LEO
Por la mañana, es la primera vez que me despierto y Anastasia sigue en la cama. Desnuda. Su pelo rubio está esparcido sobre las almohadas, y me respira tranquila contra el cuello. Su cuerpo está pegado al mío, una pierna enredada entre las mías, y su mano descansa sobre mi pecho, justo donde los tatuajes se arremolinan.
No quiero moverme, sobre todo para no despertarla, pero el cabronazo de Koda está arañando la puerta de mi habitación, y sigue así por mucho tiempo va a empezar a ladrar para joderme la mañana.
Resoplo, intentando no hacer ruido, y me deslizo con cuidado fuera de la cama, desenredándome de sus piernas como si estuviera desactivando una bomba. Ella murmura algo, se gira un poco, pero no se despierta.
Me pongo unos vaqueros y una camiseta vieja, agarro la correa de Koda, y lo saco antes de que arme un escándalo. El perro me mira con esa cara de “ya era hora, imbécil” y baja las escaleras saltando como si tuviera un muelle en el culo.
Mientras caminamos por la calle, el aire fresco de la mañana me termina de despertar. Hay una cafetería cerca, una de esas que abren temprano y se cree moderna. Pido dos cafés para llevar, y en la vitrina veo la selección de dulces: cojo unos pasteles de fresa porque sé que a Anastasia le encantan los de fresa.
Cuando salgo de la cafetería, veo un puesto de flores a unos metros. ¿De verdad voy a hacer esto? ¿Voy a comprar flores? La señora del puesto me ve y me sonríe. Tiene un ramo de margaritas blancas en la mano. Podría cogerlas. Sé que a Anastasia le gustarían. Es el tipo de mujer que se emocionaría por una tontería así.
Pero al final no lo hago. Siento que voy a parecer un gilipollas, y no tengo manos para llevar nada más. Me cuesta hacer malabares para abrir las puertas y volver a casa.
Todo sigue en silencio, casi podría creer que se ha ido, pero mientras dejo el desayuno sobre la isla de la cocina escucho como cruje la tarima. Me giro y ahí está, envuelta en una de mis camisetas, demasiado grande para ella, con el pelo revuelto y los ojos aún entrecerrados por el sueño. Koda corre a ella, que ya sin miedo se agacha y le rasca el lomo.
—Hola.
Ese perro es un traidor, ¿desde cuando es así de blando?
—Hoy no has sido rápida para intentar huir —bromeo, apoyándome en la encimera.
Anastasia me sonríe y se pasa el pelo tras las orejas, acercándose peligrosa con un meneo de caderas.
—Me acabas de pillar —me sigue la broma.
—¿Y me ibas a robar otra camiseta? —Ella frena un segundo al borde de la isla, yo estiro la mano hasta la tela que lleva puesta y la atraigo a mi.
Sus piernas rozan las mías y su cuerpo se apoya con naturalidad en el mío. Le paso los dedos por la parte baja de la espalda, al filo de la camiseta, y su piel está caliente, suave.
—Me estoy haciendo una colección.
Sacudo la cabeza, tengo que centrarme y dejar de pensar con la polla. Le doy un azote ligero en el culo.
—He traído el desayuno —digo, señalando los cafés y los pasteles en la isla, intentando recuperar algo de control antes de que termine levantándola y follándola aquí mismo.
Cuando nos sentamos a desayunar, me habla de sus planes, de que tiene que ir a hacer la compra y de que ha quedado para cenar con la intensa de su amiga. Yo le hablo de que volveré a las carreras esta noche, y que tengo que terminar unos bocetos para algunos clientes.
Al final, cruza el pasillo de vuelta a su piso con mi camiseta todavía puesta. Estoy tentado a seguirla y pegarme a su culo el resto del día, pero consigo entretenerme con Koda y el trabajo.
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Por la noche, antes de salir a las carreras me llega un mensaje suyo.
ANASTASIA: Ten cuidado y ¡suerte!
Sé que no está en casa porque la he escuchado irse hace horas.
LEO: Mi suerte se está emborrachando con su amiga esta noche.
Estas son las frases que funcionan con cualquier mujer, y Anastasia no es diferente, lo diferente es mi propósito. No es solo un coqueteo barato, no con ella. Con las demás solo buscaba una respuesta rápida, una foto subida de tono, o una hora para pasar por su casa. Con Anastasia, lo que espero es otra cosa. Algo simple, incluso tonto, como una risa, o un emoticono de esos que tanto manda.
ANASTASIA: Sólo llevo dos copas. 🥂🤗
Las carreras están como siempre: ruido, adrenalina, tíos gritando y el olor a gasolina quemada. Me encuentro con Marko y Alex alrededor de sus coches cuando aparco cerca.
—¡j***r! Hasta que te dejas ver por aquí —exclaman.
—Estuve ayer, no seáis dramáticos —digo. Los dos se miran entre sí—. Traje a Anastasia y estuve con ella.
—¿Con tu vecina? ¿La mami? —Alex parece tan sorprendido que le podría meter una de las latas de cerveza en la boca—. j***r, ¿vas tan enserio?
Marko sabe la respuesta porque me conoce mejor que nadie. Por eso no está tan sorprendido. Si no fuera en serio no haría ni una ínfima parte de las cosas que estoy haciendo.
—A veces hay que asentarse —respondo.
—j***r, tío, estás pillado —dice Alex, riéndose, pero no hay maldad en su tono. Solo incredulidad, como si no pudiera creerse que yo, de todos, esté así por una mujer.
Nos quedamos un rato hablando mierda, bebiendo cervezas y mirando los coches que se preparan para la primera carrera. Esta noche corro, y el rugido del motor me llena la cabeza, me sienta bien concentrarme sólo en una cosa: la carretera. La primera carrera es fácil, demasiado, todavía tengo el corazón en la boca cuando vuelvo con mis amigos y los encuentro rodeados de tías.
Joder.
—Hola, Leo —Iria no es mala tía, es intensa y por eso el sexo era cojonudo con ella.
—¿Qué hay? —digo por no ser un completo gilipollas, no porque quiera que me conteste.
Cojo otra cerveza de la nevera portatil del coche de Alex y al enderezarme la tengo plantada al lado. He estado con muchas de las tías que vienen por aquí, son fáciles y es divertido, no es más que eso. Iria no ha sido diferente. La conocí hace tiempo y siempre está disponible para lo que yo quiera.
—No mucho —dice de forma casual—. ¿Qué hay contigo? He escuchado que ayer te vieron muy cariñoso con una chica nueva.
Iria siempre ha sido directa, de las que no se andan con rodeos. Pero ahora sólo está tanteando el terreno, espera que yo diga que no es nada, que lo de Anastasia ha sido la misma historia de siempre: engatusarla para follar y ya.
—¿Y?
—Nada —se encoge de hombros—. Me sorprende. Cómo me dijiste que no eras de esos...
—Dije que no iba a serlo contigo, que es diferente.
Le pego un trago largo a la cerveza y a ella se le afila la mirada. Iria es otra de estas rubias de ojos claros que me gustan, pero no es rubia de verdad, y si intento mantener una conversación con ella voy a terminar mareado.
—Así que ahora eres de los románticos —dice con sarcasmo, con un tono que escupe veneno.
—No me voy a molestar en explicártelo, Iria. Seguro que rápido encuentras a otro que te quiera follar por ahí.
Se pilla un arrebato infantil, pateando el suelo y poniéndose a soltar mierdas con sus amigas. Con un resoplido me dejo caer contra el coche.
—Mujeres —sisea Marko—. ¿Una carrera?
La adrenalina me vuelve.
—¿Tú y yo? Vas a tragar polvo, perdedor.