Golpes fuertes en la puerta me hacen saltar del susto y me levanto como si hubiera rebotado en resortes.
Me pongo una bata rosa de seda que tengo colgada en una silla y salgo a abrir. Santiago queda con el puño en el aire y me mira con disgusto. Arqueo las cejas.
—Toqué el timbre como diez veces, te llamé al celular y no respondías, entonces le dije al portero que por favor me dejara pasar porque quizás te había pasado algo. ¡Le tuve que dar plata como chantaje! Encima se burló de mí porque estuve quince minutos esperando y el tipo pensó que me habías dejado plantado. Subí corriendo las escaleras y estoy tocando la puerta hace cinco minutos y recién ahora aparecés. Pensé que no estabas en casa o que me estabas ignorando —dice en un tono molesto y con el entrecejo fruncido.
Suspiro y l
