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1763 Words
Javier salió de la empresa tras terminar su horario laboral. Subió a su Lamborghini y se encaminó a la casa de sus padres. Ya era casi una costumbre para él ir a la cabaña en la que vivió hasta los veinte años, antes de decidir que era hora de independizarse. Más bien, sus padres lo echaron en cuanto comenzaron a ver que llegaba una chica distinta cada día preguntando por él. Tamborileando los dedos sobre el volante al ritmo de la música electrónica, esperaba que el semáforo se pusiera en verde mientras recordaba a esa mujer que irrumpió en su oficina a la mañana. Martina Rossi, ¿era posible que la pubertad la hubiera ayudado tanto? No la recordaba para nada tan linda, aunque también admitía que a esa edad solo le importaba jugar a los autos de carrera y a la pelota con sus amigos. Avanzó con el semáforo a su favor y, en cuanto vio que no había ningún auto a su alrededor, pisó el acelerador. Para él no había nada mejor que manejar a una velocidad extrema, lo hacía sentir poderoso, vivo, y lo llenaba de adrenalina. Muchas veces tuvo que aguantarse la reprimenda que le daban sus padres, hasta que pudo anotarse en una escuela de manejo profesional y dejaron de molestarlo. Esteban se la pasaba diciéndole que quizás, si atropellaba a alguna mujer, esta se convertiría en el amor de su vida. Cada vez que Javier pensaba en el amor, sentía asco, eso no era para él. En cuanto estacionó en la puerta de la casa y bajó del coche, frunció el ceño al escuchar risas. Probablemente era su hermana menor, que vivía risueña y alegre la mayor parte del tiempo. Entró sin pedir permiso y la no tan pequeña Inés, de veinticuatro años, se lanzó a sus brazos. Ella se sentía como una nena chiquita al lado de él, la sobreprotegía, la malcriaba y la cuidaba como nadie, por lo que no se quejaba. —¡Hola, chiquita! —la saludó Javier con una enorme sonrisa—. ¿Todo bien? —Sí, tenemos visita —respondió Inés mirando con interés a su hermano, que volvió a fruncir el ceño. No sabía porqué, pero tenía una mala sensación en la boca del estómago—. Estoy segura de que no te va a caer para nada bien —agregó en voz baja. El muchacho continuó hasta el interior de la cocina seguido por su hermana, a quien no se le borraba la sonrisa. Su papá se encontraba de espaldas, cocinando algo que olía bastante rico, mientras que su madre hablaba sin parar con la chica que tenía enfrente. Martina Rossi. ¿Así iba a ser a partir de ahora? ¿Se la iba a cruzar todo el tiempo? Porque la verdad es que no le gustaba para nada, desde lejos se notaba que en vez de Martina debería haberse llamado “Problemas”. —¡Javi! —exclamó Nina poniéndose de pie para llegar hasta él y saludarlo con un beso y una apretada de mejillas que lo avergonzó por completo, sobre todo al ver la sonrisa burlona de aquella mujer que lo miraba desde la mesa. —Mamá… —Se quejó él por lo bajo, sonrojándose. Usualmente era bastante dulce con su familia, pero esta vez quería hacerse el duro. —Hola, hijo, ¿cómo te fue en hoy? —le preguntó Esteban limpiándose las manos con un trapo antes de darle un breve abrazo. —Esperen, deberían presentarlos —los interrumpió Inés, señalando a Martina. —Ya nos conocemos —contestó ella esbozando una sonrisa muy simpática. Javier bufó y asintió con la cabeza. —Es cierto, fue a buscarlos a la empresa, pero no estaban, así que la atendí yo —expresó—. No sabía que tenía una prima —agregó con tono divertido. —Bueno, son como primos lejanos y probablemente ni se recuerden —comentó Nina comenzando a poner los cubiertos. Su hijo arqueó las cejas y miró el reloj, apenas iban a ser las siete de la tarde, ¿qué hacían comiendo tan temprano?—. Es que Martina está cansada, así que vamos a cenar ahora —dijo viendo la expresión desorientada del joven. —¿Va a dormir acá? —interrogó Javier sirviéndose un poco de agua. Su mamá asintió—. ¿Con Inés? —En tu antigua habitación —respondió la nombrada ocultando una sonrisa. No pudo evitar escupir todo lo que estaba tomando. Ahí tenía cosas privadas, muy privadas, si bien estaban escondidas, estaba seguro de que esa chica era capaz de revisarle todo, así que se encaminó hasta su cuarto y buscó debajo de la cama, donde estaba esa baldosa que se movía, pero no la encontró por ningún lado. Al parecer, sus padres se encargaron de volver a pegarla. Claro, ya habían pasado siete años desde que se fue de la casa. Esteban apareció detrás de él y le dio un susto bastante grande cuando se aclaró la voz y vio que en sus manos tenía esa caja íntima. —¿Estabas buscando esto? —le preguntó el mayor. Javier hizo un sonido afirmativo e intentó arrebatársela de las manos, pero el otro fue más rápido y se movió un segundo antes—. Siempre me pregunté qué había acá adentro… —Cosas privadas, papá —replicó el muchacho cruzándose de brazos. Observó a su padre sentarse en la cama y suspiró, iba a ser difícil sacarlo de ahí. Cruzaron sus ojos verdes de manera desafiante. Javier no iba a decir nada, y Esteban no iba a irse hasta que le contara lo que escondía en esa caja—. Son fotos de mujeres desnudas —mintió. —Por algún motivo no te creo, pero está bien. —Se levantó y le entregó el objeto—. Me voy porque estoy sintiendo el olor a quemado del estofado y tu mamá no lo va a arreglar. Javier rio por lo bajo. Sus padres eran de otro mundo con ese super olfato y, si bien él había heredado un poco de ese don, nunca iba a ser tan bueno como ellos. Tras dos minutos de soledad, decidió salir de la habitación y fue hasta su auto para guardar su caja de recuerdos. Se apoyó contra la puerta y sacó un cigarrillo a escondidas, toda su familia odiaba que fumara, pero sus amigos lo convencieron hacía años y jamás pudo volver a dejar ese vicio. Cerró los ojos un instante, disfrutando la sensación, hasta que una voz femenina lo interrumpió. —¿No tenés frío? Javier giró para mirar a aquella mujer que conoció apenas hace unas horas. Apretó la mandíbula al descubrir que su cuerpo reaccionaba con solo mirar sus piernas y aquel cabello rubio y espeso que caía sobre sus hombros de manera salvaje. —Veinte grados, no hace frío —respondió volviendo la vista al frente. Si la seguía mirando, iba a comenzar a imaginarse cosas que no debería. De todos modos, ella caminó y se posicionó a su lado, le robó el cigarrillo con agilidad y se lo llevó a sus labios para darle una profunda calada. Luego se lo devolvió, divirtiéndose con la mirada atónita de su acompañante. Lo observó con atención, era bastante alto, de cuerpo robusto, y una barba incipiente decoraban sus mejillas y mentón. Tenía los ojos verdes, idénticos a los de su padre, el cabello oscuro y corto, una boca rosada y carnosa y una sonrisa perfecta. Era imposible que ese tipo fuera perfumista y no modelo, pero eso no le incumbía a ella. O pretendía que no le importase. —Tus padres me mandaron, quieren que entres a comer —expresó. Javier suspiró, asintió terminando el cigarrillo, y la miró con interés. —¿Cómo es que no tenés acento italiano? —decidió preguntar. Martina se rio. —Mi mamá es argentina, jamás pudo aprender italiano, así que yo soy bilingüe prácticamente desde que nací. Deberías saber eso —contestó ella, le guiñó un ojo, dio media vuelta y volvió a la casa. Javier se quedó mirando el espacio vacío, ese extraño aroma a fresa y miel, ahora mezclado con tabaco, llegó hasta su nariz y lo estremeció. Sacudió la cabeza y volvió con su familia. —¡Que no quiero nada! —exclamaba Nina mientras servía la comida. Sus dos hijos se miraron entre sí con una sonrisa divertida—. Voy a cumplir cincuenta y tres años, estoy demasiado vieja, no quiero fiesta. Solo quiero quedarme en la cama llorando y sufriendo por mi edad. Inés puso los ojos en blanco y le dio un codazo a Martina antes de decirle algo en el oído. Ambas se rieron con complicidad y Javier sintió un pinchazo en el estómago. No eran celos, si no una mala sensación. Esa mujer tenía carteles de peligro por todos lados, se notaba que era rebelde y problemática. En cambio, su hermana era una chica inocente, alegre, fácil de influenciar. Si bien no quería interponerse en la vida de Inés y sus amistades, sabía que tenía que impedir que ellas se hicieran amigas. La rubia levantó sus ojos y los dirigió a aquel hombre que tenía frente a ella, quien la estaba mirando con mala cara. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué la juzgaba de ese modo? Martina sostuvo su mirada con expresión desafiante. Estaba acostumbrada a que los hombres la vieran, ni siquiera le importaba, pero él tenía un gesto feroz grabado en sus ojos, algo que la descolocaba y, por alguna extraña razón, le atraía. —Bueno, vamos a brindar por Martina, porque llegó bien al país, porque se va a quedar con nosotros por un largo tiempo y por su exitosa carrera de modelo —manifestó Nina levantando una copa llena de vino. Los cinco brindaron, pero a Javier le quedó una pregunta rondando por su cabeza. —¿Cuánto es “un largo tiempo”? —decidió preguntar. —Dos meses —replicó Inés. Él intentó disimular su mueca de disgusto. Dos meses era demasiado. En ese tiempo podrían pasar varias cosas. a)Que Martina e Inés se hicieran muy amigas. Su hermana sufriría bastante cuando se fuera, ya que solía ser bastante dependiente de los demás. b)Que volviera loco a cualquier hombre que se la cruzara. En realidad, Javier temía que lo volviera loco a él, pero eso no iba a admitirlo. Dos meses con esa mujer. Podría ser su paraíso o su infierno y, al menos por ahora, no quería descubrirlo.
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