G-DIEZ Parte 1
1 de abril, 7:13 am.
El archiduque Fausto abrió los ojos justo cuando el traqueteo del carruaje alcanzaba su ritmo más monótono. El interior, bañado por la luz dorada que se filtraba entre las cortinas, olía a cuero y a polvo del camino. Frente a él, el Barón Rafael Elvore, su consejero personal, repasaba con paciencia el informe que tenía en las manos.
— ¿Ha dormido bien, alteza? — preguntó con voz grave.
Fausto suspiró — tuve un sueño bastante extraño, aunque lo he olvidado. Es una pena, estoy seguro de que era bueno.
El barón sonrió y dijo — es importante que esté despierto, pronto llegaremos a la villa Valmire y conocerá a la prometida de su alteza, el príncipe Hermes.
Fausto se acomodó y estiró los brazos — ¿qué has averiguado de ella?
El Barón acomodó las hojas — según su descripción es una mujer hermosa, inteligente y virtuosa, sus pasatiempos favoritos son la pintura, la poesía y el bordado. Disfruta de los paseos a caballo, la jardinería y conoce los bailes de salón.
Fausto levantó las cejas — acabas de describirme a la mitad de las mujeres en el imperio. Si es hermosa o hábil, es irrelevante. Necesitamos una mujer fuerte.
— De acuerdo a mi esposa, todas las mujeres tienen una gran fortaleza, alteza.
Fausto miró por la ventana — eso espero.
El carruaje aminoró la marcha al acercarse a un claro del bosque. De pronto, un grito desgarró la mañana, cortando el aire como una flecha. Ambos hombres se tensaron. Fausto vio un caballo desbocado a la par del carruaje con una mujer de jinete — hay que ayudarla — dijo y dio la vuelta para descorrer la cortina del otro extremo — Sebastián.
Su caballero y escolta personal, sir Sebastián Lores se acercó a la ventana — alteza.
— Hay una mujer sobre un caballo desbocado, ve por ella.
Sebastián dudó. Un segundo grito se escuchó de pronto, pero él negó con la cabeza — no la conocemos, podría ser una trampa. Alteza, quédese en el carruaje.
Fausto abrió la puerta e ignoró los gritos de advertencia del barón. Sebastián por su parte, ordenó que detuvieran el carruaje y Fausto bajó de un salto en cuanto fue seguro, para ir a la parte de atrás.
— Dame tu caballo — le pidió a uno de los soldados. Montó y se alejó velozmente.
Sebastián maldijo entre dientes, si hubiera sabido que el archiduque cometería un acto tan imprudente, se habría ofrecido a ir por la joven. Tiró de las riendas y avanzó de prisa.
El estruendo de cascos retumbó entre los árboles, la joven jinete, pálida de terror, se aferraba a la crin de un caballo desbocado que corría sin control. El caballo, presa del pánico, se dirigía directo hacia una zanja profunda.
El tiempo pareció ralentizarse. Fausto corrió, esquivando ramas y raíces, hasta colocarse en la trayectoria del caballo. Con un grito y una determinación férrea, se lanzó hacia el caballo, logrando sujetar las riendas en el último segundo. El caballo relinchó, se encabritó, y Fausto intentó detenerlo, pero no funcionaba.
— ¡No puedo detenerlo! — gritó la joven, aferrada a la crin y con los ojos llenos de terror.
Fausto se acercó lo suficiente para que sus voces se cruzaran entre el estrépito — ¡salta hacia mí! ¡Confía! — le gritó, extendiendo los brazos.
Ella dudó un instante, pero la desesperación pudo más. Cerró los ojos y se lanzó. Fausto la atrapó en el aire, y juntos rodaron por el suelo cubierto de hojas rojas, amortiguando la caída entre el crujido de las hojas.
Por un momento, solo se escuchó el jadeo de ambos y el lejano relincho del caballo, ahora libre de peso.
Fausto, aun sujetándola, la miró con preocupación — ¿estás herida? — preguntó, su voz suave pero cargada de ansiedad.
Ella negó con la cabeza y susurró — no, gracias a usted.
Sebastián detuvo a los dos caballos y lanzó una mirada al vacío: la altura, los riscos, las piedras en la parte baja y la corriente. Una caída habría significado una muerte segura. Negó con la cabeza y miró a la joven con precaución, fuera una trampa o un accidente real, identificó a la joven como peligrosa. Después bajó del caballo para encontrarse con ellos — alteza — se adelantó y tomó las riendas del caballo de la joven para separarla del archiduque.
Fausto no lo notó, estaba bastante impresionado, liberó dos botones de su camisa y después miró a la joven — señorita, es muy peligroso andar sola por el bosque, si gusta podemos escoltarla a casa.
Ella asintió — muchas gracias, la villa de mi familia no queda muy lejos, tal vez hayan escuchado hablar de ella. La villa Valmire.
Fausto subió la mirada y se interpuso para detenerla — disculpe, ¿cuál es su nombre?
Ella enderezó la espalda antes de responder — lady Liana Valmire, mi lord.
Fausto volvió a respirar. Por un momento pensó que esa mujer era lady Erika Valmire, la prometida de su hermano y que estuvo a punto de perderla en un accidente. Aunque, un accidente sufrido por la hija menor de la familia también se consideraba una tragedia.
Se compuso para presentarse — es un placer conocerla, lady Valmire, soy el archiduque Fausto, casualmente voy de visita a la villa de su familia.
Liana abrió los ojos con sorpresa — lo recuerdo, mis padres dijeron que hoy tendríamos visita, pero no me dijeron de quién se trataba, muchas gracias por salvarme alteza, pero — se mordió el labio — espero que no resulte inapropiado.
Tras decir esto, sir Sebastián empujó el caballo del archiduque, interponiéndolo entre la pareja
— Quisiera que no mencionara el incidente a mis padres — pidió Liana, alejándose del caballo — piensan que cabalgar es muy peligroso y si les menciona lo que pasó, no me dejarán volver a montar.
Fausto sujetó al caballo y miró a Sebastián sin comprender su actitud, después volteó a ver a la joven — entiendo a sus padres y en mi opinión, hacen bien en protegerla, pero si eso es lo que desea, de mis labios no escapará ni una sola palabra.
Liana sonrió.
El carruaje estaba en el claro y el Barón Elvore los esperaba con expectación — alteza, que gusto verlo de vuelta.
— Todo está bien — dijo Fausto — Barón, le presento a lady Liana Valmire.
El Barón se sorprendió — encantado, mi lady — después miró el camino por donde el caballo había salido desaforado — eso fue un encuentro fortuito muy afortunado, si no hubiéramos pasado por aquí, no imagino la tragedia que pudo haber ocurrido.
Fausto estuvo de acuerdo y dijo — ella nos acompañará a la villa, y pidió que no mencionáramos el incidente.
— Entiendo — dijo el Barón.
— gracias, de verdad — dijo Liana y tomó la mano de Fausto para subir al carruaje, al acomodarse, esperó un momento y notó que el Barón se sentaba a su lado mientras que el archiduque se sentaba en el lado que estaba vacío. Mantuvo la sonrisa — no sé qué habría sido de mí sin su ayuda. Estoy tan agradecida.
Fausto le dedicó una mirada cálida, intentando restarle importancia al peligro que acababan de enfrentar.
— A mí también me alegra que esté bien — dijo el Barón.
Durante pocos minutos el ambiente se volvió silencioso hasta que Liana habló — alteza, mis padres mencionaron que tendríamos visita, pero no me dijeron la causa, ¿qué lo trae por el valle?
— Como debe saber, lady Valmire, mi hermano el príncipe Hermes está comprometido con su hermana, lady Erika. Mi visita es para planificar los detalles de la boda, según mi madre, mi hermano ya está en edad de contraer matrimonio y hemos aplazado este evento por demasiado tiempo — respondió Fausto.
Liana asintió — es una buena noticia, mi hermana ha estado muy desesperada. Como bien sabrá, lleva diez años comprometida y aún no se habla de la fecha de la boda. Esto la tranquilizará mucho.
— “Desesperada” es una palabra muy agresiva, lady Valmire — le dijo el Barón.
Liana se sorprendió — solo si es un hombre, para mí la desesperación es algo común, ¿no le parece archiduque?
Fausto sonrió. En parte porque era increíble lo rápido que Liana había superado su riesgo de muerte, él aún seguía impresionado — como dice, pienso que las emociones son diferentes dependiendo de la persona. Aunque difiero al creer que se trate de un asunto de géneros. Pero, ya que estamos aquí, hábleme un poco de su hermana.
El rostro de Liana se iluminó — Erika es increíble, mamá dice que pinta como los ángeles y que su bordado es tan bueno como el de las mejores costureras del imperio, también tiene un toque suave para la jardinería. La primavera pasada sembró rosas, si lo desea, cuando estemos en la villa puedo llevarlo a que las vea. Ella es — suspiró — la mejor hermana que podría pedir, tan generosa, inteligente y valiente. El príncipe heredero es muy afortunado.
Fausto sonrió ante la devoción de Liana.
El carruaje aminoró la marcha al acercarse a la entrada de la villa y se detuvo frente a los altos portones de hierro forjado. Justo antes de detenerse, Liana frunció el ceño y soltó un leve quejido, llevándose la mano al tobillo.
— Ay… creo que me lastimé al saltar. Me duele un poco — dijo, mirando a Fausto con ojos suplicantes — ¿sería mucha molestia si… me ayuda a bajar?, no quiero que mis padres me vean cojeando.
Fausto, sin dudarlo, se inclinó hacia ella y la tomó en brazos con delicadeza — será un honor, lady Valmire.
Mientras él la cargaba fuera del carruaje, Liana sonrió y se aferró a los hombros de Fausto. El gesto sorprendió al barón y dejó a sir Sebastián sin palabras.
En la entrada un hombre vestido con ropa de campesino cargaba una bolsa de tela de costal y se detuvo al verlos — muy buenos días, mi lord — los saludó sin saber cuál de todos era el noble y realmente no importaba. Terminado el saludo, siguió su camino.
Lady Elina Valmire salió de prisa al ver a Liana — ¡hija! — exclamó y al instante su expresión cambió — ¿qué fue lo que hiciste?
Lord Cédric Valmire, padre de Liana también bajó los escalones, a su lado estaba el conde Marius Valmire, hermano mayor de Cédric y en la parte superior solo quedó una persona.
Lady Erika Valmire.
Todas las descripciones se quedaban cortas, Erika era más que hermosa... pero ¿virtuosa?, eso era debatible. Fausto lo sintió al instante en que la vio. Erika tenía los brazos cruzados, el rostro ligeramente inclinado y una mirada cargada de desprecio. Después de unos segundos, ella giró para regresar a la casa sin importarle que su hermana estuviera herida.
Erika no dijo una palabra… pero Fausto sintió un escalofrío, como si acabaran de declararle la guerra.