Habían pasado tres días completos desde que Valery había llegado al hospital, pero ese día, por fin se le había permitido irse a casa, y definitivamente sentir cómo le quitaban las cuerdas y cables de los brazos y le retiraban las vendas de la frente era como experimentar una nueva sensación de dicha y libertad combinadas. —Muy bien, eso debería ser todo —concluyó el Doctor Bailey, dejando caer la última venda usada de Valery en la bandeja que sostenía su enfermera asistente. Valery estuvo a punto de chillar de alegría, a punto, pero no lo hizo, por el contrario, conteniéndose, saltó de su cama de hospital, aterrizó sobre sus pies y corrió hacia sus padres en el mismo segundo. Isabella la atrapó felizmente, levantándolo en sus brazos. —¡Mami, soy libre! Riéndose de su entusiasmo, Isa

