Mi vida amorosa es un asco.
Desde hace años me he dedicado a Eric y a salir adelante. Tener un hijo cambia la perspectiva de las relaciones. No es como si, a todos los hombres le agrade lidiar con un niño que no es de ellos.
La última vez que intente salir en una cita, Eric tenía cuatro y fue un desastre.
Ángela. Una buena amiga, me había presentado a un tipo agradable y resulto que era su ginecólogo.
No, gracias.
No puedo salir con alguien que le ve la v****a a mi amiga.
Seria…
Me estremezco mientras empujo el carrito del supermercado.
Hudson, por otro lado. Me había sorprendido con su petición de ir a tomar algo. Después de lo sucedido. ¿De verdad sería una buena idea?
Bueno, no lo voy a descubrir, ya que decline su invitación.
Hago una mueca.
¿De verdad esto pensando en eso?
¿Habría aceptado en otras circunstancias?
—Diablos ¡Si!
Estoy en el área congelada y lácteos, cuando veo un rostro familiar.
Me paralizo por un momento, antes de tomar la leche para el desayuno de mi hijo.
Doy la vuelta con el carrito de supermercado para alejarme.
—¿Olivia? —cierro los ojos ante su voz.
Esa voz que me trae tantos malos momentos a la cabeza. Me devuelve a mi época más vergonzosa.
Avanzo. Pero, este rápidamente rodea el carro obstruyéndome la salida.
—Vamos nena, ¿Acaso no quieres verme?
Lo fulmino con la mirada.
—Aléjate de mi Charly—siseo—Mantente a kilómetros, porque no eres alguien que quiera ver.
Sus ojos se abren con un destello de rabia, antes de darme una sonrisa falsa.
—¿Ni siquiera por los viejos tiempos?
Su cabello y ojos negros me miran con atención. Me dan un barrido.
Eric es parecido a este individuo.
Solo sus facciones. Porque mi hijo es mío y no tiene ningún vínculo con esta basura.
Empujo el carrito y al darse cuenta de que no me importa lo que pase, alarga la mano reteniéndolo.
—Ahora me ves como mierda en tus zapatos. Pero, recuerdo que la pasamos muy bien juntos.
—Era una chica sin experiencia y tú te aprovechaste de eso.
—¿Ahora es culpa mía? —se ríe, antes de inclinarse un poco—Que crees que pensaría tu hijo si supiera que, su madre era tan adicta a la heroína que, no sabía si iba o venía. Además, de una anoréxica.
Lo odio.
—¿Sigues con tus problemas alimenticios?
Con mala leche, lo empujo llamando la atención.
—Aléjate de mi hijo.
—Por supuesto, no quiero nada con ese mocoso. Dijiste que era mío—niega— Pero, de seguro, no sabes a ciencia cierta.
—¡Jódete! —siseo—Mi hijo es mío y no le hace falta nada de otros.
—Calma, preciosa. Solo me gusto saludarte y recordarte que no deberías mirarme con tanto desprecio—se aleja un poco— A fin de cuentas. No somos muy diferente.
—Vete a la mierda—con eso, me alejo sintiendo que estoy a punto de venirme abajo. Pero, respiro.
Pago los víveres lo más rápido que se me permite y salgo cargando las bolsas del súper, hasta mi coche.
Subo al coche y me tomo un momento para calmarme porque las manos me tiemblan.
Esa parte de mi vida es la que quiero borrar. Cada lágrima derramada y suplica por parte de mi padre al ver que no tenía control sobre mí. Estaba tan hundida que, estuve a punto de morir por una sobredosis.
Entre a rehabilitación para descubrir que estaba embarazada.
Fue el impulso que necesite para despertar de esa pesadilla. Tenía miedo de que mi bebé se viera expuesto a los efectos secundarios de la droga y mi bajo peso no iban a dejarme llevar un embarazo a término.
Siempre he dicho que Eric fue mi ángel. Llego para salvarme y darme una razón para renacer cuando estaba a punto de rendirme.
Me rehabilité y acudí a terapia para superar mis problemas alimenticios. Al no estar bajos los efectos de la droga, pude ver como estaba mi cuerpo.
Era un desparpajo humano.
Esa Olivia quedó atrás y ahora esto es lo que soy.
—Soy una mujer fuerte y nunca seré de nuevo esa—susurro, antes de encender el auto e irme a casa.
Minutos después llego a mi hogar, donde me encuentro a mi papá y Eric haciendo la cena.
—¡Hola! —digo entrando con las bolsas qué de inmediato papá me quita— Huele muy bien—Murmuro poniendo mi mejor sonrisa para ellos.
No pienso comentar sobre mi encuentro con Charly.
—¡Estamos haciendo ravioles de carne! —anuncia Eric con entusiasmo.
Me acerco a él y lo rodeo en un prieto abrazo, antes de dejar varios besos en su cabeza. Él, se queja. Pero, también se ríe.
—¿Cómo fue la clase?
Hace un mohín que me dice que, no está muy seguro.
—Y, ¿En el parque? —nuevo mis cejas divertidas.
—Me divertí.
Papá se aclara la garganta.
—La pasamos bien.
—Por supuesto.
—Oye, mamá. ¿Sabes dónde están mis calcetas de la suerte? Quiero usarlas en el juego de mañana.
—Están en el cesto de la ropa sucia—me muerdo el labio.
Este me mira sin creerlo
—Pero, las metemos en la secadora y estará bien.
Eric asiente con mejor cara.
Mañana Eric tiene un juego. Yo tenía que supervisar como quedó la pintura y cerrar el lugar porque el día siguiente, era no laboral.
Después me iría al partido.
—Bien. Terminemos estos ravioles y más tarde, podemos ver una película—anuncio.
⭐⭐⭐⭐
La mañana siguiente estoy en la habitación principal del ático, verificando todos los colores de la paleta que Martin escogió.
Compruebo que el piso no esté comprometido. Avanzo por el sitio cuando mi móvil suena.
Lo saco de mis vaqueros y respondo al ver que es Simón.
—Hola, estoy en el ático de Martin y está quedado fantástico—saludo.
—Me alegra escuchar eso—Murmura.
—¿Pasa algo?
Avanzo por la habitación hasta el salón.
—¿Sabes quién acaba de dejar mi oficina?
Frunzo el ceño.
—¿Quién?
—Hudson Evans—anuncia— Me ha informado su intención de que hagas los arreglos en su casa.
¿¡Que?
—Obviamente, le dijiste que no—Murmuro entre dientes.
—Olivia—suspira—Como voy a decirle eso, es un cliente. Independiente de lo sucedido.
—No voy a trabajar con él—replico en tono enfurruñado.
—Entonces, necesito que me cedas tu diseño, para que Andrés lo ejecute u otro de tus compañeros.
—No— digo apretando los dientes.
Resopla.
—Olivia, es una gran oportunidad para nosotros, esto es un trabajo. ¿No puedes simplemente dejarlo atrás?
¡Maldición!
—Voy a pensarlo y te daré mi respuesta el lunes.
—Me parece justo— Murmura—Feliz fin de semana—dice antes de que corte la llamada
—¡Maldita sea! —gruño.
Salgo del departamento y estoy tentada a preguntar en qué piso está quedándose Hudson, para ir a decirle lo que opino.
Sin embargo, al percatarme de la hora recuerdo que el partido de Eric está por iniciar.
Dejo el ático de Martin y me dirijo al complejo deportivo.
En el camino reflexiono que hacer.
No quiero darle mi diseño al bueno para nada de Andrés.
Una sonrisa se filtra, cuando pienso en lo cabreado que debe de estar al saber que Hudson ya no quiere sus servicios.
Solo por eso, puedo considerarlo.
Al llegar al complejo deportivo lo hago con tiempo suficiente.
Así que estoy tranquila.
A medida que me acerco, veo a un gran grupo de padres aglomerados. A la distancia, puedo ver qué el juego no ha comenzado.
Pero, mientras más me acerco. Me doy cuenta de algo.
—No es cierto—susurro.
¿Qué hace él aquí?
—¡Cariño! —mi padre me llama y lo veo acercarse.
—¿Qué ocurre?
—Han venido algunos jugadores a visitar a los chicos. Están que no caben de emoción
—Y, ¿El partido? —Inquiero mirando a Hudson junto a uno de los chicos, mientras le dice algo.
—No hay partido. Bueno, acaban de anunciar que harán uno entre ellos. Dos de los jugadores van a dirigir los equipos—anuncia—Era una sorpresa que querían darles.
—Que bien— digo en voz baja.
—Eric está que no cabe de la emoción—comenta.
Veo como Hudson se ríe de algo y parece despreocupado. Viste de manera informal y lleva una gorra de béisbol con la insignia de su equipo.
—Yupi —susurro.
—¿Pasa algo?
—No— lo miro—Vamos a sentarnos.
Nos acercamos y después de saludar a algunos padres, me siento y observo en silencio
Cuando lo veo acercarse a Eric, puedo ver el entusiasmo de mi hijo. Este, habla y gesticula emocionado.
Sonrío, porque de seguro le está relatando las estadísticas que tanto me marean. Pero, supongo que Hudson las entenderá.
A mi lado, mi papá se aclara la garganta.
—Está a interesante la sorpresa ¿No?
Asiento.
—Los chicos deben estar feliz.
—Sí. ¡Solo los chicos! —se mofa—Mira a tu rededor, hay más de una con los ojos sobre ellos.
Pongo los ojos en blanco y me río de sus cosas.
Veo al frente de nuevo y me concentro en mi hijo.
Bueno, también en Hudson. Para que negarlo.
Quizás, no es tan mal tipo después de todo.