—¿Tú eres su esposa? —preguntó Isabella mientras la incredulidad y la sorpresa se volvían evidentes en su rostro. La mujer, Irene Rosewood, asintió con la cabeza con orgullo. —Así es, ¿Y tú quién demonios eres? La expresión de sorpresa en el rostro de Isabella pronto fue reemplazada por una de desconcierto, ¿El descaro de esta mujer? Adoptar un tono tan grosero cuando apenas la conocía. Aparte del sorprendente parecido entre ellas, que a Isabella le resultaba inquietante, no podía pensar en ninguna otra razón en el mundo por la que alguien como ella, una completa desconocida, debería ser tan grosera. ¿O quizá pensaba que tenía algo con Arvan? Era posible, dado que el discurso de él había conseguido millones de vistas, pero la sola idea, a pesar de que aquel hombre le había confesado s

