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LA VENGANZA EQUIVOCADA DEL ITALIANO

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La mejor manera de firmar la paz y terminar con una guerra entre dos familias es uniéndose.

Helena Rossetti y Salvatore Di Sante son los responsables de sellar dicha paz.

Dos personas totalmente diferentes.

Ella cree en las personas y su bondad. Su mundo ha sido perfecto dentro de su burbuja.

Él, ha visto de primera mano lo podrido de la sociedad. Arrastra el dolor y sed de venganza; sin embargo, Salvatore entrará a ese acuerdo con el enemigo, con la firme intención de hacer tan miserable a su nueva esposa como él lo ha sido durante los últimos dos años.

Mientras Helena intenta llevar la vida que le ha tocado lo mejor posible, Salvatore se encargará en cada momento de hacerle pagar por los crímenes de su padre.

Pero, en medio de la convivencia, ambos descubrirán que en ocasiones los polos opuestos se atraen y deberán luchar contra esos sentimientos que amenazan con consumirlos o entregarse a ellos y asumir las consecuencias.

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Capítulo 1: Sacrificio del cordero.
Sacrificio del cordero. Camino del brazo de mi padre, Mauricio Rossetti y puedo sentir la mirada de todos en la iglesia sobre nosotros. Esto no es solo una boda, mucho menos una unión entre dos enamorados, «nada podría estar más lejos de la realidad.» Lo que hoy presencian los habitantes de Florencia es el fin de una guerra entre dos familias que tiene más de cien años, con esta ceremonia sellamos la enemistad entre los Rossetti y los Di Sante. Bueno, al menos eso es lo que se espera. Miro hacia al frente y veo a mi futuro esposo de espaldas mientras espera que llegue a su lado. De reojo veo cómo mi madre se limpia la esquina del ojo y del otro lado Gianluca Di Sante, mi futuro suegro me da una mirada complacida al verme caminar hacia el altar. Cuando al fin llegó al altar, me encuentro con la mirada intimidante de Salvatore Di Santi. Mi futuro esposo. Mi padre toma mi mano y la besa antes de ponerla sobre la de este hombre desconocido para mí. El sacerdote empieza su habitual servicio y cada palabra es como si me hundiera más, mi cabeza grita que es un error, pero la lealtad a mi familia pesa más, somos Rossetti y nunca defraudamos a la familia cuando nos necesitan. Hoy me toca a mí como única hija del patriarca de la familia Rossetti, y lo voy a llevar con toda la dignidad que puedo, aunque el hombre a mi lado sea detestable. «¿Cómo lo es? Simple, es un Di Sante.» El sacerdote llama nuestra atención y me doy cuenta de que he estado perdida en mis pensamientos la mayor parte del servicio. Miró al hombre frente a mí mientras toma una alianza de platino y dice: —Yo, Salvatore Di Sante, te recibo a ti, Helena Rossetti para ser mi esposa, para tenerte y protegerte de hoy en adelante, para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, en salud y en enfermedad, hasta que la muerte nos separe. Desliza el anillo sobre mi dedo y se inclina para que solo lo escuche. —Y prometo hacer miserable todos los días de tu vida. Contengo la respiración y tomo el anillo mientras este se hace para atrás. —Yo, Helena Rossetti, te recibo a ti Salvatore Di Sante como mi detestable esposo, —los murmullos se hacen presente y este me mira con la ceja enarcada. El sacerdote se aclara la garganta y respiro profundo antes de continuar—. Para tenerte y protegerte de hoy en adelante, para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, en salud y en enfermedad, hasta que la muerte nos separe. —Veremos quién entierra a quién—. Susurra cuando deslizo la alianza en su dedo. —Duerme con un ojo abierto, —replico en tono de voz cantarín sin perder mi falsa sonrisa. —Que el Señor confirme este consentimiento que han manifestado ante la Iglesia y cumpla en ustedes su bendición. Lo que Dios acaba de unir, no lo separe el hombre. Puede besar a la novia. Contengo la respiración cuando este se inclina y deja un beso en mi mejilla. Al menos no puso sus miserables labios sobre mí. —Bien, esposa —susurra mientras avanzamos por el pasillo—, bienvenida a tu nueva vida. Asiento a los presentes que toman fotografías y nos sonríen. Afuera hay más personas que no pudieron entrar a la ceremonia, y ya está disponible un auto que nos llevará a la recepción en la villa Di Sante. Mientras el auto clásico nos lleva a nuestro destino tomando el camino más largo para darle oportunidad a los invitados de llegar antes, no puedo evitar sentir ganas de huir. Cuando mi padre me informo que debería regresar a casa porque se me tenía una tarea, no pensé que sería esta. Sé la esposa de un Di Sante. Ambas familias han sido enemigas desde que nuestros bisabuelos así lo decidieron, años antes, los Di Sante y los Rossetti eran socios en una fábrica de chocolates que termino en el robo de una receta. Mi familia dice que Di Sante robo al abuelo de mi padre, ellos que los Rossetti eran unos vividores. La disputa acabó mal. Mi bisabuelo acabó siendo asesinado y se culpa a los Di Sante que nunca le dieron el reconocimiento a nuestra familia para la creación de la fábrica de chocolate más exquisita de Italia. Además de eso, cada familia es dueño de una cadena de hoteles; por supuesto, la competencia directa del otro. Mi padre me envió a Londres cuando cumplí quince años y viví una vida lejos de los conflictos, nunca se me permitió regresar, desde la distancia solo recibía noticias de cómo la familia fallecía. La última muerte, el hermano menor de mi padre, hace muchos años y casi destruye su vida. Sin embargo, después de tantos conflictos es hora de firmar la paz, ahora ambos tienen un enemigo en común. Esto es solo un acuerdo para que ninguna familia se una a los Ferretti, una familia que quiere el centro financiero de Florencia. El auto entra a la villa y estaciona frente a la puerta principal. El conductor baja dejándonos a solas, donde el ambiente es tenso. —Sonríe, parece que vas a un funeral y no a la celebración de tu boda—, espeta a mi lado Salvatore. —¿Acaso debo sonreír porque me case contigo? Dime, ¿en que sería beneficioso para mí estar casada con una escoria como tú? Antes de que lo vea venir, alarga la mano y rodea mi cuello haciéndome jadear. —Así que la gatita tiene garras—, susurra mientras aprieta un poco. Golpeo su mano, pero no me suelta y lo miro a los ojos. —Déjame decirte algo, niñata —escupe en tono serio— no tengo paciencia y no soy uno de tus peleles, así que te sugiero que te comportes o no seré muy amistoso. Con eso me suelta y jadeo en busca de aire. —¡Vaffanculo! —Exclamo viéndolo con odio. —Qué delicada flor, —se mofa en respuesta antes de bajar del auto. Bajo del auto y lo sigo hasta el interior de la villa, el lugar es sublime, grita lujo y comodidades. Atravesamos el lugar con él delante e ignoro al personal que corre de un lado al otro mientras toman bandejas con champán. Miro a través del cristal y ya hay personas esperando para celebrar con el nuevo matrimonio. «El circo completo.» Me detengo junto a este hombre que apenas conozco y esperamos en un tenso silencio. Lo que me da un segundo en estudiar las facciones del hombre, ojos y cabello oscuro, mentón fuerte, nariz algo torcida que me dice, se ha metido en más de una pelea, es alto, de hombros anchos y caderas estrechas. Por lo que me contó mi padre Salvatore tiene cuarenta años, ¡son diecisiete años de diferencia! Nunca he salido con alguien con esa diferencia de edad. «Bueno, aterriza Helena, no están saliendo, es tu marido y no por elección.» Papá también me contó que Salvatore es la cabeza de la familia ahora que su padre ha caído con la artritis. Los ojos oscuros me taladran cuando se da cuenta de que lo estudio. «No entiendo su actitud. Digo, sí, nuestras familias hacen esto como un acuerdo, pero acaso no podemos ser civilizados.» Me paso las manos por y mi vestido de novia corté princesa, con escote fantasía y alejo los nervios. En silencio, Salvatore me ofrece su brazo y sé que es hora del espectáculo, cuando lo hago hace una imperceptible señal y las puertas dobles se abren. Sorbo de mi copa y miro alrededor con ganas de dejar el lugar. —Espero que ahora que eres la esposa de Salvatore sepas aprovechar eso para la familia. Parpadeo ante las palabras de mi padre que se detiene junto a mí con mi madre. —No entiendo a qué te refieres, —susurro— hice lo que me pediste, hemos sellado la paz entre ambas familias. El tuerce el gesto. —Necesitas la joya de la corona, mi vida—, espeta en tono despreocupado mientras al frente de nosotros están sentados Gianluca y Evelina Di Sante los padres de Salvatore—. La cabeza de esta familia es tu ahora marido—, continua mi padre en voz baja—. Asegúrate de que tengamos la próxima generación de Rossetti y así vamos a dominar todo. La garganta amenaza con cerrarse ante las palabras de este. —Papá, ¿no me pidas eso? —Cariño, es tu marido—, secunda mamá. —No por elección, no tenemos nada en común. Mi meta es llevar un matrimonio cordial, no lo que planeas. —Mira Helena, tu marido tiene dos hermanos. Renzo y Martina pueden dar el primer nieto Di Santi y nuestra única oportunidad se irá al carajo. —Pensé que esto era el fin de cualquier conflicto. —Lo es, solo necesitas tener un hijo de Salvatore. No respondo; en cambio, me alejo con destino al interior de la villa en busca de un baño donde pueda esconderme. Deambulo en busca de un lugar privado mientras el personal ignora mi presencia y sigue en sus labores. Me encuentro en medio de un largo pasillo con sus paredes decoradas en arte, el lugar es casi terrorífico con todos esos retratos. Estoy por darme media vuelta y buscar las indicaciones de un baño cuando escucho un gemido ronco. Doy un paso atrás y choco con un cuerpo duro. —El que busca encuentra, cuñadita —la voz fría me hace voltear y me encuentro con Renzo Di Sante. Trago. Sus ojos oscuros me estudian con burla viéndome desde su altura. —Solo buscaba el tocador —susurro. Su sonrisa casi siniestra me hace remover y asiente antes de mirar por encima de mi hombro. Sigo su mirada para encontrar a Salvatore ajustando sus pantalones, cuando depara en los dos, nos lanza una mirada mortal. —Te lo dije—, habla en voz baja Renzo antes de darse media vuelta y dejarme a solas con mi flamante marido que, por lo que veo, no puede mantener los pantalones arriba, ¿me importa? Ni de cerca, pero soy una mujer orgullosa, y no voy a permitir que el apellido Rossetti sea arrastrado por este hombre. La puerta de la que acaba de salir se abre, pero él la cierra de un golpe. —¿No vas a presentarme a tu amante? —Chasqueo los labios— qué desconsiderado. Tuerce el gesto y me da una sonrisa socarrona. —¿No me digas que harás un escándalo? —No, fíjate que soy una dama; por supuesto, dudo que alguna vez hayas visto a una, —continúo ignorando como mi sangre hierve— creí que al menos entre los dos podría existir la intención de llevar un matrimonio civilizado. —Desde cuando los Rossetti son civilizados—, se ríe entre dientes—. Tú harás lo que yo diga. «¿En serio?» —Créeme, hacerte la vida fácil no está en mi lista de deseos—, se acerca con lentitud hasta mí. Como un depredador que está a punto de atacar a su presa. —Lo único que tenemos en común es que ninguno quiere este matrimonio, pero es lo que hay… por ahora, así que espero que lleves tu papel de esposa Di Sante cómo se debe o verás que tan malo puede ser que me cabrees. Alzo la barbilla y lo miro con desdén. —Se supone que debo tener en cuenta tu amenaza. Me da una sonrisa enigmática. —Eso depende que tan inteligente eres, esposa. —Salvatore, Helena—. La voz de la madre de este nos interrumpe—, tu padre les quiere con los invitados. Mi mirada oscila de Salvatore a la puerta de donde provenían los gemidos. —Ahora—, insiste la mujer. —Adelántense, tengo que buscar algo primero, —su tono es duro que no deja espacio para una contradicción. Doy media vuelta y dejo el siniestro pasillo junto a la madre de Salvatore; sin embargo, recuerdo el motivo por el cual entre. —Puede indicarme un tocador, por favor. Ella se detiene y me mira con su respingada nariz. Pienso que dirá algo borde, pero no; en cambio, señala un pasillo alterno. —Al fondo, y no tardes. Sin querer entrar en otra discusión por su orden, me alejo y cuando entro al baño dejo escapar el aire. Me acerco al lavado y mis ojos claros me devuelven la mirada. —Definitivamente, no es lo que esperaba.

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