Capítulo 2

1853 Words
Es lunes, son las seis en punto de la mañana, el despertador de mi teléfono suena y lo apago enseguida ya que estoy levantada hace rato. No pude pegar un ojo en toda la noche a causa de la ansiedad. Estoy nerviosa porque hace mucho tiempo que no voy a un campamento y la presión aumenta al saber que es del trabajo, si llega a pasar algo malo por mi culpa, le voy a tener que decir adiós a mi carrera. Solo espero que todo salga bien. El micro sale a la ocho desde la empresa, directo al bosque. Como ya desayuné, me voy a bañar y luego me pongo una camiseta sin mangas, un pantalón suelto y sandalias, porque el calor que hace afuera es impresionante. Me hago un rodete en mi cabello largo y rubio, y me delineo los ojos negros con delicadeza. No quiero maquillarme mucho porque el viaje va a ser largo y voy a terminar como un mapache. Reviso que esté todo bien empacado y pido un auto para que me lleve al lugar pautado, ya que es imposible viajar en transporte público con tantas valijas. Cuando llega, el chofer me ayuda a guardar mis pertenencias en el baúl del coche y subo al asiento de atrás. Observo por la ventana el asqueroso día que hay, el cielo está cubierto por nubes grises y se ven pesadas, como si en cualquier momento fueran a caerse. Hago una mueca y suspiro, espero que no llueva o se arruinaría el viaje. Al fin en destino, me sorprende ver que no hay nadie afuera. Por las dudas me fijo el calendario, no vaya a ser cosa que me confundí de día. Sí, efectivamente, es hoy. Me encojo de hombros, deben estar todos adentro esperando el bus. Toco el timbre de la empresa para ver si el portero me abre, pero nada. Frunzo el ceño y miro la hora. Aún es temprano, ya deben de estar por llegar, no creo que se hayan ido sin mí. Un auto gris muy conocido gira en la esquina y suspiro de alivio. Si él, que es el jefe, llega a esta hora, es porque todavía estoy a tiempo. Estaciona frente a mí y baja del coche con mala cara. Suspira al verme y niega con la cabeza. —¿No te llegó el mensaje? —interroga con exasperación. Arqueo las cejas. —¿Qué mensaje? —pregunto con tono confundido. Bufa y se rasca la punta de la ceja. —Que el micro salió antes para que no los agarre la lluvia —anuncia curvando su boca en una mueca de disgusto. No puedo evitar mirar sus labios, pero aparto mi vista con rapidez. —¿Cómo que se fue? ¿Y ahora qué hago? —cuestiono desesperada. —Nada, te voy a tener que llevar —responde con mala cara—. Yo salgo un poco más tarde porque tengo que buscar unos papeles en la oficina. Mete mis cosas en su baúl, saca unas llaves de su bolsillo y abre la puerta del recinto. Me hace un gesto con la cabeza para que lo siga y cierra la puerta cuando entro. Un cosquilleo recorre todo mi cuerpo al darme cuenta de que estamos completamente solos y encerrados. Tengo ganas de que me lleve hasta su oficina en brazos, me apoye sobre el escritorio y me bese con pasión… —¿Llegaste bien la otra noche a tu casa? —pregunta mientras subimos las escaleras. Él no es muy fanático de los ascensores. Asiento con la cabeza y hago un sonido afirmativo. —Por lo menos estoy viva —comento sonriendo. Rueda los ojos y continuamos en silencio hasta llegar a su cubículo. Sigo con ese deseo de echarme sobre él, acariciar su semblante duro y serio para que se ablande. Besarlo con todas las ganas del mundo y demostrarle, al fin, cuánto me gusta. Comienza a buscar cosas en los cajones, haciendo tanto ruido al cerrarlos que me sacan de mi ensoñación. Toma una carpeta ubicada en un estante que se ve bastante pesada. La tira sobre el escritorio y comienza a buscar alguna página con concentración. —¿Te ayudo? —interrogo al ver que pasa hoja tras hoja y comienza a ponerse nervioso. —No, sé que está acá —murmura—. Es la lista de los trabajadores que van al campamento. —Mmm, ¿esta? —digo agarrando una hoja que está sobre la fotocopiadora. Me la saca de las manos de un tirón y resopla. —Sí, gracias —masculla. Bueno, las ganas que tenía de estar con él hace un momento se esfumaron como burbujas que explotan. Me acordé de que es un odioso desagradecido y eso es muy poco excitante. Bueno, su cuerpo no es lo mismo que su personalidad. No puedo evitar mirar sus brazos marcados, expuestos a causa de que tiene una camiseta de mangas cortas que le queda ceñida en sus hombros. Me mira con sus ojos brillantes y creo que ya debe estar pensando en decirme alguna maldad, pero solo hace una negación imperceptible y apunta la puerta con su mano. —Vámonos ya, no está bien que lleguemos tan tarde o van a pensar cualquier cosa sobre nosotros —expresa empujándome hacia la salida. —¿Qué van a pensar? —cuestiono pensativa. Suelta una carcajada irónica. —Sos muy inocente, Micaela, mejor ni lo pienso porque me muero del asco. Evito que ese comentario me haga sentir mal, pero no puedo evitarlo. ¿Tan fea le parezco? A veces puede ser muy hiriente con lo que dice, sé que lo hace para marcar un límite entre profesionales y conocidos, pero la verdad es que me molesta bastante. Intento pensar en algo con lo que le pueda contestar, pero simplemente no me sale, él a mí me encanta y no hay nada que pueda decirle sobre su aspecto. Arrastro los pies hasta la calle y espero a que él termine de cerrar todo para subir a su automóvil. Me abre la puerta del acompañante y subo con desgano. —Bueno, ni que fueras a pasar el peor viaje de tu vida —comenta cuando sube a su asiento y mira mi expresión malhumorada. —Yo creo que sí. ¿Cuántas horas son de viaje hasta el bosque? —Cuatro. —Enciende el motor y arranca. —¡Ay, no! Cuatro horas encerrada con vos en este espacio tan pequeño, creo que prefiero morir —expreso haciéndome la desesperada. —Qué ridícula, Micaela. Agradece que te llevo, sino irías a pata. Pongo los ojos en blanco y decido sacar mis auriculares para escuchar música y no tener que escucharlo. Ni siquiera lo veo, ya que prefiero observar el paisaje. —¿Qué pasa si llueve durante toda la semana? —cuestiono al cabo de una media hora. Estoy bastante incómoda porque el ambiente se siente tenso. —No va a llover, me fijé el pronóstico antes de salir. Ni bien dice eso, varias gotas comienzan a caer en forma de llovizna. Suelto una carcajada por lo bajo y él hace un quejido molesto. —Bueno, solo iba a llover esta mañana, por eso adelantamos la salida del micro —agrega activando el limpiaparabrisas. No respondo nada, solo continúo mirando hacia afuera. Comenzamos a entrar a la ruta, todo es campo y no hay muchos autos en la carretera, por lo que vamos con buena velocidad. De repente me agarra miedo de que choquemos, pero confío y sé que no maneja mal, viajé tantas veces con él los sábados por la noche cuando me llevaba a bailar con mis amigas y él, de paso, aprovechaba para ir con mi hermano. Lo malo es que aparecía con una chica diferente cada fin de semana y creo que eso todavía no cambia. La lluvia comienza a incrementarse y Santiago tiene que bajar la velocidad porque la visibilidad es muy poca, hasta que finalmente termina parando un instante en un costado porque es imposible seguir manejando. Bufa y golpea el volante con enojo. —¡No puedo creerlo! —exclama—. ¿Tanta mala suerte voy a tener? —Es solo lluvia, Santiago, no es para tanto. —No, mi mala suerte no es la lluvia, sino estar encerrado acá… con vos —contesta con amargura. —Bueno, si tanto te molesta llevarme, prefiero ir caminando aunque me terminen matando los pies porque, la verdad, sos insoportable, no aguanto tu mal humor, ni siquiera te hice nada como para que me trates así —replico rápidamente, sintiendo que mi garganta se empieza a cerrar por la angustia. Al ver que no responde, abro la puerta y decido bajar. Me detiene poniendo su mano sobre mi pierna y siento una corriente eléctrica en todo el cuerpo. Su mano está suave y caliente, me aprieta con suavidad y siento que esa caricia podría sentirse perfecta en cualquier parte de mi cuerpo. —Tenés razón —susurra, apartándose de mí al darse cuenta de que aún me está tocando—. Además, ¿a dónde vas a ir con esta lluvia? —interroga con tono cansado—. ¡No seas ridícula! Te llega a pasar algo por mi culpa y tu familia me mata. —O sea que si no conocieras a mi familia, probablemente me dejarías sola bajo la lluvia —respondo. Él chasquea la lengua. —Sabés que no soy así —expresa frotándose los ojos. Hago una mueca de incredulidad y resopla—. Bueno, la verdad es que me da igual lo que pienses, si es obvio que ni me conocés. Yo solo te protejo porque sos la hermana de mi mejor amigo, nada más. Suelto una carcajada irónica y lo observo con diversión. —Yo no quiero que me protejas, no me hace falta. De hecho, sé que puedo cuidarme muy bien sola. —¿En serio te podés cuidar sola? —cuestiona irónico. Asiento con seguridad, entonces me abre la puerta con gesto arrogante—. Te veo en el campamento —agrega esbozando una sonrisa. —Dale, nos vemos allá —contesto con firmeza. ¿Se piensa que me va a molestar caminar varios kilómetros bajo la lluvia? Ja, ni en sueños, prefiero esto antes que continuar viajando con él. Bajo del coche y en cuestión de segundos me empapo de pies a cabeza, pero cierro la puerta con un golpe y comienzo a caminar con la frente en alto. Sinceramente, la tormenta es demasiada y debo admitir que me da miedo ir caminando, de hecho, ni siquiera sé para qué lado tengo que ir, pero sigo derecho, con los ojos entrecerrados por el agua y tratando de ser lo más rápida posible. Santiago aún está parado en el mismo lugar y hace luces con su auto cuando nota que lo estoy mirando, como desafiándome. Ruedo los ojos y vuelvo a mirar al frente. Él no me va a ganar, yo voy a llegar a ese campamento caminando y voy a demostrarle que puedo valerme por mí misma. 
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