Capítulo 4

1280 Words
Avanzamos por un camino de piedras que se hunden con cada pisada. A pesar de que no llovió durante mucho tiempo, llovió fuerte, por lo que está todo lleno de tierra mojada y los charcos parecen pantanos. Igualmente, a mí no me molesta porque tengo mis botas puestas. Santiago avanza chasqueando la lengua a cada segundo y noto que es porque sus zapatillas ya se están ensuciando. Además, tiene que cargar con todo el equipaje porque no me dejó llevar nada por el motivo de que soy más débil y me voy a caer si llevo mucho peso. No soy más débil, pero sí más inteligente, así que en vez de discutir dejé que hiciera lo que le dé la gana y ahora es como mi ayudante personal. Creo que lo voy a tratar así durante todo el campamento porque me divierte. —¡Uff, Micaela! ¿Qué trajiste? —cuestiona quejándose y haciendo una mueca de esfuerzo. Suelto una carcajada y me encojo de hombros. —Ropa, maquillaje, zapatos… cosas así. ¿Por qué? —Esto debe pesar una tonelada, está demasiado pesado. —Ah, menos mal que lo llevas vos entonces. Yo soy demasiado débil —expreso remarcando con ironía la última oración. Rueda los ojos y continúa con su camino saltando charcos que terminan ensuciándolo aún más. A medida que seguimos el camino, nos vamos adentrando a un bosque. El ambiente no me gusta para nada, los árboles apenas dejan pasar la luz del sol, hay demasiados bichos a causa de la humedad y me da la sensación de que hay animales peligrosos escondidos. ¿Por qué tuvieron que elegir un bosque para un campamento? Podríamos haber ido a una playa, pero no… mis compañeros siempre eligiendo cosas extrañas. Continuamos caminando sin pronunciar ni una palabra. No hay un silencio total porque los revoloteos y cantos de pájaros, nuestras pisadas, respiraciones y ruidos de insectos rompen el hielo. La verdad es que es un ambiente relajante y por un momento me olvido de quién está a mi lado, mirándome de reojo con aspecto distraído. Y, de pronto, como si su mirada me hubiera mandado una maldición, piso una ramita que me dobla el pie y casi me caigo en un pozo lleno de barro. Y digo casi porque Santiago me agarra por la cintura con fuerza para que mi cara no termine en el suelo. —Te dije que eras débil —murmura con la respiración agitada por el movimiento brusco que tuvo que hacer y tan cerca de mis labios que siento el cosquilleo de su aliento en mi rostro. Su boca emite un suspiro y su mano me aprieta la cintura con delicadeza, observándome con atención. Sus ojos azules brillan y se dirigen a mis labios. Ay, Dios mío, ¿me va a besar? De repente me acuerdo de su confesión cuando estaba borracho. Muero por besarte. ¿Se acordará de eso? Ahora sí me siento débil. Roza mi cintura con sus dedos y mi estómago da un vuelco. ¿Qué está pasando por su mente? No puedo evitar acercarme a él, y su otra mano acaricia mi mejilla con lentitud. Carajo, me encanta que se esté dejando llevar. Aunque me doy cuenta de un detalle muy importante… —¿Dónde están las valijas? —interrogo con curiosidad. Se da cuenta de lo que está haciendo y de que perdió nuestro equipaje en el camino y vuelve a saltar lejos de mí. Suspiro por la sensación de vacío que dejó en mi piel, pero estallo en carcajadas cuando por el salto trastabillea y se cae de cola, ensuciándose por completo. —¡Pero la madre que me parió! —exclama a los gritos. Mira hacia el costado y resopla al darse cuenta de que nuestras maletas terminaron en una zanja. Se levanta como puede, ya que los pies se le entierran en el barro, y mantiene el equilibrio con sus brazos estirados mientras camina. Se agacha con lentitud para recoger las cosas, pero vuelve a resbalarse y yo no puedo parar de reír, aunque trato de ayudarlo extendiendo una mano para que me la agarre y pueda pararse. Me la toma de mala gana, porque no le queda otra, y en uno de los intentos por conseguir nuestras pertenencias, me tira con él y esta vez soy yo la que se ensucia. A diferencia de él, me lo tomo con humor y no me molesta para nada. Seguimos intentando levantarnos, pero terminamos cayendo una y otra vez, hasta que nos rendimos y nos quedamos sentados. Parecemos dos tontos enterrados. —El barro ayuda a la piel —digo pasándome la tierra mojada por la cara. Me mira como si estuviera loca y luego se ríe con ganas. Es un sonido que me llena el corazón de amor, su risa es demasiado hermosa y creo que es la primera vez que se la escucho. —¡Estás loca! ¿Ya te lo dije? —cuestiona entre risas—. Vamos, nos tenemos que levantar de una vez. —Es imposible, me voy a quedar sentada hasta que se seque la tierra. No quiero volver a caerme. —Tranquila, Mica. Esta vez vamos a poder, a la cuenta de tres nos paramos y mantenemos el equilibrio juntos, ¿está bien? Hago una mueca de desacuerdo, pero termino asintiendo. ¿Juntos? Bueno, eso es nuevo. —Uno, dos… ¡Tres! —cuenta levantándome de un tirón. Me aferro con fuerza a su brazo duro y marcado y, debo admitir, que lo estoy tocando un poquito de más—. Ahora caminemos lentamente hacia la derecha, así agarramos las valijas. Vamos dando pasitos de pingüino hacia dicha dirección hasta que finalmente logramos tener en nuestras manos el equipaje. Como podemos, volvemos al sendero de piedritas para dejar de hundirnos, y no puedo borrar la sonrisa estúpida que tengo pintada en mi cara. De a poco comenzamos a escuchar murmullos, risas y música y suspiro de alivio al notar que ya estamos cerca del campamento. Menos mal que no nos perdimos en el bosque ni la tierra nos tragó. Cuando llegamos al lugar pautado, algunos de nuestros compañeros están armando sus carpas, otros sentados en círculo comiendo y otros nos miran como si fuésemos una aparición fantasmal. —¿Qué les pasó? —pregunta Bruce conteniendo una risa con todas sus fuerzas. Se nota que no quiere reírse porque Santiago es el jefe. —Nos caímos —replico encogiéndome de hombros—. ¿Algún problema? —Bah, si es obvio que se revolcaron en la tierra —expresa María detrás del pelado. ¿María? ¿Pero qué está haciendo acá? ¿Quién la invitó? Bueno, forma parte de la empresa, pero desde que se separó de Santiago… Trago saliva al notar que tiene puesto un mono floreado pegado a su atlético cuerpo y sus ojos verdes se iluminan con diversión. Su cabello n***o cae en bucles sobre sus hombros y sonríe con maldad. Es hermosa. Jamás voy a poder competir contra ella. —En fin —continúa el jefe haciendo caso omiso a las miradas y risitas de todos—. Ya estamos acá, así que solo les voy a decir una cosa: compórtense como se debe, o los despido. De repente todas las sonrisas desaparecen y cada uno vuelve a lo suyo. Santiago desaparece de mi lado con rapidez, pero desde lejos veo una sonrisa de suficiencia. Y sí, él manda. Suspiro y voy en búsqueda de Ana, mi mejor amiga, ¿dónde se habrá metido? Tengo muchas cosas que contar, y estoy segura de que ella va a estar feliz de escucharlas. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD