Nonnu

805 Words
Capítulo 3: Nonnu   _ Mamá, me voy por algún tiempo, dijo Lucía, colocando un ramo de flores en la tumba de su madre, que había muerto en la misma fecha, un año antes. Como te dije, quiero volver a la escuela. Pero sobre todo no te preocupes, tengo un poco de ahorro y con mi beca, debería hacerlo... Mientras meditaba en silencio, un hombre calvo de estatura alta y vestido con un traje oscuro se detuvo a su altura. Y con un fuerte acento italiano: - Lucía Vittorini? ¿Vittorini? No había escuchado este apellido en más de una década. Antes de su llegada a Francia, su madre la había registrado con su apellido. Su esposo los había abandonado algún tiempo antes, ella no tenía ningún deseo de que su hija usara el suyo. - ¿Quién le pide? La joven mujer dudó, inspeccionando los alrededores para asegurarse de que no estuvieran solos en el cementerio. Este tipo no inspiró su confianza, entonces hizo cuidado. - Estoy aquí en nombre de su abuelo, Marco Vittorini. Marco Vittorini... La evocación de este nombre transportó inmediatamente a Lucía a la infancia: el sol ardiente de Lentini, sus alturas con vistas a un mar caliente, sus calles empedradas, sus pintorescas casas y sobre todo los deliciosos cannolis que amaba, y que su abuelo le compraba cada vez que lo visitaba.      Eran los buenos viejos tiempos, un tiempo lejano también. _ A don Marco le gustaría hablar con usted, dijo el hombre, invitándola a seguirlo con un movimiento de su mano. - ¿Es una broma? Dijo ella, preguntándose cómo este hombre había sabido dónde estaba. - No me lo permitiría. - ¿Quieres decir que Don Marco recuerda que tiene una nieta? Ironisa Lucía en tono áspero. ¿Y qué quiere de mí después de todos estos años? - Lo Sabrás si estás de acuerdo en venir conmigo. - ¿Estás bromeando? Dijo desilusionada. ¿Este hombre ha ignorado mi existencia durante más de diez años, y ahora debería ir a verlo como si nada hubiera pasado? Lo siento, pero no estoy interesada. - Donna Lucia, la arrestó el enviado de su abuelo cuando estaba a punto de irse. Entiendo su consternación, pero permíteme insistir. Su abuelo no te buscó por razones que te explicará. Sin embargo, e incluso solo estoy aquí para transmitirles su mensaje, puedo decirles que no tenía otra opción. Así que, por favor, encuéntrense con él y juzgarás después. La berlina negra con las ventanillas ahumadas iba a toda velocidad por los muelles. El hombre que la conducía, le explicó que Don Marco se había alojado en uno de los hoteles de la capital. Lucía lo escuchó solo con un oído. Su mente estaba demasiado ocupada tratando de adivinar las razones por las cuales su abuelo se alejo de ella. En cualquier caso, ninguna era válido a sus ojos. Primero su padre, luego él. No, su comportamiento era imperdonable y ella había aceptado verlo solo para decirle la sustancia de su pensamiento. _ No nos privamos de nada, pensó la joven mujer mientras caminaba frente al lujoso establecimiento. Ella había olvidado que Don Marco era el único descendiente de una antigua familia aristocrática, y que estaba libre de miseria gracias a sus muchas tierras. Ella y su madre no habían estado tan bien, habían pasado diez años de miseria. No hubo un día en que no hubieran contado, y que no se hubieran privado. Fue después que Lucía consiguió este trabajo de contratista, que sus finanzas se estabilizaron. Desafortunadamente, no beneficiaron de este mejoramiento, ya que la condición de su madre había disminuido drásticamente. Frente a la puerta de la sala donde se iba a llevar a cabo la reunión, la joven mujer inhalaba profundamente para tratar de calmarse. Con su mano temblorosa alisó la parte superior de su cabello y luego golpeó tres golpes en la puerta. Una voz apenas audible le dijo de entrar. Una breve mirada al hombre que la escoltaba, y luego abrió la puerta. Con un paso tembloroso, entró. El corazón de Lucía se apretó dolorosamente, su barbilla comenzó a temblar y, a pesar de ella, las lágrimas inundaron sus grandes ojos negros. El hombre parado frente a ella estaba irreconocible. Por donde habían pasado los anchos hombros que la habían llevado por los caminos hacia la pasticceria, y los pómulos llenos y rosados por el buen vino de Siracusa que tanto le gustaba besar. La mirada franca y luminosa de Don Marco se había profundizado y oscurecido. Su cuerpo, que antes era grande y robusto, estaba acurrucado en una silla de ruedas siniestra. En un instante, la ira de la joven mujer se convirtió en tristeza. Un sollozo se le escapó mientras su abuelo extendía los brazos. _ Lucía, dijo con una voz baja pero emotiva. - Nonnu...
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