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2102 Words
Una mañana de febrero nació Leonardo. La pequeña casa de Leona se cimbró con el llanto del niño, lo que para ella era una buena señal. Él era el producto final de una aventura que su madre había tenido con uno de los invitados de Don Enrique tiempo atrás, por lo que Leonardo nunca conocería a su padre y sólo un poco del origen de su historia. Tita no tenía vergüenza de lo que había hecho, ese tiempo que había pasado con él había sido el mejor de su vida, y después, al enterarse de que estaba embarazada pensó que había sido el más grande regalo.  Leonardo era igualito a su padre, rubio, ojos miel, piel blanca, así que era evidente que no era hijo de alguno de los trabajadores de la hacienda. Leona le había pronosticado sólo cosas buenas como que el niño había nacido para ser grande y expresivo. Soñador, amable y honesto – Cruzará mares y montañas, serás importante. – Lo dijo con una voz fuerte y segura.  Tita seguía observando a su hijo asombrada, era perfecto. Después de tantos meses de espera y de un sufrimiento, que parecía eterno, él se encontraba ya entre sus brazos.   – Te dije que llegaría en febrero al amanecer, te dije que ya había soñado con él. – Insistió Tita. A veces Tita se sentía un poco opacada por los dones de su hermana. Ella, era la encargada de predecir el destino de todos en el pueblo, así como proporcionar remedios para las enfermedades que no eran vistas por un ojo clínico. Así que durante todo el día los recolectores y trabajadores de la hacienda iban por remedios para el mal de ojo, para el empacho o para enfermedades del corazón más serias como la soledad.  Ella había traído al mundo a todos los bebés que se encontraban en Al Paraíso y les decía su destino. Leona había dicho de todo, desde niños que crecerían para tener cierta profesión, destinos entrelazados hasta muertes tempranas. – El truco en estas noticias es dejarles a los padres un poco de esperanza, decirles que su hijo vivirá tan solo cierto tiempo, pero después la pareja tendrá gemelos y ellos sí llegarán a cumplir su destino y se harán ancianos.  Así que, al nacer Leonardo, Tita no quería escuchar que le esperaba a su hijo por lo que Leona trató de cumplir sus deseos, sin embargo, al ver a Leonardo, no dudo en decir que su hijo sería educado y trabajador y que le esperaba una gran vida – Pero siempre hay algo malo. –  Repetía Tita. – Siempre hay algo malo que debe pasarle para que él pueda cumplir con su destino. Al ver la tristeza de su hermana Leona le prometió que rezaría por él para protegerlo y guiarlo. Al fin y al cabo era su único sobrino y el único hijo que tendría su hermana.  Sin embargo, Leona mentía. Su hermana tenía razón, todos debemos ofrecer algo para obtener lo que deseamos. En ese momento ella no lo sabía pero estaba segura que su sobrino estaba destinado a liberarlos a todos de tanto pesar. Así que Leonardo, rubio y de ojos miel creció en Al Paraíso lejos de la casa grande. Su tía lo cuidaba por las mañanas y por la tarde su madre regresaba a entenderlo y a amarlo. Lo bañaba con mucho cuidado enjabonando su piel con jabón de lavanda para ayudarlo a dormir y por las mañanas le dejaba preparado el desayuno para que ella supiera qué comió bien. Eran los cuidados que  podía controlar en ese momento, ya que durante el día no tenía ni una pizca de idea de qué estaba haciendo su hijo mientras ella trabajaba en la casa de Don Enrique.  Así Leo, como le decían, creció con dos madres, una que le daba cuidados y la otra que le daba consejos. Leona era un poco más relajada y cómo estaba segura de que su sobrino estaría bien le dejaba hacer cosas que a Tita nunca se le hubiera ocurrido darle permiso. Leo creció entre los cafetales, o al lado de la laguna y sobre todo jugando a la falda de la montaña, donde los hijos de los otros trabajadores iban para escalar los pocos metros que se les permitían. Sin embargo, Leo siempre supo que era diferente, pero aún no sabía por qué. No era  solamente por su aspecto físico , sino por lo que podía hacer e imaginar. –  Tienes alma de artista.  – Siempre le decía Leona, y él lo comprendería tiempo después.  A los 5 años, Tita y él se mudaron a su propio lugar, una  casa que Don Enrique le había rentado para que no vivieran todos en la pequeña casa de Leona. Después de un tiempo, Tita llegaría a ser propietaria del lugar y viviría ahí sin preocuparse hasta el momento de su muerte. Con su alma de artista,  Leonardo comenzó a decorar las nuevas paredes de dibujos que él hacía en la escuela. Lo que había empezado como unos simples garabatos, después se convertirían en pequeñas obras de arte conforme él fuera tomando práctica. Dibujaba los cafetales, la casa grande desde lejos, a los perros, gatos, los árboles y lagos, hasta que un día le regaló a su mamá su primer retrato. Ella sentada en la mesa de la cocina limpiando los frijoles. Tita cuando lo vio comenzó a llorar y decidió ponerle un marco de madera para exhibirlo en la pequeña sala, acción que empujó al niño a seguir pintándo. Así pasarían los meses que luego se convertirían en años y el pequeño encontraría su más grande pasión dibujando con las pinturas que su madre con mucho esfuerzo le regalaba. Las tardes solitarias que pasaba sin su mamá ya no lo eran tanto, porque Leonardo tenía lo que necesitaba con él.  Sin embargo, cuando pensamos que nuestra felicidad está completa y que nuestra vida sería tranquila nos encontramos de frente con el inicio de nuestro destino. Para algunos es una acción, para otros un viaje y otros una persona, y la de Leonardo tenía nombre y apellido: Matilde Cienfuegos.  Leonardo desde chico tenía prohibido subir a la casa grande, su madre le ponía millones de pretextos para evitar que el niño, travieso y curioso, subiera a visitarla durante los veranos. Él siempre se preguntaba cómo era la niña que su madre con tanto afán cuidaba. A veces, cuando Tita regresaba de trabajar le preguntaba cómo era Matilde y por qué tenía que cuidarla toda la mañana. Ella le explicaba que era la única hija de los patrones y que su madre era una señora muy delicada, que se pasaba con migraña todo el día, por lo que ella debía cuidar, vestir y alimentar a su hija.  Él con las pocas descripciones que le daba su madre había logrado hacer un retrato de ella en su mente para poder reconocerla por si algún día ella bajaba a los cafetales, acción que posiblemente nunca se cumpliría ya que "la Extranjera" le tenía prohibido siquiera acercarse al arco de ladrillo que servía como entrada para éstos.  Para Leonardo, Matilde era de tez blanca, pelo negro y muy callada, y aunque las pláticas con su madre satisfacían un poco su curiosidad no era suficiente.  Una tarde, con el pretexto de pintar con detalle las buganvilias rosas, que tapizaban los balcones de la casa grande, decidió aventurarse y subir a escondidas. Al pasar las puertas de la entrada sin que nadie le dijera nada, y con la esperanza de que lo lograría, entró a la terraza. El interior de la casa era fresco y olía a tierra mojada, había flores por todas partes y árboles altísimos que le daban la sombra necesaria a la terraza. Él se sentó sin hacer ruido en una de las mesas, sacó sus lápices, un pedazo de papel y comenzó a dibujar un boceto de las flores. Era increíble la facilidad con la que lograba captar cada uno de los detalles, hasta ahora sólo las había pintado de lejos y por fin  el lograr una imagen detallada lo hacía feliz.   –  Si quieres puedes pintar las flores del otro jardín.– Escuchó una voz a lo lejos, sacándolo de su concentración y permitiendo que un miedo profundo entrara a su cuerpo. Leonardo comenzó a buscar la voz,  pero no sabía precisamente dónde hacerlo o dónde mirar, así que se quedó quieto por un momento.  –  Las flores del otro lado están más lindas y les da más luz. – Dijo la voz de nuevo.  Él se levantó asustado y comenzó a levantar sus cosas preparándose para salir corriendo. Volteó a la ruta de escape cuando una niña de su edad apareció en frente de él. Alta, de cabello negro y largo, ojos verdes y tez blanca ; supo en ese momento que se trataba de Matilde Cienfuegos, la niña que tantas veces había imaginado y que ahora, finalmente conocía en vivo y a todo color.   –  Si quieres te puedo llevar. – Repitió ella más segura – Ven. – Lo tomó de la mano evitando que Leonardo escapara corriendo hacia su casa.  Mientras atravesaban uno de los pasillos de la casa Leonardo no podía dejar de imaginar el fuerte regaño que le pondría su madre cuando se enterara que había estado en la casa grande sin su permiso. Sin embargo, a Matilde no parecía importarle nada de lo que le pasara a él y sólo seguía corriendo con Leonardo tras ella. Las preocupaciones desaparecieron cuando entraron a un jardín enorme con una fuente en el centro. Ella tenía razón, había más flores y colores que los jardines de la entrada. La casa en realidad era enorme y no podía creer que Matilde no se perdiera entre tantos pasillos y balcones.   –  Este es el jardín donde juego. – Le dijo ella inocente. – Si quieres puedes pintar los árboles, las flores y los pájaros, si quieres me puedes pintar a mi bailando.  Leonardo aún no sabía qué contestar, sólo la miró con los ojos de un niño de ocho años que sabía que se había metido en un problema.   –  ¿Qué eres mudo? – Preguntó ella inquieta  –  ¿Eres el hijo de Tita, cierto?  Él aceptó con la cabeza.   –  No te pareces a ella. – Remarcó sonriendo – Tu eres rubio, ella no es rubia. –    –  Dice que me parezco a mi papá. – Habló Leonardo por primera vez.   –  ¿Sabes quién es tu padre? – Replicó ella de inmediato.   –  Mi madre dice que él está en otro lugar, un lugar muy lejos.     –  ¿Cómo Francia? ¿España? Mi madre dice que en unos años tendré que ir a estudiar allá ¿sabes dónde están Francia y España?  Leonardo ya no contestó, las preguntas de Matilde lo hacían sentir incómodo. Ella era tan presumida y arrogante que no supo cómo reaccionar.   –  Me tengo que ir. –  Dijo Leonardo tímidamente mientras sostenía sus cosas con fuerza.   –  ¿Entonces no vas a pintar el jardín? Te traje hasta acá para que lo hicieras, quiero ver como lo haces.  –  Le ordenó.  “¡Qué pasa aquí!”   Escucharon una voz a lo lejos. Era la "Extranjera" que se encontraba en uno de los balcones con vista al jardín  –  ¡Qué hace ese niño dentro de la casa Matilde!  Leonardo la miró asustado y se echó a correr tratando de recordar el camino de regreso. Corrió sin darse cuenta de que ya había dejado atrás la casa grande y se encontraba casi llegando a los cafetales. Ya había escuchado rumores acerca de la extranjera, pero nadie le había dicho que era tan blanca que parecía fantasma, y que sus ojos eran tan grandes que parecía que con una mirada absorbía el alma. Tal vez, la descripción de un niño pueda causar un poco de risa, pero siempre debemos recordar que ellos siempre dicen la verdad, así que dicha imagen debería pasar por certera.  Esa noche, después del evidente regaño que su madre le dió por haberse escapado a la casa grande, Leo  se olvidó de las flores y los colores del jardín y decidió perfeccionar los retratos que tenía de Matilde. Aunque era de lo más hermosa y vivaz, se juró que no volvería a verla, ya que era evidente que ella no jugaría con él o en todo caso le volvería a hablar. Pero, repitiendo la frase  de su tía Leona: Uno propone y el destino dispone, Leonardo no tenía ni idea de cuántas veces más la volvería a ver y sería más pronto de lo que él imaginaba.   
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