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1133 Words
Martina arrugó la nariz al mirar las paredes de la habitación en la que dormiría durante dos meses. Pósteres de autos de carreras, pilotos, calendarios de mujeres con poca ropa y fotos de un Javier adolescente con un grupo de amigos. No pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa al ver a aquel joven que lucía relajado, nada que ver a quien había conocido hace tan solo unas horas, un hombre serio y probablemente de un malhumor constante. Su mamá le había mostrado fotos de él, aunque jamás les había prestado atención, y conociéndolo en persona se dio cuenta de que era mucho más lindo de lo que creía, aunque claro, también bastante asqueroso. En su ambiente conocía varios hombres tan sexys, pero tan creídos, que por más que tuvieran belleza sobrenatural no daban ganas de estar con ellos a causa de su personalidad. Javier aparentaba ser así, pero no estaba del todo segura. Tras unos cinco minutos preparando su ropa de cama, se fue a dar una ducha rápida. No daba más del sueño y lo único que quería era acostarse. El viaje había sido demasiado largo y estaba teniendo el trastorno del jet lag, estaba segura de que se le iba a complicar acostumbrarse a los nuevos horarios. Al salir del baño envuelta en su toalla de algodón rosada y con sus pantuflas de conejito, lanzó un grito al distinguir un cuerpo gracias a luz de la luna que entraba por la ventana e iluminaba el cuarto. —¡Sshh! —la calló una voz masculina. Martina encendió la luz con el interruptor que tenía al lado y entrecerró los ojos para no enceguecerse. Javier hizo una mueca avergonzada al notar que ella estaba apenas cubierta, así que dirigió su vista a otro lado—. Perdón, estaba buscando algo, pensé que no ibas a salir todavía. —¿Qué estás buscando? —interrogó ella con interés. Todavía tenía su respiración agitada y su corazón latiendo a mil por hora a causa del susto que se había pegado. —No importa. Vio como él se agachaba y buscaba algo debajo de la cama, chasqueó la lengua y se dirigió al ropero. Al abrirlo, se encontró con que estaba vacío, así que bufó. La rubia lo miraba con una mezcla de diversión, curiosidad y molestia. —Me quiero cambiar —comunicó. El ojiverde la miró de arriba abajo y se encogió de hombros. —Cambiate, ni que fuera la primera vez que veo a una mujer desnuda —replicó con tono indiferente. Volvió su vista al frente y continúo en búsqueda de aquellos papeles que había guardado muy bien, pero en cuanto escuchó el toallón de su acompañante caer al suelo sintió que el calor se le subía hasta las mejillas, tragó saliva y aguantó las ganas de volver a verla. De repente recordó aquella silueta, esas piernas blancas y con aspecto aterciopelado, e imaginó cómo deberían ser sus caderas, su cintura… sacudió la cabeza, no podía estar pensando en eso. Debía encontrar esos malditos papeles. Escuchó que la cama se hundía y respiró aliviado, aunque cuando giró quedó impresionado con la imagen. Martina trató de contener la risa al ver la expresión del muchacho, casi que se le estaba cayendo la mandíbula. Debía admitir que se había puesto ese camisón de seda blanco, que le quedaba hasta los muslos, solo para desafiarlo. ¿Que no era la primera mujer desnuda que veía? Bueno, no lo parecía. O quizás jamás había visto a una mujer tan sensual como ella. Incluso con el cabello mojado y a cara lavada era preciosa, de hecho, era aún más hermosa al natural. Sus ojos se cruzaron un segundo y Javier resopló, cayendo en que se había quedado ensimismado, y se fue dando un portazo sin siquiera despedirse. La modelo arqueó las cejas, esbozó una sonrisa burlona y volvió a ponerse de pie para apagar la luz. Intentó mantenerse despierta un poco más con el fin de revisar sus r************* , pero terminó durmiéndose prácticamente al instante. Esperaba que los días siguientes no fueran tan largos como este. Mientras tanto, Javier se había escapado de la casa a la velocidad de la luz. Necesitaba alejarse lo más posible de aquella mujer de labios rellenos y mirada inocente, aunque sabía que de inocente no tenía nada. Estuvo a punto de perder la cordura y lanzarse a su cuerpo. Él era así, no solía controlarse demasiado en sus momentos pasionales, pero sentía que debía ser respetuoso con Martina. ¡Era la hija de la mejor amiga de su madre! No estaba seguro de que Nina estaría muy feliz de verlos juntos, y mucho menos sabía porqué carajos estaba pensando en estar con esa modelo. Llegó a su departamento quince minutos después, se desvistió mientras iba encendiendo las luces del recinto haciendo gemidos de alivio. Odiaba estar con traje y zapatos todo el día. Todo estaba tranquilo, Julieta, la mucama, se había encargado de limpiar todo el desastre que había dejado la noche anterior con sus amigos, sobre el sillón estaba la ropa que debía usar al otro día limpia, planchada, y perfectamente doblada. En la isla de cocina había una nota diciendo que ya estaba su desayuno preparado, que solo debía calentarlo en el microondas. —Siempre lo mismo —murmuró por lo bajo. Ella le dejaba el desayuno ya listo porque usualmente se quedaba dormida y llegaba tarde, así que él siempre se iba a la empresa sin comer o solo tomaba un café. Sus padres lo habían criado de manera que hiciera las cosas por sí solo, pero era demasiado cómodo y, debía admitirlo, le gustaba tener todo servido. Fue a darse un breve baño antes de acostarse. Sus párpados ya se cerraban solos y ni siquiera pasaban las doce de la noche. —Me estoy volviendo un viejo —comentó entre bostezos, entrando a la ducha. Él hablaba mucho consigo mismo, incluso varias veces lo habían mirado como si estuviera loco, ya que hasta en la calle hacía tal cosa. Se miró al espejo mientras se secaba e hizo una mueca de disgusto. Ya tenía que cortarse el cabello, unos pequeños mechones caían en su frente y otros tapaban sus orejas, se estaba volviendo un peinado desordenado y él odiaba eso. Anotó mentalmente que debía pasar por la peluquería. Se dirigió a su habitación, se puso un calzoncillo de Calvin Klein y se acostó tapándose apenas con la sábana de seda blanca, que le hizo acordar al camisón de Martina. En sus sueños, el roce de aquella tela se convirtió en la piel de la joven y Javier no pudo evitar suspirar al imaginar sus labios. Apenas la había conocido, pero ya aparecía en su mente. Solo era cuestión de tiempo para que terminara de volverlo loco. 
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