18 Fleda tardó en asimilar la noticia, pero cuando terminó de hacerlo sintió que era más de lo que cabía en el cáliz de su amargura. Su amargura era su horror, cuyo sabor le dio de pronto náuseas. ¿En qué se había convertido ella repentinamente sino en una calamitosa traidora a su amiga? Esa traición aumentaba ante la visión del motivo de la decisión de su amiga, un motivo espléndido en su calidad de tributo a la valía de la muchacha. La señora Gereth había querido asegurarse de ella y había razonado que no habría modo mejor que una magna apelación a su honor. De ser cierto que, tal como han declarado los hombres, en las mujeres es débil el sentido del honor, algunos pormenores de este golpe de mano habrían podido arrojar cierta luz sobre el tema. Lo que en cualquier caso se le planteó ah