Sentada en el restaurante acordado, Irene se sorprendió revisando su teléfono más veces de lo necesario, ¿Por qué demonios estaba tan malditamente tarde?, pensó mientras movía impacientemente la pierna al no ver señales de Isabella.
¿Qué pasaría si no se presentaba? ¿Qué se suponía que debía hacer entonces?
El solo pensamiento la llevó a morderse la uña del pulgar, un hábito que nunca pensó que tendría hasta recientemente.
Sus pobres uñas recién hechas estaban sufriendo tanto, y todo era culpa de Isabella, pero incluso sabiendo esto, Irene tuvo que recordarse a sí misma mantener la calma, después de todo, estaba allí para hacer un trato con Isabella, no para asesinarla… al menos, no todavía.
Finalmente, la campanilla sobre la puerta del restaurante sonó e Isabella entró, entonces Iren
