo darse cuenta. Sonreí de pronto. —Gracias. —No hay de qué. ¿Tienes idea de lo feliz que me hace el verte feliz? —me preguntó sonriente. —Eres una amiga genial —afirmé entusiasmado, justo antes de abrazarla. La chica se vio sorprendida, pero segundos después, no dudó en corresponder a mi abrazo. —Siempre para ti, viejo. —¿E-Ethan…? Me quedé frío y me separé de Ameliè, volteando sorprendido. —¿Natalie? —pregunté, al verla a un par de metros de distancia. ¿No se suponía que estaba en casa? ¿Cómo había llegado allí? —Hola… —saludó ella, con ojos muy abiertos, seguramente por la escena. Sabía que un día tenía que revelarle la verdad sobre el traba