—Leilah, diles —se queja Gina, apenas nos acercamos al gentío afuera de la casa—diles que están exagerando nada más. —¿Qué ocurre? —pregunta mi prometida, frunciendo el ceño. Tengo la impresión que todo este revuelo tiene que ver con mi hermano. Uno que aunque parezca indiferente, sigue parado en la puerta mirando hacia donde nos encontramos. Gina es la indiscreción personificada y mi hermano a duras penas ha podido disimular que la saltarina llama poderosamente su atención y que además, tiene influencia sobre él. Es algo que nunca había visto en Peter, jamás se había dejado llevar por lo que dijera alguien y menos una mujer. —Este paranoico aquí —señala la chiquilla a un malhumorado Marcus, que la tiene asida del brazo—, él es el culpable de todo. Ya no soy una niña, deberían dejar d

