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1523 Palabras
ANASTASIA Leo me coge de la mano y me lleva por el corto pasillo hasta un habitáculo. Aquí dentro huele a él, y a desinfectante. —No sabía si estabas ocupado, pero estaba aburrida en la cafetería y... —empiezo a decir, sintiéndome un poco tonta por aparecer así, sin avisar, con la excusa más débil del mundo. —No importa. Su voz sale tan rápida que me corta el aliento. Y antes de que pueda decir nada más, ya tengo su boca sobre la mía. Sus labios son cálidos, urgentes, y me derrito contra él como si mi cuerpo supiera exactamente qué hacer antes que mi cabeza. —Puedes venir siempre que quieras —susurra contra mis labios, rozándolos con las palabras. Quiero contestar algo, pero él vuelve a besarme antes de que pueda reunir una respuesta coherente. Esta vez es más lento, más profundo. Me coge de la cintura y me arrastra a su cuerpo cuando se apoya contra la camilla. —Me has acostumbrado a verte siempre en la cafetería —confieso. Los labios se le estiran con una pequeña sonrisa. —¿Es tu forma de decir que me has echado de menos? —Que no se te suba al cerebro. —Se me puede bajar a otro sitio —Su cabeza empuja la mía hacia atrás, y desliza sus besos por mi mandíbula—. ¿Cuánto tiempo tienes? Mi cuerpo entra en calor al instante. No he venido aquí a esto, pero ahora no quiero irme sin un poco de diversión. —El suficiente —respondo sin pensar—. ¿Puedes hacer algo con eso? Leo me levanta del suelo y me sienta en la camilla de tatuar. Con sus labios en el cuello no puedo pensar. Hundo los dedos en su pelo y me da pequeños mordiscos. Sus manos se deslizan bajo mi camiseta, rozando mi piel, y cada toque es como una chispa que enciende algo dentro de mí. —Puedo hacerte de todo. Nunca he hecho algo así, tan atrevido y en un lugar como este. Algún par de veces en los baños de alguna fiesta cuando todavía era universitaria o los últimos años de instituto, pero son cosas que parecen de otra Anastasia y otra vida. Aquella chica era impulsiva, despreocupada, sin un hijo, sin responsabilidades. Pero ahora, con Leo, siento que esa chispa está volviendo, y me lo estoy pasando increíble. —¿Ah si? Espero que lo cumplas —Yo misma me quito la chaqueta, porque voy a empezar a sofocarme de lo contrario. Pero no es sólo mi ropa, es la suya. Leo me arranca la camiseta y su boca se pega a mi pecho—. Leo... Levanto ligeramente la cadera de la camilla y la pego contra la suya para crear fricción entre nosotros, lo que provoca que deje escapar un gruñido. —Hazlo, otra vez —me pide, hundiendo sus dedos tatuados en la cintura de mis pantalones para que, al levantar las caderas, me los quite de un tirón. Se aleja lo justo para admirarme y su dedo recorre mi escote apretado por el sujetador—. Mírate... Qué sexy eres, j***r. Sus palabras me hacen arder, y antes de que pueda responder, me abre las piernas con suavidad pero con firmeza, colocándome al filo de la camilla. Se agacha, y cuando sus labios encuentran la piel de mi muslo, me olvido de todo. Me besa hasta que roza la tela de mis bragas y su lengua las humedece. Ya no tiene que decirme nada porque me deshago entre sus manos y sus dedos, y veo como se mete mis bragas en el bolsillo del pantalón. —¿Te las vas a quedar de recuerdo? —me río. —A cambio de mis camisetas —responde, levantando la vista. Sus ojos se oscurecen desde entre mis piernas, y se relame los labios—. Sé buena y ábrete más. Hago lo que me pide, abriendo más las piernas, y cuando su boca me encuentra, un gemido se me escapa, demasiado alto para este lugar. Me tapo la boca con una mano y hundo la otra en su pelo. Empiezo a mover las caderas para buscar su lengua. Esto es demasiado bueno. Cada movimiento suyo me lleva más alto, más rápido, y siento que estoy a punto de romperme en mil pedazos. Mis dedos se enredan en su pelo, tirando con fuerza, y él gruñe contra mí, lo que solo intensifica todo. Sus manos rodean mis tobillos, subiéndome los pies sobre sus hombros. Al mirar hacia abajo, un par de ojos verdes me miran fijamente. Se quedan clavados en mí, observándome con egocentrismo mientras dos de sus dedos se deslizan dentro de mí. > Arqueo la espalda tanto que la cabeza me toca la pared y se me agarrotan los dedos de los pies sobre su espalda. Su ritmo aumenta a medida que introduce y saca sus dedos, perfectamente coordinados con su lengua. —Leo... —anticipo, y me acerco más a su boca—. Joder... Me muerdo la mano para no gemir como una loca, y me doy cuenta de lo difícil que es. Quiero gritar, mucho, es incontrolable. El orgasmo me atraviesa con fuerza, me aturde. En un parpadeo noto a Leo incorporándose entre mis piernas y me fijo en que ya tiene los pantalones bajados y se está tocando. Tiene el cuerpo perfecto, con la tinta de los tatuajes apenas rozándole el púbis y dejando su piel pálida a la vista. —No he terminado contigo —me advierte con un gruñido ronco. —Menos mal, ya me iba a quejar, me has prometido mucho más. Clavando sus dedos en la parte delantera de mis muslos para mantenerme quieta, se hunde completamente dentro de mí. Se me abre la boca, quiero volver a gemir. Dios, es gigante. Leo me tapa la boca con la mano. —Lo sé —dice con orgullo—. Pero vas a tener que estar calladita porque si alguno de estos gilipollas te escucha voy a tener que matarlos. Me quiero reír, pero sólo me salen jadeos amortiguados contra su piel. Cada vez que se inclina sobre mí, el calor se intensifica, y mi cuerpo lo recibe con salvajismo. La intensidad en sus ojos, la forma en que sus tatuajes se flexionan con cada movimiento, la manera en que me llena... es demasiado. —j***r, eres perfecta —murmura dejándose caer más cerca, y su voz, áspera y cruda, me empuja al límite otra vez. Unas cuantas embestidas poderosas más y él está allí conmigo, gruñendo una serie de maldiciones indescifrables. Enrosco un poco más mis brazos alrededor de su cuello, Leo hunde la cabeza en mi pelo y me da una pequeña mordida que me hace cosquillas. Me siento viva. Ridículamente viva. Se separa despacio, me da un beso lento entre los senos y se aparta para buscar sus vaqueros mientras yo intento recomponerme y bajar de la camilla. —¿Qué hora es? —dudo, y enfoco la vista en el reloj de agujas de la pared—. Tengo que irme. —¿Ya? —¿Te parece poco..? —me agacho al suelo y recojo mi camiseta y mis pantalones—. ¿Me das mi ropa interior? Leo se saca mis bragas del bolsillo con una lentitud descarada y las hace girar con un dedo antes de alzarlas frente a mí como si fueran un trofeo. —¿Esto? Pensaba quedármelas de recuerdo. Consigo ser rápida y quitárselas. Termino de vestirme y de adecentarme el pelo frente al espejo justo a tiempo para que, si me doy prisa, llegue a tiempo a la cafetería. A través del espejo veo a Leo abrocharse el botón de los pantalones y acercarse lentamente con los ojos clavados en mi. Me coge por la muñeca y me da media vuelta, su pelo también lo delata. Levanto la mano para peinarlo, y él con las dos manos me coge por las mejillas y me vuelve a besar. —Si empiezas así voy a volver tarde —le susurro, sin fuerza de voluntad a separarme por mi cuenta. Sé que esta cosa que tengo con Leo, sea lo que sea, solo hace que crecer. Me ayuda a ponerme bien la camiseta, y me da un azote en el culo. —Te acompaño al trabajo. Alex, el chico larguirucho sigue en la recepción, está hablando con otro hombre. Uno alto, musculado como Leo y con el brazo derecho tatuado. Los dos nos miran cuando salimos y estoy muriéndome de vergüenza. Me consuela un poco darme cuenta de que ha empezado a llover y el golpeteo del agua contra los ventanales hace un ruido algo estruendoso que se mezcla con el hilo musical rock. —Voy a acompañarla, no jodáis el estudio —les suelta Leo. —Hola —saludo, de nuevo. Antes de que alguno de los dos abra la boca, Leo me coge de la mano y un paraguas que hay contra la puerta. —Son como perros abandonados, si les dices algo quieren más.
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