G-DIEZ Parte 3

2354 Palabras
Esa mañana, después del banquete. Fausto caminó por el jardín de la villa junto al barón Rafael Elvore y sir Sebastián para hablar sobre lady Erika. — Esperaba un poco más de… emoción — dijo Fausto mientras caminaba. El aire fresco de la mañana arrastraba el aroma de las rosas y el murmullo de las fuentes, creando un ambiente sereno que contrastaba con la tensión de los días recientes. — Llevo tiempo lejos de la corte, Rafael, tú tienes tres hijas, ¿es así como se comportan después de descubrir que se casarán en un mes? — Alteza, la mayor de mis hijas es aún muy joven para pensar en el romance — respondió el Barón. — Cierto — anunció Fausto. Pasó la mirada a Sebastián. — Tengo hermanas — le respondió su caballero — y sí, lady Erika es muy reservada y poco expresiva para una joven de su edad. Fausto asintió — como dije estoy en lo correcto. Algo no está bien con ella — dijo y dio la vuelta para seguir caminando — lady Elina es como toda madre preocupada, lord Cédric es bastante pasivo para mi gusto, el conde Marius me pareció muy optimista, lady Liana es… — hizo una pausa — bueno… lady Erika es la que me preocupa. El Barón asintió, cruzando los brazos con gesto pensativo — en mi opinión, algo en ella me recordó a las doncellas de la corte. La expresión, la forma en que juntaba las manos. Creo que había una doncella de la emperatriz con una postura similar, ¿la recuerda? Fausto siguió caminando — no estoy familiarizado con las mujeres que fueron doncellas de mi madre. Según nuestros reportes lady Erika tiene diecinueve años y ha pasado toda su vida en este valle — declaró Fausto. Sebastián sujetó el hombro de Fausto y se llevó la otra mano a su espada en actitud protectora, después señaló uno de los arbustos. Fausto giró la mirada, vio el pequeño movimiento de las hojas y después, un poco de la falda que estaba en la parte de abajo. Puso la mano en el hombro de Sebastián indicándole que se relajara. Fingiendo no haber notado nada, se acercó con paso sigiloso y, de un salto, apartó las ramas, descubriendo a Liana agazapada, con los ojos muy abiertos y una sonrisa traviesa. — ¡Vaya, vaya! — exclamó Fausto — ¿espiándonos, lady Valmire? Liana se levantó de un brinco, ruborizada pero divertida — solo quería asegurarme de que no hablaran mal de mí — replicó, cruzándose de brazos con fingida indignación. Fausto sonrió — ¿y qué hará si lo hacemos? — Entonces tendré que castigarlo, alteza — respondió Liana, acercándose también, con una chispa de picardía en la mirada — quizá obligarlo a bailar conmigo en el próximo baile. Fausto no esperaba esa respuesta. Como anticipó, Liana era muy fácil de interpretar y muy atrevida para su edad. Sin pensarlo, tomó su mano y la besó suavemente en el dorso — sería un castigo encantador — susurró, mirándola a los ojos. Sebastián se mostró muy intranquilo y mantuvo la postura tensa. A su lado, el barón le recordó que debía relajarse. Liana bajó la mirada, sonrojada, pero no retiró la mano. Desde una ventana del piso superior Erika observó a su hermana sonreír con dulzura, al archiduque Fausto besarle la mano y acto seguido, cerró la cortina. No necesitaba mirar el resto. En la otra pared había otra ventana, desde ahí vio a Mirella, una empleada que trabajaba en el jardín y que le robaba miradas a Elric, un cargador que trabajaba en la cocina, ambos llevaban un par de semanas coqueteando y entre gestos y señas, acordaron una cita. Pronto, la noche envolvió los muros de la villa Valmire en un silencio apenas roto por el lejano ulular de un búho. Fausto, ya se había quitado la chaqueta y desabrochado los primeros botones de su camisa, se recostó en la cama de su habitación, dejando que el cansancio del día lo arrullara. De acuerdo al itinerario tenía dos días más para descansar antes de iniciar el viaje de vuelta al castillo y quería disfrutar de ese tiempo. Unos suaves golpecitos en la puerta lo sacaron de su letargo. Fausto se incorporó, extrañado por la visita a esas horas. — ¿Quién es? — preguntó en voz baja. — Soy yo… Liana — susurró la joven al otro lado, apenas audible. Fausto sonrió, divertido y algo sorprendido. Se acercó y abrió la puerta con cautela. Liana, envuelta en una bata ligera, lo miraba con ojos brillantes. — ¿No debería estar en su habitación, lady Valmire? — bromeó Fausto, cruzándose de brazos. Liana se encogió de hombros, fingiendo inocencia — no podía dormir… Quería agradecerle de nuevo por hoy. Y… — bajó la voz, ruborizada — quería asegurarme de que estuviera bien. El clima puede ser muy frío para los forasteros. Fausto la miró con ternura, acercándose lo suficiente para rozar su nariz con la punta de su dedo — regrese a su habitación, lady Liana, no lo diré dos veces — la empujó ligeramente y cerró la puerta. Del otro lado de la puerta Liana soltó una risita y dio la vuelta con una lámpara entre los dedos para regresar a su habitación. No importaba, porque si no era esa noche, sería en otra ocasión y al mirar hacia atrás dijo — buenas noches, archiduque. Fausto volvió a recostarse y en esa ocasión dormitó por unos veinte minutos cuando nuevamente, escuchó el golpeteo afuera de su puerta. Liana era linda, de apariencia inocente, aunque a Fausto le dio la impresión de que no lo era. De no tener cuidado, podría terminar comprometido en contra de su voluntad. Lo mejor era cortar la conexión antes de que algo más sucediera. Abrió la puerta con un gesto divertido. — ¿No puede dormir o…? La sonrisa se le borró al ver a Rafael Elvore, su consejero, de pie en el umbral, el rostro grave y la voz apremiante. — ¡Alteza, disculpe el atrevimiento, pero debe venir de inmediato! Lady Erika ha desaparecido. Nadie la ha visto desde la cena. Todos en la villa la buscan. El corazón de Fausto dio un vuelco. — Vamos — dijo, tomando su chaqueta de vuelta y con la gran urgencia de encontrarla. Ambos avanzaron por los pasillos, el barón iba tan rápido como podía, mientras que Fausto corría y bajaba los escalones de dos en dos para llegar al recibidor y escuchar lo que los sirvientes murmuraban. Teresa, doncella de Erika, fue la última en verla. Esa noche, después de la cena, Erika le pidió que le prepara el baño, Teresa limpió el cuarto de baño, preparó el agua y cuando todo estaba listo volvió a la habitación y la encontró vacía. Al comienzo pensó que Erika y ella se habían cruzado en el camino, pero varios minutos después se asustó y buscó a los señores Valmire. La habían buscado en la mansión, en los jardines, también en los establos. Erika había desaparecido. Lady Elina, pálida de preocupación, ordenó a los sirvientes registrar cada rincón nuevamente. — ¡Cómo es posible que nadie la haya visto! — dijo Elina con voz quebrada. Fausto sintió las manos tensas. Estaba extrañamente asustado. A su lado llegó Sebastián — alteza, envíe a los soldados a revisar los alrededores, no parece que haya habido alguna intromisión. Fausto frotó su barbilla mientras pensaba en voz alta — nuestra llegada no fue anunciada, tomamos dos soldados y una carreta sin emblemas. No es una amenaza en contra de mi hermano, esto tiene que ser otra cosa, quizá salió al bosque a dar un paseo — peinó su cabello hacia atrás esperando que sus pensamientos fueran correctos. Entre los sirvientes que corrían con lámparas de aceite en las manos estaba Liana. Ella vio a Fausto y corrió de prisa — archiduque, estoy muy asustada — tomó la mano de Fausto — ¿qué pasará si mi hermana no aparece? — No — dijo él — ella tiene que aparecer — pensó en voz alta y bajó la mirada — lady Liana, vaya con lady Elina, nosotros seguiremos buscando — liberó su mano y se alejó corriendo. — Pero — gimió Liana. El conde Marius estaba nervioso e interrogaba a la doncella de Erika afanosamente, lord Cédric también hablaba con los sirvientes y dirigía la búsqueda hacia el bosque. Fausto tomó un caballo y le dijo a Sebastián — no me sigas, abarcaremos una zona más grande si buscamos por lugares separados. — Mi deber es protegerlo, alteza. — Tu deber es tener prioridades, ella será la emperatriz — dijo en voz baja — haz tu mejor esfuerzo y encuéntrala antes que yo — tiró de las riendas. A regañadientes, Sebastián aceptó tomar otra ruta. Fausto aceleró el paso, guiado por un mal presentimiento. Había dividido la búsqueda, y ahora estaba en la penumbra. Los gritos de la villa se sentían como un eco lejano. Cerró los ojos y, sin pensarlo, tiró levemente de las riendas, confiando en el instinto. Su respiración se calmó. Al abrir los ojos su mirada apuntaba hacia el cielo cubierto de estrellas, había una hermosa luna llena y bajo esas luces blancas distinguió una formación inusual de nubes. Era humo que surgía de entre los árboles. Fausto tiró de las riendas de su caballo y aceleró el paso con dirección al este. El caballo que tomó era rápido, había descansado gran parte del día y estaba listo para una carrera larga, Fausto recordó la conversación con el Barón Elvore sobre Erika. “Sus pasatiempos favoritos son la pintura, la poesía y el bordado. Disfruta de los paseos a caballo, la jardinería y conoce los bailes de salón” Si ella también iba a caballo, debía darse prisa. El aire olía a humedad y a hojas frescas, pero pronto un aroma a humo quemado lo invadió. La fuente del humo estaba cerca. Fausto espoleó su caballo, guiado por el resplandor anaranjado que apareció en el horizonte. Al llegar a un claro, la escena lo golpeó como un puñetazo: el granero ardía, las llamas devoraban la madera y lanzaban chispas al cielo nocturno. — ¡Ayuda! —un grito ahogado se escuchó de pronto. — ¡Erika! —exclamó Fausto, sin dudar y aceleró el paso, pero el grito vino de una mujer que estaba entre los árboles mirando el granero en llamas. — Por aquí, la señorita Erika — dijo Mirella y señaló el granero. Fausto bajó del caballo — ¿qué sucedió? Mirella estaba nerviosa — el fuego comenzó y la señorita Erika nos dijo que nos fuéramos, pero ella subió los escalones, está arriba — señaló la ventana. La entrada del granero aún era visible, pero el fuego había ganado mucha fuerza y pronto la entrada quería obstruida. Con esas condiciones, entrar al granero significaba poner su vida en peligro. El caballo se agitó por el fuego y dio la vuelta, Mirella se quedó afuera y Fausto entró al granero sin dudarlo. Los escalones estaban al fondo, había una gran cantidad de fuego en el piso inferior, maldijo entre dientes. Se quitó la chaqueta para cubrirse la boca y la nariz, se dirigió a los escalones teniendo cuidado de no tocar las paredes y vio la puerta abierta en la parte de arriba. Erika estaba ahí, parada en el centro de la habitación sin intentar escapar y al voltear a verlo su expresión estaba llena de pesadez — ¿por qué tenías que ser tú? Fausto frunció el ceño — lamento si esperaba a otro salvador, pero esta actuación termina aquí — se adelantó y sujetó el brazo de Erika, dispuesto a arrastrarla, abajo había fuego, arriba humo, estar en ese lugar era más peligroso con cada segundo que pasaba — salgamos. Erika tiró de su brazo para deshacerse del agarre y tosió. Fausto perdió la paciencia, la madera crujía bajo el peso de las llamas, el humo se arremolinaba en el techo, volviéndose cada vez más denso y asfixiante. Fausto, jadeante, volvió a sujetar el brazo de Erika — moriremos aquí, tenemos que irnos. La respiración de Erika era entrecortada y su mirada lucía fatigada, pero estaba fija en el rostro de Fausto al decir: — estoy cansada. No puedo seguir corriendo. Entre más lejos llego, más te odio y me arrepiento de haberte seguido. Fausto no entendió a qué se refería. El humo le quemaba la garganta, le nublaba la mente — ¡tenemos que salir antes de que sea tarde! — insistió, acercándose a ella. Erika lo miró fijamente, una sombra de tristeza cruzando su rostro. De pronto, sin previo aviso, lo besó. Fue un gesto lleno de urgencia, pero dejó a Fausto sorprendido y sin comprender lo que sucedía. Al separarse, Erika lloraba, levantó las manos para sostener el rostro de Fausto, sin importarle que el granero se estuviera quemando alrededor de ambos. Susurró: — mi ciclo termina aquí. Es tu turno de sufrir. Un estruendo sacudió la habitación, el humo ahogó la garganta de Fausto, era tarde para intentar escapar, una tabla se desprendió del techo, Fausto abrazó a Erika y recibió el golpe en la espalda. Ambos cayeron al suelo, Fausto sintió el calor que envolvía su cuerpo y el dolor con cada respiración. Contrario a él, Erika se veía en calma. El último pensamiento de Fausto fue: “Está completamente loca” Y entonces, oscuridad. 1 de abril, 7:13 am. El archiduque Fausto abrió los ojos justo cuando el traqueteo del carruaje alcanzaba su ritmo más monótono. El interior, bañado por la luz dorada que se filtraba entre las cortinas, olía a cuero y a polvo del camino. Frente a él, el Barón Rafael Elvore, su consejero personal, repasaba con paciencia el informe que tenía en las manos. — ¿Ha dormido bien, alteza? — ¿Dormir? — preguntó Fausto. El humo aún ardía en su garganta y sus manos temblaban. Un minuto atrás se encontraba en el granero en llamas y al siguiente… estaba de vuelta en el carruaje — ¡Qué demonios!
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