12

1051 Palabras
ANASTASIA Este es, por fin, mi fin de semana con Oliver. He encontrado que durante todo el fin de semana habrá actividades en un parque cercano a casa, esta tarde: teatro de marionetas para infantes. —¡¿Estás lista, mamá?! —grita desde el descansillo. Lleva toda la tarde envuelto en nervios—. ¡Siempre tarda muuuuucho! No tardo muuuucho, solo tengo que asegurarme de llevarlo todo: las llaves, el monedero, una botella de agua para Oli, y un par de galletas. Estoy en mi habitación, terminando de ponerme un jersey cómodo y unos vaqueros, con el pelo recogido en una coleta alta que no se deshaga en cuanto empiece a correr detrás de él. ¿Y con quién diablos está hablando? Recojo las llaves de encima de mi cama y me asomo por la puerta del apartamento, que está entreabierta porque Oliver no sabe esperar dentro. —¡Oliver! Qué te he dicho de esperar... Ups. No está solo. Está tirado en el suelo del pasillo rascándole las orejas a Koda, y Leo está arrodillado a su lado haciendo lo mismo. Durante un segundo parecen tener una diminuta conversación secreta. Oliver levanta la vista, con los ojos brillantes de emoción. —¡Mamá! ¡Le estaba contando a Koda lo del teatro de marionetas! ¡Dice que quiere venir! —¿Koda dice eso? —alzo una ceja, mirando a Leo, que se pone de pie con esa calma suya que me descoloca. —Es un fan de las marionetas —dice, dándole una palmada suave al perro, que mueve la cola como si estuviera confirmando el plan. Algo me dice que esto es pasarse de la raya. Una cosa es cuando estoy sola y puedo estar todo el fin de semana desnuda en su cama, esto... Esto es otra cosa. Esto, querer sentarse unos minutos en la cafetería conmigo, decir que lo hace sólo porque quiere verme. Abro la boca, ¿pero qué voy a decir? ¿Voy a empezar una charla sobre sentimientos aquí, en mitad del pasillo y delante de mi hijo? O igual quedo como una completa tonta si es porque le estoy dando demasiadas vueltas a esto y Leo no lo ve igual. —¡Venga, vamos! Llegamos tarde —Oliver corre con el perro detrás hasta el ascensor, y aprieta los botones con una energía que podría romperlos—. ¡Vamos vamos! —No tienes que venir —le digo a Leo—. Va a ser un total coñazo infantil. No es el mejor plan para un viernes por la tarde. —No voy por las marionetas, Stas. —Ya... Es que tampoco tienes que hacer eso.. —No estoy haciendo nada. —Me da un ligero toque con su brazo cuando el ascensor ya está abierto y mi hijo y su perro nos esperan dentro—. Camina. El parque no queda muy lejos, son unos quince minutos andando. Durante todo el camino Oliver finge ir paseando a Koda mientras Leo sujeta la correa con fuerza dejándolo ser feliz Ver a Leo con Oliver, tan natural, tan… presente, me hace sentir cosas que no quiero analizar demasiado. Porque esto no es solo un rollo, no cuando está aquí, caminando con nosotros, como si encajara en mi vida sin esfuerzo. Y eso me asusta, porque mi vida no es tan sencilla. Cuando llegamos al parque, el teatro de marionetas ya está montado: un escenario pequeño con cortinas rojas y un montón de niños sentados en el césped, esperando. Oliver se lanza a buscar un sitio cerca del frente. —Quédate dónde pueda verte —le pido, él ya ha plantado el culo en el césped y me levanta los pulgares. Yo me quedo detrás de todos los niños, con Leo a mi lado y Koda a sus pies—. ¿Por qué haces esto? Leo ni siquiera parece sorprendido por la pregunta. Se encoge de hombros, como si la respuesta fuera evidente. —Porque quiero. Lo dice así, sin rodeos, sin adornos. Como todo en él. —No tienes que querer. No soy... —¿No eres qué? —me mira de lado, mientras nos quedamos en pie junto al montón de padres que observan desde la sombra—. ¿No eres alguien con quien valga la pena estar? —No —respondo rápido. Demasiado rápido—. No me refería a eso. Pero... tengo un hijo, Leo. —Sí, lo veo —señala con la cabeza a Oliver, que ya está esperando a que se descorra el telón rojo—. Y me cae bien. Es más de lo que puedo decir de muchos adultos. —No es tan fácil. —No busco algo fácil, busco algo que valga la pena. Sus palabras me golpean como un puñetazo suave, de esos que no duelen pero te dejan sin aire. Que me hable de esta forma no es lo más sano para mi estabilidad mental —y sentimental— después de pasarme los días fantaseando con volver a verlo. Me quedo callada, porque no sé qué responder. El telón se abre, y la función empieza con un estallido gritos infantiles. Oliver echa la vista atrás, y cuando comprueba que sigo aquí me sonríe y se vuelve al teatro. Ojalá yo pudiera concentrarme en las marionetas también, pero mi cabeza va tan a mil por hora que un pitido insoportable se me instala en los oídos. Me atrevo a mirarlo. Tiene el perfil iluminado por la luz suave del atardecer, y los tatuajes que que le sobresalen por el cuello de la camiseta le rozan hasta la mandíbula. El pitido desaparece cuando me mira. —Estás sonrojada —dice. —Claro que no —replico, aunque será mentira porque siento que me arde todo el cuerpo. —Claro que sí. Estás guapa. No sé si lanzarme a besarlo o echar a correr. —¿Eso te funciona con todas? —pregunto, intentando disimular que me tiemblan un poco las manos. Leo se ríe bajito, como si se divirtiera con mi forma de autodefensa, y mira hacia adelante, donde una marioneta con sombrero gigante se tambalea sobre un escenario diminuto. —Me tiene que funcionar contigo. ¿Lo estoy consiguiendo? ¿Para qué mentir? —Un poco —admito.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR