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1480 Palabras
LEO Nunca antes he traído a una mujer aquí. Este es mi sitio, dónde nadie me molesta y no tengo que escuchar gilipolleces. Así que no sé por qué estoy haciendo lo que hago. Bueno, sí. Anastasia necesita salir de ese apartamento, y divertirse un rato. La veo todos los días a punto de tirarse de los pelos si su vida sigue siendo madrugar, poner cafés, y llevar una rutina tan cuadriculada. —Vamos a por algo de beber, ¿qué quieres? Ella levanta la cabeza, sus ojos azules destellan con la adrenalina que quería ver en ellos. —¿Aquí se puede comprar algo? —No, pero te puedo conseguir lo que quieras. No he dado ni dos pasos cuando siento sus manos aferrarse a mi brazo. Sus uñas casi traspasan la tela de mi chaqueta de lo fuerte que me sujeta. Me giro un poco, lo justo para mirarla, y ella no me suelta, sus ojos buscando los míos como si necesitara saber que no voy a dejarla sola en este caos. j***r, esa mirada. Quiero ser este tío para ella, el que hace que se sienta segura. Sin pensarlo, deslizo mi brazo por sus hombros, pegándola a mi costado, y siento cómo su cuerpo se relaja un poco contra el mío. —Vamos —le digo, y mi voz sale más baja de lo que pretendía, porque tenerla tan cerca me está jodiendo la cabeza. Caminamos entre la gente, y ella se aferra a mí, ahora siento su mano apretada contra mi espalda. Cada vez que alguien nos cruza, se pega más a mí, y j***r, me gusta. —¿Esto es lo que haces por las noches? ¿Es tu típico viernes por la noche? —Sólo cuando no tengo a la vecina en mi cama. Anastasia se ríe. —Eres un descarado —dice, pero sus mejillas se sonrojan, y su mano no se aparta de mi espalda. A veces parece tan inocente y tan buena... Y luego recuerdo cómo es cuando está desnuda y la follo tan duro... Dios, me encanta. Conozco a un tío que vende cosas en su furgoneta, un tipo con una barba teñida que siempre está en el mismo rincón del descampado. Nos acercamos, y le pido un par de cervezas. Después, la llevo de vuelta a mi coche y golpeo el maletero cerrado para que se suba. En cuanto está sentada con las piernas colgando, le separo las rodillas para meterme entre ellas. No tengo ningún tipo de impedimento para ponerle la mano sobre el muslo y sentir su firmeza hasta a través del cuero. Anastasia me sonríe, ladea la cabeza y pone su mano sobre la mía. —¿Sueles correr? —apunta ligeramente a los coches enfilados en la carretera. —Normalmente sí. —¿Vas a hacerlo ahora? —No... —respondo bajando la mirada a su boca—. Tengo otras cosas entre manos. No la dejo hablar. Me acerco a su boca y la beso. Acaricio su lengua con la mía lentamente. No es como los besos rápidos y sucios que he tenido aquí antes, con chicas que no significaban nada. Esto es diferente. Anastasia es diferente. Su sabor es dulce, con un toque de cerveza, y el gemido suave que se le escapa cuando profundizo el beso me la pone dura al instante. Anastasia me gusta, me gusta mucho. Cada vez que me mira, siento que estoy cayendo en algo de lo que no quiero salir. Siento como me pasa los brazos por el cuello y me aprieta más contra su boca, como si fuera un loco que se atreve a alejarse. No lo hago hasta que un tío grita por el megáfono y es ella la que se retira. Tiene los labios inchados, llenos de saliva que los hacen brillar. —Va a empezar la carrera —consigo decir. Me mira y suelta una risita. Y me tengo que preguntar cómo es posible que la haya encontrado, cómo es posible que alguien haya sido tan gilipollas para soltarla. —Tienes pintalabios —me intenta quitar el rastro con los dedos, y yo intento hacerle lo mismo aunque sea una excusa para tocarla más. —¿Me queda bien? —Increíble, debería dejártelo más —responde, con ese brillo juguetón en los ojos que me hace querer besarla otra vez. Así que lo hago, la beso de nuevo. De repente, el rugir de los motores calla las voces y la música. Me giro entre sus piernas y Anastasia se recuesta contra mi espalda, echándome sus brazos por los hombros mientras le toco sin vergüenza las piernas que le cuelgan a los lados de mi cuerpo. De vez en cuando le pega un trago a su cerveza y me hace preguntas. Se inclina a mi oído, señala la carretera, y su aliento en el cuello me eriza la piel. —¿Puedo preguntar por qué esto te gusta tanto? Esos casi se chocan. —El dinero que se gana es bueno. —¿Sólo eso? —Y es divertido. No esperes que te suelte una historia dramática de película, porque no la tengo. Me gusta la adrenalina y el dinero, es eso. Y no tengo una historia dramática, no considero tenerla. La escucho chasquear los labios vagamente, y se deja caer contra mi hombro, con su mejilla pegada a la mía. —Ya... Algo me decía que no eras un aburrido. De reojo veo que está sonriendo. Casi nunca la he visto sin una sonrisa en los labios, haga lo que haga, o hasta cuando va hasta arriba de cosas, Anastasia siempre sonríe. Tiene una sonrisa que te invita a devolvérsela porque es tan genuina... como si viera el mundo por primera vez. Como si fuera libre. Seguramente sea porque se ha quitado de encima al gilipollas del oficinista y todas las putadas que le han hecho vivir. —Tú tampoco eres aburrida. Tienes mucho que decir. —No lo creo —dice con una sonrisa. —Tienes razón —empiezo, bromeando—, sólo me gustas porque eres guapa. —Pues tú a mí sólo me gustas por los tatuajes —contraataca. —Entonces estamos resueltos, porque estos tatuajes no se quitan y tú no vas a dejar de ser guapa —respondo. Nos quedamos viendo las carreras. En algún momento su mano empieza a acariciarme el pecho sobre la camiseta, se aprieta más a mi. Yo hundo los dedos en sus rodillas y me meto más entre sus piernas. --- Vuelvo a meterme entre sus piernas cuando volvemos a mi apartamento. Mis manos suben por su espalda, desabrochando su sujetador, y mis labios encuentran su cuello, su clavícula, cada centímetro de piel que puedo alcanzar. —Leo —gime, y ese sonido, mi nombre en su boca, me vuelve loco. La levanto, sus piernas me rodean la cintura, y la llevo a mi cama, donde la dejo caer con cuidado, aunque no hay nada cuidadoso en lo que quiero hacerle. Le arranco los pantalones de cuero, y ella me ayuda, sus manos tiemblan de deseo mientras desabrocha mis vaqueros. Estoy desesperado por volver a follarla, casi me tropiezo con mis propios pantalones cuando la veo darse la vuelta, completamente desnuda, a cuatro patas sobre mi cama con el culo levantado y echándome miraditas sobre sus hombros. —¿Vas a empezar o sólo a mirarme? Las rodillas me tocan el borde de la cama, me agacho y la cojo por los tobillos acercándola de un tirón. Su risa juguetona llena mi habitación. —Voy a mirarte mientras empiezo. Levanta el culo —le digo, mi voz áspera, y ella obedece, arqueándose de una forma erótica. Me aferro a sus caderas, mis dedos cubiertos de tinta resaltan sobre su piel pálida, la sujeto con más fuerza mientras me hundo en ella. Me veo apretando los dientes con fuerza, jadeando por lo húmeda que está. Anastasia comienza a retroceder hacia mí, su culo golpea mi vientre mientras se folla a sí misma, gimiendo entrecortadamente. Durante un segundo me llevo las manos a la cabeza admirando la imagen. El sonido de su piel chocando contra la mía es superado solo por escucharla gemir mi nombre. Deslizo mi mano entre sus piernas y froto su clítoris hinchado, con la otra me enredo su melena rubia entre los dedos y la obligo a mirarme. —Mírame —le susurro, tirando con suavidad de su pelo hasta que gira la cara por encima del hombro—. Espero que puedas con todo esto porque no te voy a dejar en toda la noche. —¿Es una promesa o una amenaza? —Se relame los labios y encuentra la forma de besarme, con los labios entreabiertos y soltándome gemidos en la boca. —Lo que más te excite. —Eso eres tú. >
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