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1551 Palabras
ANASTASIA Estoy enredada entre unas sábanas que no son mías, con un cuerpo cálido detrás del mío, una pierna masculina por encima de las mías, y un brazo pesado tatuado en mi cintura. Cada centímetro de mi piel arde con el recuerdo de lo que pasó anoche. Y por si me quedaba alguna duda, no llevo nada puesto. Leo respira lento contra mi nuca, tan cerca que noto cómo el aire de sus pulmones me acaricia la piel. Y me siento viva. Las dos veces que nos hemos acostado me han hecho sentirme viva, he disfrutado, he sido joven otra vez. No la Anastasia que discute con Trevor por turnos con Oliver, ni la que se esconde de las llamadas de sus padres como si fueran inspectores. Anoche, con Leo, fui solo yo. Stas. La que ríe hasta que le duele la tripa, la que se deja llevar por un beso que sabe a cerveza y deseo, la que no piensa en el mañana. Y me sienta bien. Parpadeo un segundo, sin entender por qué me he despertado si apenas amanece. Es el sonido insistente de mi móvil, que no sé ni dónde dejé anoche. Me incorporo con cuidado, intentando no despertarlo. Su brazo se desliza por mi cintura, y suelta un gruñido suave, como si protestara en sueños. Miro alrededor, buscando algo que ponerme deprisa antes de que el maldito zumbido lo despierte. Mi ropa está desperdigada por el suelo, pero lo primero que encuentro es una camiseta negra de Leo, tirada cerca de la puerta. No me lo pienso mucho antes de ponérmela y salir de puntillas de la habitación. Koda está tirado en su cama en una esquina del salón, y enseguida levanta la cabeza. Le hago un gesto para que se quede quieto, como si entendiera, y busco mi móvil. Lo encuentro en el suelo, vibrando con fuerza sobre la tarima. La pantalla muestra tres llamadas perdidas de Lou. —Son las... seis de la mañana, ¿qué quieres? —replico en voz baja. —¡Lo siento! Pero estoy en medio de la nada, literalmente, y necesito hablar con alguien mientras espero al taxi. Ya sabes, por si me secuestran. Me froto la cara, intentando despertarme del todo. —¿Y puedo saber qué haces en mitad de la nada esperando un taxi? ¿Tan mal fue tu cita? Koda se acerca lentamente, sus uñas arañando la tarima, y me mira como si estuviera decidiendo si soy una intrusa o no. Le rasco detrás de las orejas, y parece conformarse, dejándose caer a mis pies. Lou suelta un bufido dramático. —Peor que mal. Llegamos a su casa y cuando empezamos a, ya sabes, me tapó la boca con la mano, y yo pensé: "¡vaya, le va este rollo!" Nada de eso. Resulta que vive con sus padres, y no te lo pierdas, que he salido pitando y su madre estaba con un café sonriéndome tan normal. Le ha faltado preguntarme si me lo he pasado bien con su hijo. En serio, necesito que me recuerdes por qué sigo haciendo esto. Me apoyo en la encimera de la cocina, sin poder contener una carcajada baja, mientras acaricio distraídamente a Koda, que ahora ha perdido un poco lo intimidante que me parecía. —Porque en el fondo te encanta tener estas historias para contármelas. —¿Por qué susurras? Ese idiota no se ha llevado a Oli. —Oh, claro que lo ha hecho, lo ha recogido del colegio. Y cómo tú tenías una cita de Tinder con un rarito, me he distraído con el vecino. —¡¿QUÉ?! —Su grito es tan alto que Koda levanta la cabeza de golpe—. ¿Estás en el apartamento del vecino buenorro? ¡Stas, cuéntamelo TODO! Dame detalles. ¿Es taaan bueno como para que repitas? —Lou, no voy a darte un informe detallado a las seis de la mañana —replico, aunque no puedo evitar sonreír—. Pero… sí, es bueno. Muy bueno. Ella suelta un chillido que me hace apartar el móvil de la oreja. Koda gruñe bajito. Entonces escucho un crujido en el pasillo. Me giro, con el corazón en la garganta, y ahí está Leo, apoyado en el marco de la puerta, con unos pantalones negros que le caen por las caderas y el pelo todavía revuelto. Me mira con una sonrisa torcida, como si hubiera oído todo lo que acabo de decir. Mierda. Su mirada recorre la camiseta que llevo puesta, y siento que me arde la cara. —¿Todo bien? —pregunta, con esa voz ronca que aún suena a sueño. Asiento, y me despido rápido de Lou. —Sólo... era Lou, no quería despertarte. Leo se encoge de hombros suavemente, y camina hacia mí como si el hecho de que esté medio desnuda en su cocina con su camiseta puesta fuera lo más normal del mundo. —¿Suele llamarte tan temprano? —Su cita de Tinder ha ido fatal. Lo observo moverse por la cocina y me doy cuenta de lo fácil que es todo esto. Demasiado fácil. Y justo cuando empiezo a sentir el nudo habitual en el estómago —el de pensar demasiado, el de recordar que esto es complicado, que tengo un hijo, un ex, y una vida real ahí fuera—, Leo se gira y me lanza una mirada tranquila. —¿Café? —Sí, por favor. Mientras él empieza a preparar el café, me siento en un taburete, todavía con su camiseta. —Me sorprende que no has salido a hurtadillas de mi cama —comenta, poniéndome una taza de café caliente delante. Me río, un poco nerviosa, y me cruzo de brazos, aunque la camiseta de Leo me queda tan grande que el gesto no tiene el efecto defensivo que quiero. —He pensado en volver a hacerlo. —¿Ah, si? —Leo se cruza de brazos al otro lado de la isla y me mira como si supiera exactamente el efecto que tiene en mi—. ¿Y por qué te has quedado? —Porque tu perro me ha amenazado con la mirada. Leo suelta una carcajada baja y niega con la cabeza, divertido. Luego le lanza una galleta a Koda, que la atrapa al vuelo y se acomoda de nuevo en su rincón, como si ya hubiera cumplido con su parte. Nos quedamos hablando, y lo que empieza como una broma sobre Koda se convierte en una conversación que fluye sin esfuerzo. Entonces mi móvil vibra otra vez, rompiendo el momento. Miro la pantalla, son las once, y se me encoge el estómago. Es mi madre. Otra vez. Dejo que vibre en la encimera, sin tocarlo, hasta que para. —¿Tu amiga otra vez? —No. Es mi madre. —Puedes cogerlo. —No... —Parece mentira que con todo lo que hablamos anoche y lo que estamos hablando ahora, todavía no le haya contado mi vida real, aunque para ser justos él tampoco ha hablado mucho de su vida más allá de los tatuajes.—. No me hablo con mis padres. Es complicado, y voy a sonar como una total zorra. Leo se encorva sobre la isla, veo como sus músculos se contraen bajo los tatuajes cuando se inclina hasta estar cerca. Tengo que repetir que nunca he visto a un hombre como este. —Tengo todo el día, y te diré si suenas como una al final —me anima con una ligera broma. Me muerdo el labio, dudando. No es que no quiera contárselo, es que no estoy acostumbrada a abrirme así. —Es que... No supe muy bien qué hacer cuando me quedé embarazada, estaba en segundo año de la universidad, tenía mil planes, quería terminar mis estudios... Así que quise abortar. Lo hablé con Trevor y le pareció bien, pero se enteraron sus padres que son ultra tradicionales, y se enteraron los míos que son más de lo mismo. Mis padres aparecieron por la residencia estudiantil en la que vivía, recogieron todas mis cosas y me obligaron a vivir con Trevor en casa de sus padres. Les guardo bastante rencor. No porque ahora me arrepienta de tener a Oliver... No pienses eso, por favor. —No lo hago —dice—. Creo que eres una madre de la hostia. —Ya... Pues desde luego que mis padres no lo creen. Ni los padres de Trevor, y a veces dudo que él mismo lo haga. —¿Por eso ya no estáis juntos? Me tengo que reír. —Yo nunca he querido estar con él. Nos lo pasábamos bien cuando nos conocimos, pero no buscaba algo que saliera de la universidad. Tampoco quiero que pienses que es un gilipollas, porque no lo es, es buen padre y se puede hablar con él, pero... no lo sé, supongo que también le tengo rencor o como quieras llamarlo porque él sí que pudo terminar sus estudios, y tiene un buen trabajo, y la vida resuelta. Y yo no tengo nada, sólo a Oliver. —Anastasia... —Stas —levanto los ojos de mi café a los suyos—. Puedes llamarme Stas. —Anastasia —repite, haciéndome sonreír—, no suenas en absoluto como una zorra.
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