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1884 Palabras
LEO El estudio está lleno de ruido: el zumbido de las máquinas de tatuar, el rock pesado que sale de los altavoces, y las risas de Alex y Marko, que no paran de dar por culo. Joe se ha dignado a aparecer, y ahora parece que mi vida amorosa es el mejor cotilleo aquí. —Me voy de vacaciones y te enamoras. ¿Me he perdido algo más? —suelta Joe, y me muerdo la lengua para no comentar que sus vacaciones habrán sido rascarse los huevos en el sofá. Le tengo aprecio a Joe, pero nuestra relación siempre ha sido así: nos jodemos, nos hacemos picar y después bebemos cervezas hasta que se me olvida que se está follando a mi madre. Por lo que tengo entendido no es nada oficial, pero se llevan viendo muy frecuentemente tantos años que sus burlas sobre llamarlo "papá" se están haciendo habituales. —Hay que darle que la tía está para morirse —dice Alex. —Sí —lo secunda Marko, que me pasa por detrás apretándome los hombros—. El muchacho está asentando la cabeza. Enamorarse es una palabra demasiado grande a la que no le tengo miedo. Anastasia me gusta demasiado, más que demasiado. —¿Os vais a poner a trabajar o vas a seguir tocándome los cojones? Se echan a reír. A fin de cuentas son mi familia y yo mismo he notado como hasta —a veces— doy los buenos días al entrar por las mañanas. Por si fuera poco, cada vez que me siento a tatuar me vienen los recuerdos de Anastasia desnuda sobre la camilla y el sabor de su coño en la punta de la lengua. Estoy esperando a que vuelva a darme otra visita sorpresa. Aunque creo que no será hoy, esta mañana cuando he venido al estudio era tarde y su coche seguía aparcado en el edificio. Raro. Siempre sale antes que yo, muy pronto por la mañana, y tampoco estaba el típico traqueteo que se trae todas las mañanas para llevar a Oliver al colegio. Su coche sigue aparcado en el mismo sitio cuando vuelvo al edificio por la tarde. No soy de los que se rayan, pero esto no me gusta. Decido llamar a su puerta, porque pese a que pego la oreja como un cotilla, no escucho nada. Toco con los nudillos, primero suave. Luego llamo al timbre. No hay respuesta. --- ANASTASIA Sé que no soy una mala madre, pero nunca he podido cuidar de mi hijo completamente sola hasta ahora. Antes, en casa de Trevor, cuando Oliver enfermaba ellos me lo quitaban de las manos y se hacían cargo sin dejarme participar. Era como si no confiaran en mí. Ahora, en mi propio apartamento, con mi propia vida, quiero hacer las cosas a mi manera. Pero cuando Oliver se pone enfermo, como hoy, esa seguridad que tanto me he esforzado en construir se tambalea. Anoche Oliver se arrastró a mi cama de madrugada porque le dolía la cabeza, intenté hacer lo mejor, pero la fiebre empezó a subir, y yo empecé a asustarme demasiado. E hice algo que no debería: llamé a Trevor. No sé qué me pasó por la cabeza, yo sólo quería que me diera algún consejo o... no lo sé. No es que quisiera que viniera, pero una parte de mí necesitaba escuchar que todo iba a estar bien. Resulta que no fue mi mejor idea. Trevor apareció igual de preocupado que yo, sin saber bien qué hacer, así que cogió a Oliver en brazos y nos trajo al hospital. Y debería haberme imaginado que eso atraería a sus padres. Oliver va dormido en brazos de Trevor, con la cabeza apoyada en su hombro, y yo me siento como si me hubiera pasado un camión por encima. Los padres de Trevor, Margaret y Robert, están sentados en las sillas de plástico, con esa postura rígida que siempre tienen, como si estuvieran en un juicio. Margaret me mira con esa expresión suya de desaprobación, la que siempre me ha dedicado. —¿Cómo está el pequeño? —pregunta, pero su tono no es de preocupación, sino de juicio. —Va mejorando —responde Trevor a su madre—. Tenemos que esperar a ver qué nos dicen. Yo me quedo atrás, rezando porque ignoren mi presencia y decidan no discutir hoy, no aquí. Margaret suelta un suspiro teatral, cruzándose de brazos. —¿Y cómo ha llegado a esto? ¿Lo has dejado jugando debajo de la lluvia? Quizá deberíamos repensar cómo se está criando al niño ¿De qué narices habla esta loca? —Mamá —le corta su hijo—, no es el momento. Ella, como si nada, se levanta de la silla y se alisa las arrugas del vestido. —Anastasia, si no sabes manejar estas situaciones, es que no estás lista para ser madre sola. Oliver necesita estabilidad, no que lo lleves de un lado a otro porque no sabes qué hacer. Me cuesta no contestarle. Sé que no soy perfecta, pero he hecho todo lo posible por crear un hogar para Oliver, por darle amor, atención y estabilidad… —Igual no sé manejar esto porque tú no me has dejado nunca —replico. —¿Perdón? —aunque suene estupefacta, sabe perfectamente a lo que me refiero. —No te hagas la tonta conmigo, Margaret, porque no estoy para aguantar otra gilipollez tuya. Te puedes meter tu falso buenismo por el culo. Margaret abre la boca, claramente ofendida y me doy unas palmaditas por eso. Nunca antes la he respondido, he estado callada, en silencio, dejando que hicieran conmigo lo que quisieran. Ya no más. —No es el lugar —me repite Trevor. —Tampoco es el lugar para que tu madre cuestione si soy capaz de cuidar a mi hijo, pero ya ves —le contesto. Trevor me mira, con esa mezcla de cansancio y súplica que pone cuando no quiere que las cosas escalen. Y yo tampoco lo quiero, no aquí. Llevo toda la noche sin dormir, y llevo toda la mañana dándo vueltas por el hospital. Estoy agotada, y me estoy asfixiando aquí dentro. —¿Tengo que recordarte que tú no querías tenerlo? —sigue ella. Durante un segundo quiero ser muy violenta con ella. La rabia me sube por el pecho como un incendio. ¿Cómo se atreve a sacar eso? —¿Cómo puedes ser tan zorra? —Cuida esa boca, chica —suelta entonces Robert, el padre de Trevor. El hombre va por la vida con una superioridad moral que me enerva. Justo en ese momento me suena el teléfono, una excusa perfecta para salir a la calle aunque sean dos minutos y poder respirar. Además, es Leo, y cada vez que hablo con él todo parece un poco más sencillo. —Hola —contesto, saliendo a la puerta del hospital, donde el aire fresco me golpea la cara y me ayuda a calmarme un poco. —Hey... No estás en casa. —Estoy en el hospital con Oliver, tenía mucha fiebre. Está siendo un circo —confieso—. Están aquí los padres de Trevor y he discutido con su madre. ¿Crees que si la pego voy a ir a la cárcel? El sonido de su risa ronca me quita un poco la preocupación que tengo encima. —Depende de cuanto la pegues. ¿Cómo está el niño de la casa? —Le ha bajado la fiebre hace unas horas, sólo estoy esperando los resultados para poder irnos. Se ha quedado dormido mientras le ponían el termómetro. —Avísame con lo que sea, ¿vale? —Vale. Cuando cuelga la llamada, me quedo un rato más en la calle y de reojo veo a Trevor salir por las puertas. Solo. Sin Oliver. Me quema por dentro saber que lo ha dejado con sus padres. —¿Por qué los has llamado? —me quejo. —Porque son mis padres, Stas, ¿qué querías que hiciera? ¿Se lo oculto? Es un idiota. —Eres un idiota. Y tu madre es una zorra con las ideas confusas, se comporta como si ella fuera la madre de Oliver. ¿Pero tú lo ves normal? Trevor suspira, frotándose la cara con una mano. —No, no lo veo normal, pero son mis padres, y quieren lo mejor para Oliver. Igual que yo. Igual que tú. —No, Trevor, no es lo mismo. Ellos no quieren lo mejor para Oliver, quieren controlarlo todo, como siempre han hecho. Y tú se lo permites. Él también parece estar agotado por todo cuando suspira y con lentitud intenta cogerme la mano. La aparto de un manotazo. —Stas... —Nada. Es que... ¡Mírate! Me traes a Oli pronto a casa el fin de semana porque sabes lo que me jode que mis padres lo vean, ¡pero con los tuyos es lo mismo! No sé cómo no te saca de quicio todo lo que nos han hecho. Estoy que echo humo cuando vuelvo dentro del hospital. Para mi alegría Oliver está despierto y en cuanto me ve se baja del regazo de la vieja. Lo veo mucho mejor, incluso algo animado cuando consigo sacarle un chocolate de la máquina expendedora. El médico aparece poco después con los resultados: es solo una fiebre por un resfriado. Cojo los papeles y haciendo malabares con Oliver en brazos pido un taxi. No quiero montarme en un coche con Trevor, ni seguir aguantando las miradas de desaprobación de sus padres. —¿A dónde vas? —me interrumpe. —He pedido un taxi. Oliver despídete de tu padre. Oliver apenas le da un beso en la mejilla antes de volver a refugiarse en mi cuello. —¿Y cuándo vas a hablar con tus padres? —escucho que dice por detrás Margaret. Encaminándome al taxi le saco el dedo del medio. > Le escribo a Lou por el camino. STASS: Tengo que contarte, ¿puedes venir mañana a casa? URGENTE LOU: uuuh LOU: cotilleo del bueno o malo? STASS: Del que necesito contarte para echar veneno. Al llegar al edificio me cuesta coger a Oliver en brazos, pero lo consigo y me dejo caer contra la pared del ascensor. Chirría, pero nos sube a la última planta. Para mi sorpresa la puerta del 4B está abierta y Leo nos mira cruzado de brazos apoyado en el marco. Diría que verlo descamisado, con todos esos tatuajes tan atractivos, me alegra un poco el día. Nunca está de más ver a un hombre como él. —He oído el jaleo del ascensor. —¿Y sabías que era yo? —No, he echo esto de asomarme tres veces antes —responde—. ¿Qué tal está? Oliver levanta la cabeza de mi cuello. —Hambriento —le dice y me saca una risa—. Mamá ha prometido cocinar pasta con mucho queso. ¿A que si? —Claro que si —accedo, acercándome a la puerta. —¿Quieres ayuda con eso? —se ofrece Leo—. Soy un gran cocinero. Claro que no necesito la ayuda, ¿pero quiero a Leo, tatuado y descamisado, echándome una mano y deambulando por mi piso? —Me vendría bien.
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