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El fuego entre nosotros

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Blurb

Micaela está locamente enamorada de su jefe, Santiago.

Santiago siente a Micaela como una hermana pequeña, ya que es la hermana de su mejor amigo, pero la ve tan deseable... Y eso lo hace sentir culpa, por lo que la mantiene alejada con su frialdad y sus constantes peleas para hacerla enojar.

Entre ellos hay una chispa que está a punto de explotar y, cuando eso suceda, el fuego va a arder y la llama no se extinguirá.

A no ser...

Que Juan, el hermano de Micaela, se entere de la relación.

Que Santiago se sienta tan culpable que quiera alejarla de nuevo.

Que Micaela crea que se equivocó al enamorarse de Santiago.

¿Podrá el fuego sobrevivir o se extinguirá debido a todos los obstáculos que se interponen?

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Capítulo 1
Lo miro desde lejos. La bebida en mi mano está tan fría que me hace doler, pero siento sus ojos sobre mí y eso no me permite prestarle demasiada atención a lo que sucede a mi alrededor. Ni siquiera siento el retumbar de la música en mi cabeza. Él se acerca, nos quedamos unos minutos a solas en el rincón, al principio me sostiene la mirada con profundidad durante varios segundos, pero de repente me toma de la cintura, me atrae hacia él y me encierra entre sus brazos y la pared. Contengo la respiración mientras sus manos viajan de mi cintura hasta mi baja espalda, sin ir más abajo, me pega aún más a su cuerpo y siento que mis piernas se convierten en gelatina. Sus labios, rellenos y rosados, se curvan en una sonrisa pícara mientras aparta un mechón de mi cabello y lo coloca detrás de mi oreja. Mi corazón se acelera, mi estómago cosquillea y no puedo pensar en otra cosa que no sea que lo deseo en este mismísimo momento. ¿Esto es real? ¿De verdad estamos así de cerca? —Muero por besarte —murmulla con voz ronca, acercándose hacia mis labios con lentitud. Esas palabras no paran de resonar en mi cabeza y, sin querer, yo también estoy muriendo por besarlo. Esa boca… esa boca me invita a probarla, y yo no doy más de las ganas. Quiero tocar sus labios con los míos, sentir el roce de sus besos y su lengua traviesa encontrándose con la mía. No es un pensamiento sano, pero tampoco puedo sacármelo de la mente. ¿Qué mal me haría besarlo? Como mucho me haría adicta a él, pero también me haría adicta al sufrimiento. Si sus labios, sin siquiera rozarlos, ya son un pasaje gratis directo al infierno… si los llego a tocar, ese pasaje va a ser sin regreso. Moriría ardiendo en mis propias llamas y en el calor de su cuerpo. Aunque, pensándolo bien, prefiero morir incinerada entre sus brazos que fría y sola en mi cama. Lo peor es que ni siquiera lo conozco tan bien como quisiera, pero sus manos recorriendo mi cuerpo están bastando para hacerme sentir deseada, incluso con apenas un toque. Me tiene justo donde quiere. De repente, suelta una carcajada y su aliento con olor a alcohol llega hasta mis fosas nasales. El ambiente se torna asqueroso y luego recuerdo en dónde estamos y quién es este hombre. Santiago Márquez. ¿Quién es Santiago Márquez? Bueno, es un tipo jodidamente egoísta, tacaño, creído, egocéntrico y cabe destacar que también es terriblemente sexy y misterioso. Creo que lo vi sonreír con sinceridad y con espontaneidad una sola vez en toda mi vida, y eso que lo conozco desde que tengo uso de la razón, ya que es el mejor amigo de mi hermano desde primer grado. Sus ojos azules emiten destellos por momentos, a veces esboza una media sonrisa cordial, pero nada más. Su voz grave y profunda me eriza la piel cada vez que habla y la verdad es que apostaría hasta mi vida por un solo beso de esos labios tan carnosos que tanto me atraen. Maldita sea, estoy enganchadísima con él. Lo peor de todo es que hay un punto muy malo en toda esta situación. ¿Qué sería peor que estar enamorada del mejor amigo de tu hermano? Bueno, estar enamorada del jefe de mi sección de la empresa de perfumería en la que trabajo. Básicamente, es mi jefe y mi enemigo en todo lo que hago. Si yo digo blanco, él dice negro. En fin, somos enemigos por naturaleza, pero según dicen, los opuestos se atraen, ¿cierto? Además, el hecho de que me haya dicho que se muere por besarme, incluso en estado de borrachera, debe significar algo, supongo. —¿Qué estás diciendo, Santiago? —cuestiono poniéndome a la defensiva, como siempre hago. Miro hacia donde están mis compañeros, rezando para que nadie nos vea. —Eso, que me muero por besarte, pero no pienso hacerlo y te aseguro que mañana no voy a acordarme de nada de esto —replica volviendo a carcajear. —Bueno, me da igual. No me interesa. Continuamos mirándonos con simplicidad, sabiendo que claramente es mentira. Es mentira que él se va a olvidar de esto y es mentira que yo no quiero saber nada de él, pero mañana va a ser un nuevo día y ninguno de los dos quiere dar el brazo a torcer con respecto a nuestros sentimientos. Es más fácil admitir que nos odiamos, a que nos gustamos. Me roza la piel de la cintura por última vez y salta como si lo hubiese quemado. Traga saliva con fuerza y suspira cerrando sus ojos y negando con la cabeza. Él cree que esto está mal, que es como estar viendo a su pequeña hermana, siente que le falla a su mejor amigo. Pero la chispa entre nosotros es palpable y tenemos que apagarla antes de que comience a arder. —Chicos, ¿se animan a jugar a la botellita? —cuestiona una mujer morocha, a la cual crucé en la empresa una o dos veces, con una botella de ron vacía en la mano. Santiago se ríe con tono burlón y asiente. Me hace un gesto para que yo también acepte y resoplo siguiendo a él y a la morena hasta la ronda del juego. Me siento en el suelo y enseguida me pongo a pensar que no sé qué hago metida buscando un beso que sé que no me tocará. Posiblemente me va a tocar besar con el gerente, Martín, un petiso regordete que siempre anda con las mejillas coloradas y un mechón enrulado que tiene de flequillo. Sinceramente, me estoy arrepintiendo de estar metida en esto y prefiero que me toque besar a Martín antes que a Santiago. —¿Quién empieza? —pregunta Samantha, la secretaria de Santiago, sacándome de mis pensamientos. Esto se pone cada vez peor, sobre todo porque pienso en que somos todos compañeros de trabajo, la mayoría con parejas, ¿y qué hacemos borrachos y a punto de besarnos? Bueno, eso solo tiene una respuesta: fiesta de fin de año e inicio del campamento de verano. Todos los años, la empresa nos invita a un campamento con el fin de que socialicemos y haya paz entre nosotros, aunque allí siempre termina habiendo más pelea que fraternidad. —Empezá vos —le responde el encargado de recursos humanos. Es un grandote, musculoso y pelado, parecido a Bruce Willis. Creo que todos le dicen Bruce por eso, la verdad es que ni siquiera recuerdo su verdadero nombre—. ¿Qué les parece si a medida que nos besamos nos vamos yendo de la ronda? —propone. Arqueo las cejas. No me parece mala idea, espero que me toque a la primera para irme de acá enseguida. —¿Qué gracia tendría eso? La idea es besarnos entre todos… —comenta Martín frunciendo el ceño. Arrugo la nariz, la verdad es que no creo que sea muy higiénico ir de beso en beso. La mirada del gerente se clava en mí—. ¿Qué opinas, Mica? Estás muy callada, pero no paras de hacer caras. —Mi idea es… que mejor no juguemos a nada —contesto con rapidez, demostrando mi arrepentimiento por haberme unido a la ronda. Santiago suelta una carcajada irónica y me mira con picardía. —¿Acaso tenés miedo? —interroga con tono rasposo, contengo una risa al darme cuenta de que está completamente ebrio. Me encojo de hombros sin decir palabra—. Seguro te morís por besarme. Lo miro con cara de pocos amigos. ¡Él es el que me acaba de confesar eso! Y ahora se hace el macho enfrente de todos. Ja, esto no va a quedar así. —Ja, ni en tus sueños —replico llevándole la contraria. Esboza una media sonrisa y sus ojos azules se iluminan con un brillo juguetón. Maldita sea, se ve tan sexy que debo estar babeando sin control—. Empiezo yo así me voy de esta ronda de una vez —agrego con tono firme. Giro la botella  vacía, rogando para que no se detenga justo donde creo que va a parar. Por fortuna, se detuvo en un lugar vacío… No, esperen, es el lugar en donde estaba sentado Santiago. Arqueo las cejas y me río de manera sarcástica. Cómo no, siempre escapando de las situaciones. Me hace un favor, de todos modos, no estaría bien besarlo.  Escucho que mis compañeros me hablan mientras me pongo de pie, pero les hago caso omiso. Sinceramente, lo único que quiero en este momento es irme de esta fiesta, ya me cansé y debo admitir que sentí un poco herido mi orgullo cuando noté que él desapareció. De cualquier manera, no le tomo mucha importancia, estoy un poco borracha y eso me hace pensar más de la cuenta. Tengo que irme a casa enseguida. En mi afán por querer escaparme rápido de este lugar, casi en la oscuridad y con varias personas tapando mi visión, me tropiezo con un cuerpo ancho, fuerte y alto. Sus manos me toman por la cintura, evitando que caiga, y puedo sentir el calor emanando de su piel. Debo admitir que es un roce que me estremece y, entrecerrando los ojos, me doy cuenta del porqué. Es él. Otra vez sus manos me agarran con fuerza y me hace sentir mariposas en el estómago.  Sus labios se convierten en una sonrisa irónica y su mirada se ilumina con diversión. Lo conozco, va a decir o hacer algo que me moleste. —¿Tenías que encontrar la manera de cruzarte conmigo, no? —Suelta con el tono que su rostro expresa. Ruedo los ojos e intento salirme de su agarre, pero no me suelta. Por el contrario, me atrae más hacia él y eso termina de dejarme sin aliento. Respiro hondo de manera disimulada para mantener la compostura y controlar mis impulsos de besarlo. —Ja, ya quisieras —contesto del mismo modo, ahora sí alejándome de él—. ¿No será al revés? Porque vos me chocaste a mí. Y no es la primera vez de la noche que me agarras de esta manera.   Hace una mueca graciosa y no puedo evitar reírme. Estoy mareada, casi que no sé lo que digo y es algo que me juega muy en contra. —¿Dónde está tu amiga, con la que viniste? —inquiere cambiando la conversación, sabiendo que no estoy del todo lúcida como para continuar con su juego de odio irónico. Me encojo de hombros. —La maldita se fue, dejándome sola en ese juego infantil. —Chasqueo la lengua y me cruzo de brazos—. Y vos también te fuiste, lo que significa que ambos son unos cobardes que no se aguantan nada. Entrecierra los ojos y se relame los labios, saboreando que le responda de esa manera. Sé que le encanta y a mí me encanta que haga eso. Me pierdo en sus ojos azules brillantes, pero sacudo mi cabeza antes de sumergirme del todo. —Prefiero vender cien mil veces mi alma al diablo antes que besarte. Y te juro que sabía que iba a tocarme con vos, por eso me fui corriendo. —Sabemos muy bien que mentís, pero de todos modos me hiciste un favor, yo tampoco te tocaría ni con un palo. Y hay que decir que vos fuiste el que me agarró recién y no me soltó. —Fue por prevención, en cualquier momento te caes. —Me mira con interés y resopla—. ¿Querés que te lleve a tu casa? —pregunta de repente, con su tono volviéndose un poco ronco, lo que aumenta su sensualidad. Se aclara la voz. —No, gracias, estoy bien. Vos también estás con bastantes copas de más así que prefiero tomar un taxi —respondo sin borrar mi sonrisa—. Nos vemos el lunes en el campamento, jefecito. Espero que la pasemos lindo y no nos crucemos mucho. —Ja, tranquila, que te anoté en las actividades más lejanas y en diferentes horarios, así no tengo que aguantarte. —¡Gracias, al fin hiciste algo bien! —exclamo comenzando a caminar hacia la salida. —Cuídate, Mica. Si te llega a pasar algo tu hermano me mata. Anota la patente del taxi o algo, por las dudas. No entiendo por qué ahora me habla como si fuese un amigo. Ruedo los ojos y me aguanto las ganas de levantarle el dedo del medio. Ya estoy algo lejos de él, pero me doy vuelta para verlo por última vez. Él no deja de observarme y bufa cuando le saco la lengua, por lo que suelto una risita por lo bajo. Me encanta este hombre, pero tengo que alejarme de él para no seguir cayendo, siento que voy a sufrir mucho porque creo jamás podría mirarme como una mujer por el hecho que me conoce desde pequeña, y también pienso que mi hermano lo mataría, incluso mis padres, ya que lo consideran como un hijo más. Ya en la calle, estiro la mano cuando un taxi pasa y me subo sin pensarlo. Al llegar a casa, me tiro a la cama sin siquiera sacarme la ropa. Estoy demasiado cansada como para perder tiempo en eso, así que solo cierro los ojos y sueño con esos ojos celestes que me llenan el corazón de amor y tristeza a la vez, porque sé que jamás va a estar conmigo.

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