Capítulo 3

1348 Words
Tras veinte minutos de caminata rápida, llego hasta una separación de caminos. No sé si girar hacia la derecha, la izquierda o continuar el camino recto. Si bien paró de llover, ahora está refrescando y siento que voy a tener mucho frío. No vi el auto de Santiago pasar, ¿será que ya tomé el camino equivocado sin darme cuenta? Bufo y me cruzo de brazos mientras hago un Tatetí mental sobre qué carretera seguir. Voy a dejar esto al destino, total, ¿dónde puedo terminar? Giro a la derecha, camino un poco más y una bocina me hace detener. Esbozo una sonrisa, pero continúo dando pasos. Entonces estaba detrás de mí, viendo si estaba yendo por el camino correcto. —¡Micaela! —me llama. Le hago caso omiso, comienza a lloviznar de nuevo y me molesta demasiado. Aún así, no doy mi brazo a torcer, por más bocina que toque, no me detengo. Ya sé que se enojó y eso me hace divertir. Maneja a toda velocidad hacia mí y por un momento siento que me va a atropellar, por lo que corro. Entonces, él baja del coche y me persigue con rapidez. Sus piernas son más largas y es más rápido, por lo que me alcanza enseguida. Me toma de la muñeca y me tira hacia él con tanta brusquedad que nuestros cuerpos chocan. Mi corazón late con fuerza al sentirlo pegado a mí, su respiración es rápida y me queda mirando con una mezcla de enojo y alivio. —Te estoy llamando para que entres al coche, te vas a perder y no quiero hacerme responsable de ningún accidente —manifiesta con autoridad. Abro la boca para contestar, pero me calla con su mirada—. No es momento para que seas infantil, estoy enojado, de verdad. Pareces una nena, como si tuviera que llevarte a un campamento escolar. Hago un gesto burlón y resopla mientras me suelta. Es cierto que me estoy comportando como nena chiquita, pero él saca lo peor de mí. —Solo porque está lloviendo —digo dejándome arrastrar por él hacia el auto otra vez. Antes de que suba, busca en mi propia valija una toalla para que me seque y me observa con severidad. —No voy a dejar que mojes el asiento —expresa antes de sentarse del lado del volante y cerrar la puerta con fuerza. Resoplo e intento no mostrarme malhumorada. Tengo que pensar en que voy a un campamento y la voy a pasar muy bien. Chasqueo la lengua, si solo él me viera como yo lo veo, y no como su hermana menor, todo estaría mejor. No sé si rendirme, aunque nunca luché por él, en realidad. Quizás este viaje lo pueda aprovechar para acercarme e intentar entablar, por lo menos, una mínima amistad. Con esa nueva actitud positiva, vuelvo a entrar al auto y me mira como si fuese un bicho raro. Arqueo las cejas mientras termino de secar mi cabello. —¿Qué te pasa? —pregunta con su característico tono malhumorado. —Nada, solo pensé en que te voy a tener que aguantar por un par de horas y en el campamento me olvido de vos. Una gota resbala desde mi pelo hacia el centro de mi pecho, perdiéndose entre el medio de mis pechos. Sus ojos lo siguen sin pestañeo, depositando su mirada en el escote transparente y pegado a mi cuerpo a causa de la prenda mojada. Se nota claramente que no traigo puesto corpiño, y eso me hace sentir avergonzada y excitada a la vez. Su vista se queda en esa gota desaparecida, y luego sube sus ojos para clavarlos en los míos. Sus pupilas se encuentran dilatadas, su boca entreabierta, por la cual pasa ligeramente su lengua para humedecerlos, y ese gesto provoca un torbellino dentro de mí. Observo sus manos, apretadas con fuerza sobre el volante. Seguramente está intentando controlarse, y aparta su mirada de mí con dificultad. Me doy cuenta de la situación y me tapo rápidamente con la toalla, giro mi cabeza hacia la ventanilla para evitar el contacto visual y suspiro. Esto está demasiado difícil. Se aclara la voz con incomodidad y comienza a conducir nuevamente. Debería haber seguido mi camino a pie, porque la tensión que estoy sintiendo es tanta que me presiona. —Entonces… —comienza a decir, pero se queda callado y suspira—. El bosque va a estar todo embarrado cuando lleguemos. ¿Trajiste algunas botas de lluvia o algo? Contengo una carcajada al notar su débil intento por sacar conversación. —Sí, por suerte metí unas botitas en mi valija. ¿Y vos? Estamos tratando de mantener esta aburrida conversación a flote, aunque ninguno de los dos se siente cómodo. Yo porque estoy pensando en cosas que no debería y él… bueno, vaya a saber qué está pensando. —No, no traje. —Chasquea la lengua y suspira—. Para colmo, me puse las zapatillas nuevas. Miro sus pies y veo unas resplandecientes Nike deportivas de color blanco. Suelto una risotada al imaginar que se van a ensuciar ni bien pisen la tierra. Me mira con una mueca de enojo. —¿En serio traes zapatillas nuevas a un campamento? ¡Encima blancas! —expreso sin poder parar de reír. Frunce el ceño y me observa con los ojos entrecerrados, pero su semblante se relaja un segundo después y noto una leve sonrisa en sus labios. —Ja, a veces sos divertida —comenta con tono irónico—. Juan te enseño sus peores chistes. —Perdón, pero no es un chiste. Es la verdad, te vas a ensuciar las zapatillas y tu mal humor se va a multiplicar por cien. Y no voy a estar para aguantar eso. Hace un sonido de resignación porque sabe que estoy en lo cierto y continuamos el camino sin más charla. Lentamente, la lluvia cesa y el sol comienza a salir de entre las nubes. Al parecer, el clima solo tenía ganas de hacernos pasar un mal momento. Debido al calor, la humedad nos empieza a molestar, la temperatura se siente en el auto y nos sentimos pegajosos y acalorados. Algunas gotas de sudor comienzan  a perlar la frente de Santiago y baja un poco más la ventanilla para que el viento entre. —¿No anda el aire acondicionado? —cuestiono. Niega con la cabeza. —Se rompió hace dos días y no tuve tiempo de repararlo. De todos modos, no creo que tengas calor, ya estás bastante desabrigada… —Me mira de arriba abajo y me hace sentir insegura, así que me cruzo de brazos a la altura del pecho y suspira volviendo a observar la ruta—. Solo faltan un par de horas, podés dormir un ratito. Te despierto cuando lleguemos. Sin chistar, me tapo con la toalla que aún tengo en mis piernas, inclino el asiento un poco más hacia atrás y cierro los ojos. No veo la hora de llegar para alejarme de él, porque estoy segura de que en cualquier momento cometo una locura si me sigue mirando con esos ojitos azules que tanto me gustan. Contengo las ganas de volver a abrir los ojos al sentir un cosquilleo potente sobre mí. Sé que me está viendo, el coche está detenido y ese cosquilleo se incrementa cuando una mano caliente me toca el hombro con delicadeza. —Micaela, llegamos —murmura su voz tan masculina en mi oído. Trago saliva y me desperezo con lentitud mientras bostezo. —¿En serio? ¡Pero si apenas parpadeé! —digo sorprendida. Me mira con expresión divertida. —Roncaste todo el camino ni bien cerraste los ojos —replica y luego abre la puerta del auto para bajar—. Vamos, nos están esperando. Contengo un suspiro y bajo desganada. Ya tengo ganas de volver a casa y ni siquiera empezó el campamento. ¡Que la suerte esté de mi lado y que me dé las fuerzas para no hacer locuras! Y si las hago… solo espero que salgan bien. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD