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1330 Palabras
LEO El lunes en el estudio casi no sé si estoy tatuando un dragón o un lagarto borracho. ¿Dónde coño tengo la cabeza? Por lo menos el tío parece contento con lo que sea que le termine haciendo. —¿Estás bien? —Marko se asoma por la puerta de mi espacio y se cruza de brazos. Tiene esa sonrisa burlona que hace que me pregunte si puede leerme en la cara que llevo todo el fin de semana follando como un loco con la vecina; y que por eso no le he contestado los mensajes ni he aparecido por las carreras. —¿Por qué no lo estaría? —Porque has entrado hace un par de horas y ni has saludado. Ah, es eso. —Sólo estoy cansado. —¿Quieres un café? Alex necesita otro, va a empezar a roncar encima de alguien. Un café me vendría increíble. —Ya voy yo —digo. Cojo la cartera, el móvil, y salgo sin dar más explicaciones. Cruzo la calle sin mirar mucho y me sorprende que mis pies sepan perfectamente hacia dónde voy. Podría comprar el café en la esquina, dónde Marko nos lo consigue siempre porque la tía con tetas gigantes siempre olvida cobrar alguno. No me paro a pensar en qué estoy haciendo hasta que llego a la puerta de la cafetería. j***r, ¿pero qué estoy haciendo? Es una cafetería como tantas otras, con mesas de madera, un olor a café que despierta a un muerto, y un par de hipsters en una esquina con sus portátiles. Ella está detrás del mostrador, con una coleta despeinada y una expresión algo cansada. No hemos hablado desde que se despidió en la madrugada del domingo, después de casi todo el fin de semana juntos, con el pelo revuelto y mi camiseta todavía puesta. Dijo algo de su amiga Lou, que aparecería pronto por la mañana, y que tenía que “quitarse el olor a sexo” antes de que eso pasara. Hablamos de tantas cosas que creo que me he quedado sin palabras para el resto de la semana. Y ahora estoy aquí, como un gilipollas, buscando una excusa para verla. Empujo la puerta y el tintineo de una campana resuena. El sitio es pequeño, lo suficiente como para que me vea enseguida. Anastasia deja de parlotear con una señora mayor y se le abren un poco los ojos azules, como si no entendiera qué coño hago aquí. La verdad, yo tampoco lo entiendo del todo, pero ya estoy dentro, así que no hay vuelta atrás. —Hola —cuando inclina la cabeza la coleta se le echa sobre el hombro de una forma... atractiva— ¿Qué haces aquí? —Trabajo a un par de calles, sólo pasaba a por unos cafés —. No es como si recordara el nombre de la cafetería porque lo vi en la bolsa de pasteles que me dio. Para nada. —¿Cafés, en plural? ¿Cuántos? —¿Cuatro? Se ríe, tiene una risa melódica, aunque eso lo descubrí el fin de semana. —¿Me lo estás preguntando a mí? Vale, cuatro cafés. ¿Normales? Recuerdo todo lo que me contó, y como está harta de servir cafés para gente exquisita con mil requisitos. —Los más básicos. Me regala una sonrisa y la veo moverse con destreza alrededor de la cafetera industrial. Me apoyo en la barra y cruzo los brazos. Veo a la señora con la hablaba y a otra mujer ojearnos desde una esquina de la cafetería. Estoy seguro de que Anastasia me ha hablado de ellas. —Son la dueña de la cafetería y su hija. Son un poco cotillas. ¿Qué tal el lunes? Ahora mejor. —Tranquilo. ¿Y el tuyo? —Aburrido —dice, mientras pone los cafés en vasos para llevar y los tapa con cuidado—. Muy aburrido. Cuando me pasa los cafés por encima del mostrador, todavía conserva la sonrisa. No tiene nada que ver con cómo sonreía cuando la tenía desnuda en mi cama. j***r. Me acuerdo tan bien de cómo sabe moverse... —Y te devolveré la camiseta. —Puedes volver a atravesar el pasillo medio desnuda con ella puesta. Dios, sí. Fue una imagen sexi. Anastasia sólo se ríe y me despide con las mejillas coloradas. Salgo con los cafés en la mano. Hace un frío que pela, pero acabo de rememorar todo el fin de semana de sexo salvaje y empiezo a tener un problema. Recuerdo como le quedaba mi camiseta, como se la quité y sus tetas me rebotaban en la cara... > Marko y Alex me ven desde la puerta del estudio y ponen cara de “ya era hora”. —¿Te has perdido? —se burlan. —Íbamos a llamar a la policía —siguen. —¿Es que aquí nadie trabaja? —me quejo, soltándoles los cafés—. ¿Y el jefe? Me siguen por detrás como perros falderos, y se arremolinan en el marco de mi espacio. —Por ahí —dice Alex sin más—. ¿Y bien? —¿Y bien qué? —¿Te has estado follando a la de la cafetería? —insiste Marko—. Llevas fuera como media hora. —Claro, si no usa la polla habrá descargado rápido —le sigue Alex el rollo y se echan a reír. Casi que digo que sí, que me la he estado follando todo el fin de semana, pero se refieren a la tía de tetas grandes de la cafetería de la esquina y a esa ya me la he follado antes. —Es demasiado pronto para vuestras gilipolleces, ¿Os ponéis a trabajar o qué? Los escucho reírse por el pasillo. Yo me siento en mi silla, intentando concentrarme en el boceto para el próximo cliente, pero mi móvil vibra. Nunca me había interesado darle mi número a una mujer. ANASTASIA: No voy a atravesar el pasillo medio desnuda otra vez. Al menos no esta semana. ¿Por qué coño sonrío como un imbécil? LEO: Lástima. ¿Y la que viene? ANASTASIA: Las veces que quieras. —¿Me vas a contar quién es la tía que te tiene así? —giro la cabeza para ver a Marko con el café en la mano y una curiosidad que le desborda—. Venga, tío, somos como hermanos. Desembucha. Me echo hacia atrás en la silla, sopesando mis opciones. No es que no se lo quiera contar, es que no me gustan las insistencias, ni hablar de por qué me siento tan raro. —¿Y si no hay tía? —Entonces estás sonriendo por Alex —responde sin pestañear—, lo cual explicaría muchas cosas. Aunque por cómo miras el móvil, yo diría que tiene nombre. Y curvas. Chasqueo la lengua, resignado. —Es mi vecina. —¿Qué vecina? —Una nueva que tengo en el piso de enfrente. Se mudó hace un par de semanas. —¿Y está tan buena que no me lo contaste o está tan fea? Una de las dos. —Está buenísima, rubia de ojos azules. Y con un crío pequeño. —¿Un hijo? —Marko frunce el ceño y se apoya en el marco de la puerta como si la historia fuera a ponerse interesante—. Tío, eso es terreno pantanoso. ¿Estás seguro de que quieres meterte ahí? —¿He dicho que vaya a meter en nada? —Quizás ha sonado demasiado a la defensiva. —Te has estado tirando a una MILF todo el fin de semana y ni has cogido el móvil, creo que ya estás metido en algo —Marko deja escapar una carcajada y niega con la cabeza—. Esto sí que no lo he visto venir. ¿Te gusta? —Claro que no —miento, y lo sé en el momento en que lo digo.
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