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Resentimiento

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Blurb

No podía estar más rota, más destruida, más sola, dicen que cuando tu corazón se rompe en mi pedazos, al recogerlo sólo encuentras novecientos noventa y nueve trozos. El resentimiento que había en su corazón era más oscura que la noche, ella era tan pura, pero él la volvió negra, manchó su vestido blanco completamente, sólo dejando un trocito de esperanza.

Pero, siempre habrá esa luz al final del túnel, sólo hay que continuar, nunca es tarde para volver a empezar, si hay vida, hay oportunidad.

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Prológo
La rapidez de sus pasos, hacía que si desgraciadamente llegaba a caerse no sería sorpresa. No hablaba con nadie, sólo caminaba entre la multitud queriendo llegar ya a casa, la fría noche no era nada, no había nada tan grave que su esposo eufórico en casa. Absolutamente nada. Lo único que rondaba por su cabeza, era la hora que era, era muy tarde, había pasado la hora en la que ya debía estar en casa, pero aún mantenía la esperanza de sólo atrasarse media hora, no más, pero eso sólo fue un deseo más. Con los nervios de punta hizo un movimiento rápido para abrir la puerta de su casa, respiró aliviada al hacerlo, pero sólo era una meta menos, lo peor venía en camino. —Amor —aunque su esposo no le expresaba nada de cariño, ella le demostraba cada vez que podía, cuánto lo amaba. —. Ya lle… La frase quedó a mitad, la dura mano de su esposo se estampó fuertemente contra su mejilla y en cuestión de muy cortos segundos se encontraba tirada en el suelo, y la funda que contenía las manzanas que le había comprado como detalle volaron. Varias manzanas rodaron hasta llegar a la cocina. No hubo tiempo de recuperarse, no se había inmutado hasta que él, la tomó de su cabellera, y su cuero cabelludo ardió más que las otras veces. —¿Qué hora es?—la voz de su esposo era áspera, muy áspera, era como escuchar un rugido hambriento. Tragó en seco, miró a su esposo a los ojos, y la furia que veía en ellos, era lo de menos. —Lo siento —lloró. Odiaba hacerlo, pero era su única manera de liberarse, ya tenía suficiente resentimiento en su corazón como para guardar todas esas ganas de llorar. —Lo sientes —la risa siniestra del hombre erizó cada bello de su piel, cada golpiza era peor que la anterior. Un jadeo muy audible salió de sus labios, sin querer, pues si se atrevía a gritar le iba peor. —Prometiste que si te dejaba trabajar siempre estarías a las siete en punto —el agarre del hombre se intensificó. —. Ahora dime, ¿cómo te castigo? ¿Correa o a mano? Ella negó con la cabeza una y otra vez, aunque en su interior sabía que nada le servía de nada, absolutamente, seguía insistiendo, insistiendo en negarse, disculparse. Su cabeza volvió a chocar con el frío piso, pero ésta vez se levantó. Miró a su esposo, éste estaba a punto de quitarse la correa, extrañamente esa noche, ella no quería ser golpeada, algo le impulsaba a tomar nuevos riesgos. Sin pensarlo tanto como solía hacer, subió corriendo las escaleras, entró a la recámara que compartía con aquel monstruo disfrazado de humano. —¡Sabes que no me gusta que te resistas! Puso seguro a la puerta, y empezó a hacer su mente trabajar, sus manos temblaban y sudaban a la vez. Dio vueltas, y vueltas en la recámara pero nada. —¿Qué crees, cariño? Tengo llaves. Para describir como se sentía en ése momento, sólo había que tocar su corazón, éste empezó a latir desenfrenadamente. «Piensa» «¡Piensa!» «Dios mío» Miró hacia el armario, y la idea que le parecía muy estúpida, podía salvarle la vida. «No» Sacudió la cabeza una y otra vez para sacarse esa idea de la cabeza, pero cuando escuchó el sonido de unas llaves moviéndose, no lo pensó más y avanzó hacia el armario, manoteando buscó ése cajón que había visto por accidente. Sacó la pistola, y se perdió mirándola, no había matado a nadie y ya se sentía una criminal, el sólo hecho de tocarlo la asqueaba. El sonido de la puerta siendo tirada la alteró, se paró y giró de golpe apuntando inmediatamente hacia la puerta. El hombre que tenía en frente empezó a reírse a carcajadas sarcásticas, burlándose de ella, como solía hacerlo. —¡No te me acerques, Mateo!—se atrevió a gritar. —No tienes ni las agallas de tener un bebé y será dispararme. Más lágrimas empezaron a brotar de sus mejillas, pero mantenía firme la pistola en sus manos. —¡Eres una maldita perra que no sirve para nada! ¡Dame eso! El hombre se impulsó hacia ella, ella tuvo tanto miedo de volver a sentir el dolor, tanto miedo de volver a ser maltratada, tanto miedo de embarazarse y tener un aborto otra vez, tanto miedo de tantas cosas que quitó el seguro en escasos segundos y soltó el disparo. El disparo que tal vez le enviaría a la cárcel, pero sería libre, podía sonar estúpido, pero sería libre. A su manera.

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